La Pasionaria (La voz de la Esperanza) PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Semblanzas / Biografías
Escrito por Paco Arenas   
Lunes, 10 de Diciembre de 2012 07:09
Desde crio allá en un lugar de La Mancha, el nombre de la Pasionaria, me resultaba familiar, no sabía quién era, su nombre se pronunciaba siempre en silencio por mis mayores y aquellos que algunas noches se juntaban con mi padre a escuchar la radio. El “Callar que está hablando la Pasionaria” se me quedo grabado en mi mente infantil, algo que me llamaba la atención era el motivo por el cual su nombre nunca se decía en voz alta y que todos callasen cuando su voz entraba como agua de mayo en las casas campesinas, con la luz eléctrica apagada, mientras el candil de aceite proyectaba las sombras de los oyentes sobre la pared.
A la Pasionaria yo me la imaginaba, como decía mi madre con admiración, “una mujerona”, es decir una mujer fuerte y decidida, así debía ser, pues en aquella sociedad matriarcal, pero profundamente machista, eran pocos los hombres que estando dos juntos callasen ante la voz de una mujer. Esa voz enérgica provocaba ilusión en aquellos campesinos de rostros quemados por el sol, miradas de complicidad y una luz de esperanza en sus ojos.

Cuando ya adolescente, la vi llegar a España, vi en ella a una entrañable anciana, vestida y peinada como mi madre viuda, una mujer del pueblo, una viuda y madre de miles de españoles muertos en cárceles, cunetas, viuda y madre de hombres y mujeres, durante la guerra fue el alma de la lucha y desde el exilio fue la voz que consolaba, daba esperanzas y ganas de luchar, fue la viuda y madre de esa España sepultada bajo la tiranía.

Se llamaba Dolores nació en un pueblo de Vizcaya, en Gallarta, de sangre minera se abrió camino en un mundo de hombres, fue influenciada por su marido que fue su maestro, pero pronto la alumna fue profesora aventajada. Dos años después de casarse con aquel minero, en la huelga de 1917 ya su voz se escuchaba en silencio y con admiración, sus escritos eran semillas en las mentes de los obreros, aquella mujer que trabajaba de sirvienta, supo servir, no a los señores que le pagaban, sino a los obreros que la necesitaban.

En 1920 participó junto con su agrupación socialista de Somorrostro en la creación del Partido Comunista de España (PCE) en 1920, para diez años después formar parte de su Comité Central, un año después se trasladó a Madrid para trabajar en Mundo Obrero. Su energía y claridad pronto la llevo a la cárcel. En 16 de febrero de 1936 fue elegida diputada por Asturias. Con la sublevación de los criminales golpistas contra el legítimo gobierno de la República su carisma creció por encima de cualquier político, con una prosa apasionada en la que volcaba el corazón, al mismo tiempo que sensible y coherente se convirtió en talismán, en un símbolo vivo de la resistencia y la combatividad de aquella España que defendía la libertad contra los criminales que se la querían arrebatar.

No pudo ser, aquellos traidores a la patria contaban con la ayuda de nazis alemanes y fascistas italianos, mientras que el pueblo español y el gobierno legítimo eran traicionados por las “democracias” europeas, olvidándose del poema de Bertolt Brecht:

Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".

Alimentaron a la bestia y la bestia utilizo España como campo de entrenamiento, cuando se quisieron dar cuenta España ya había sido devorada y comenzaba a sembrar de muerte Europa, cuando lograron vencer a la bestia, de nuevo s volvieron a traicionar y a olvidarse de España.
A España le quedaba un halo de vida y ganas de luchar, quería renacer de sus cenizas pero aquellos que generosamente cruzaron los Pirineos o se echaron al monte, nada pudieron hacer, y durante muchos años, la esperanza de esa España derrotada, pero no convencida fue la voz de esta mujer ante la cual los hombres callaban.

Dolores Ibárruri regresó a España tras la muerte de Franco y la presunta transición a la democracia, resultando elegida de nuevo diputada por Asturias (1977). Incluso entonces permaneció aferrada a los viejos ideales, viendo como erán traicionados por su partido. Aquejada por problemas de salud, abandonó pronto su escaño y se retiró de la política activa.
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