Los guardianes del tarro de las esencias PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Juan Rivera   
Viernes, 08 de Agosto de 2014 00:00

Entre las reacciones producidas en el paisaje político hispano a consecuencia de la mala digestión que las elites están haciendo de los resultados de las Europeas, nos llama la atención la inquietud cercana al miedo que supuran los actores del Sistema (hasta ayer Juancarlista, hoy Felipista). Contrasta con el estupor – incomprensible pues la situación invitaría al regocijo- que parece instalado en sectores minoritarios de la Izquierda.

 

     Estos últimos, con un difuso sentimiento de injusticia, de víctimas incomprendidas a quienes les acaban de birlar la cartera, se han posicionado a la defensiva. El choque con la cruda realidad social les impide hacer un análisis de la misma.
 
      Por ello en lugar de realizar una lectura crítica y autocrítica de lo que acontece para buscar los errores y afianzar los aciertos, han optado por recuperar el espíritu de resistencia, de fortaleza asediada (por desgracia muy cercano al irracional “ Deus volt” cruzado). Desde hace un tiempo a través de sus intervenciones en las redes sociales emiten certificados de pureza revolucionaria.
 
      La situación no es inédita. El afán purificador es un clásico en la Historia hispana y con la denominación de Estatutos de limpieza de sangre estuvo presente en numerosas Instituciones, especialmente castellanas, entre los siglos XV y XIX.
 
      Merece la pena sin embargo estudiar el pelaje de quienes se han trasmutado en modernos bulderos y al igual que el quinto amo del Lazarillo vendía falsa religiosidad solo pendiente de las ganancias, nos venden que el camino a la revolución es único y siempre debe seguir la senda por ellos trazada.
 
     Aunque los hay muy variados como un buen surtido navideño, podemos extraer diferentes arquetipos.
 
    En primer lugar, con mención honorífica y podio, encontramos al burócrata de toda la vida. Arrastra esa leyenda urbana de “alguien dice que alguien le dijo que una vez alguien escuchó que había trabajado en algo no relacionado con la Política”. Pero mantiene incólume la liberación conseguida cuando aún llevaba pantalón corto. Suele ser el depositario del sello que con la palabra “ hereje” se estampilla en la frente de quien se atreve a disentir.
 
      Al puesto no llega cualquiera. Se alcanza a codazos o por desidia y casi siempre el cargo lo adorna el principio de la ley de Murphy que dice “ si un nombramiento puede salir mal, fijo que saldrá”
 
      Flanquean su mesa dos ayudantes voluntarios, uno se fue a por tabaco hace veinte años y volvió hace unos días, otro llegó a la militancia hace unos meses.
 
      El del tabaco hizo una despedida a la francesa en su tierna juventud. La excusa, si se dignó a darla, fue coral: novia, madurez, trabajo, sentar la cabeza...Durante decenios no quiso saber nada de sus antiguos compañeros, pringados del tres al cuarto. En su retorno pontifica y desprecia a quienes aguantaron el tipo, contradicciones personales incluidas.
 
      El neófito quiere hacer méritos y con el cuchillo entre los dientes está dispuesto a cercenar lenguas o cabezas de traidores y desleales.
 
      Los tres ejemplos tienen un nexo común: no les importa pisotear al militante que siempre estuvo, el que remó contra viento y marea durante decenios, el que se ganó fama de pesado en sus círculos por poner en el centro de la acción el “ programa, programa, programa”, el que no necesita para converger que ninguna cúpula lo ordene pues lleva haciéndolo en su actividad cotidiana desde siempre, el que no se asusta por intercambiar pareceres con compañeros situados en posiciones diferentes porque buscan lo mismo.
 
      Pero viene con un defecto de fábrica: siempre pensó que la organización era un instrumento para intentar transformar la sociedad y no una ermita para llevar flores y rezar. El poner el acento en los hechos y no en la apuesta estética le convierte en sospechoso.
 
      Los tiempos venideros no son de capillitas, son de heterodoxia. De apertura sin miedo. Quien tiene la mochila llena de lucha y honradez no va a ser arrastrado por ninguna riada. No sobra nadie, al contrario, queda mucha tarea de pegamento, de aunar conciencias con un objetivo compartido: la actual situación no puede continuar, la bestial hegemonía de clase que ha implantado la Oligarquía debe desaparecer.
 
      El 80 % de la sociedad suma siempre más que el 20 % y debe ser quien decida el rumbo. Es falso hablar del 1% frente al resto porque esa proporción no se corresponde con la de los dominadores, de los beneficiados por el Ordine Nuovo capitalista. Es más amplía. Pero ni de lejos, si logramos articularnos en un programa de mínimos vitales, son mayoría. Esa somos nosotros.
 
      Por eso el estupor debe sustituirse por la esperanza alegre.
 
  Mientras tanto libradnos Gramsci, Marx, Bakunin, Lenin y demás señores del panteón revolucionario de los guardianes del tarro de las esencias. Suelen utilizarlo para partir la crisma de quienes se atreven a matizar su cosmovisión.
 
La imagen superior se corresponde al  aguafuerte Duendecitos de Francisco de Goya, un grabado de la serie Los Caprichos
 
Juan Rivera es miembro del Colectivo Prometeo
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