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Virus_death.exe. Nueve notas sobre el capitalismo |
Imperio - Globalización económica |
Escrito por Higinio Polo |
Viernes, 19 de Octubre de 2012 00:00 |
Ahora ya es evidente que el capitalismo es un virus letal, ejecutable, que mata. Un virus que infecta a todos los organismos, desde los seres vivos a la economía, desde los medios de comunicación a las instituciones llamadas democráticas. La economía capitalista ha devorado el dinero del crimen. Los beneficios derivados del tráfico de drogas, de la trata y venta de seres humanos, de la prostitución, del juego y los casinos, de la extorsión mafiosa, de la venta clandestina de armamento por los traficantes, del robo amañado de las propiedades públicas, engrasan desde hace años las tuberías del sistema: desde los bancos suizos, hasta las entidades financieras norteamericanas y europeas, pasando por los hampones de los paraísos fiscales, el sistema financiero internacional se nutre del “lavado” de dinero del crimen.
La Mafia ha llegado a tener ministros en gobiernos, como en Italia, y controla una parte significativa de la economía del país. La mafia siciliana, napolitana, así como la norteamericana, rusa, francesa, japonesa o yugoslava, se relacionan con los grandes bancos y con las entidades financieras, y los organismos que deberían supervisar y garantizar los métodos honorables, cierran los ojos ante esa realidad. Hay territorios donde se ha llegado a una situación de emergencia: en Bulgaria, el antiguo jefe de los servicios secretos declaró: “Existen países que tienen Mafia. En Bulgaria, la Mafia tiene un país”. En Kosovo, esa caricatura de país, el principal dirigente mafioso es el presidente, Hashim Thaçi, que se inició siendo un traficante de drogas, prostitutas y órganos humanos y es un protegido de Washington. El sindicato del crimen ha penetrado en todos los sectores económicos, y compra voluntades en los tribunales, en la policía, en la prensa. En España, magistrados de la Audiencia Nacional pusieron irregularmente en libertad a uno de los jefes de la Camorra italiana, Antonio Bardellino, y lo mismo ha ocurrido en otros países europeos. En los antiguos países socialistas, lanzados al desastre capitalista, la situación es, simplemente, de emergencia. No todos los magistrados y policías son corruptos, ni mucho menos, pero la mugre invade muchas salas de vistas, despachos de abogados y cuarteles de policía, en el Este y en el Oeste de Europa, en Estados Unidos y en América Latina, y en muchos países de otros continentes. Por eso, la posible llegada a España del turbio magnate ultraderechista Sheldon Adelson, y de su engendro norteamericano de juego y prostitución, Eurovegas, no augura nada bueno. La gran banca internacional y los grandes empresarios actúan como lo hace el sindicato del crimen, recurriendo a la extorsión, el soborno, el fraude, el robo. Unos ejemplos bastarán, porque la lista sería interminable. Barclays, cuya manipulación del Libor le ha reportado gigantescos beneficios (el índice se utiliza para formalizar contratos que alcanzan un total de 300 billones de euros), como muchos otros bancos que han cometido delitos (JPMorgan Chase, Citibank, UBS, Deutsche Bank, HSBC, UBS, etc), son verdaderos estafadores, gángsters, sin eufemismos, mucho más peligrosos que quienes recorrían las calles de Chicago durante los años de la ley seca. El propio Senado norteamericano acusó, en julio de 2012, al banco británico HSBC (uno de los más importantes del mundo) de blanquear dinero del narcotráfico mundial. También los grandes empresarios recurren al delito: de las cien mayores empresas presentes en la Bolsa de Londres, noventa y ocho mantienen empresas subsidiarias en los paraísos fiscales. Se calcula que, entre las noventa y ocho, tienen más de ocho mil quinientas empresas subsidiarias. Solamente Barclays tiene 174 empresas subsidiarias en las Islas Caimán, que mantienen un tipo impositivo del 0 %. El fraude fiscal, a través de esos “paraísos”, a través de la contabilidad creativa, del simple engaño, alcanza proporciones gigantescas, que también asolan a los países pobres, cuyos empresarios y dirigentes depositan grandes sumas en los paraísos fiscales. La City de Londres y Wall Street son el centro de una gran red financiera que absorbe de nuevo ese flujo, de ricos y pobres, del hampa y de las mafias, y lo pone al servicio de quienes controlan el sistema financiero internacional. De hecho, son centros financieros podridos, sede de gángsters de las finanzas. Tax Justice Network ha calculado que, entre 2005 y 2010, la élite económica mundial evadió a paraísos fiscales casi 17 billones de euros, y estima que más de 6 billones evadidos pertenecen a unas 92.000 personas, cifra equivalente al 0,001 de la población del planeta. De manera que el sistema financiero lava el dinero del crimen, estimula la evasión fiscal y los delitos de las grandes empresas y capitalistas, y trabaja con los paraísos fiscales para aumentar las proporciones del robo. Los gobiernos e instituciones financieras internacionales no han dado el más mínimo paso para la prohibición de esos paraísos fiscales, y la idea de que es posible la autorregulación de los mercados financieros haría reír a carcajadas si su actuación no tuviera consecuencias tan dramáticas para el mundo. Tampoco se ha avanzado en la imposición de una tasa para las transacciones financieras, que, después de años de discusiones, Francia y Alemania presentaron ante el G-20. La radical oposición de Estados Unidos y Gran Bretaña, dejó la medida en un “reconocimiento” de que podría ser un instrumento útil para combatir la especulación financiera, y su aplicación a decisiones individuales de cada país, lo que equivale a hacerla inviable.
Las pérdidas y deudas privadas de grandes banqueros y empresarios están siendo reconvertidas en deuda pública, gracias a la connivencia de los gobiernos y a la utilización de la mentira y de un oscuro lenguaje que quiere ocultar el expolio. Los ciudadanos perderán sus ahorros: ya está ocurriendo en muchos países. Las garantías aseguradas a los depósitos de la población, un dogma según el credo liberal, se olvidan oportunamente cuando hay que salvar a quienes controlan los resortes de la economía capitalista. Hasta ahora, los rescates públicos han supuesto la entrega de 1,2 billones de euros a los bancos en sólo ocho países (Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, España, Holanda, Bélgica, Irlanda y Grecia). Otras fuentes elevan considerablemente esa cifra: en la democracia capitalista, los ciudadanos no tienen ni siquiera derecho a conocer las deudas que deberán pagar. El incremento de la deuda del Estado responde, en general, a la búsqueda de nuevos ingresos por la vía del crédito, a la utilización de recursos públicos para subvencionar a la economía privada, a la corrupción, y al despilfarro que ha favorecido a dirigentes políticos y a sus socios empresariales. En los inicios de la crisis, en 2008, Alemania facilitó a la banca una ayuda de casi 500.000 millones de euros, gracias a un acuerdo de democristianos y socialdemócratas, sin que se hicieran públicas las condiciones. En muchos otros países ha sucedido lo mismo. La deuda pública de cada país, además, es un cúmulo de estafas y malentendidos. Por eso, es razonable que hayan aparecido voces exigiendo auditorías públicas sobre el origen de la deuda. Lo piden en Grecia, España, Italia, etc. La solución neoliberal a ese embrollo consiste en privatizarlo todo, pese a los fracasos evidentes de anteriores privatizaciones: desde la impulsada en Gran Bretaña por Thatcher, hasta la desastrosa y criminal privatización de Yeltsin, pasando por las realizadas en sectores económicos de distintos países europeos, en Grecia, España, Holanda, Francia, Portugal, etc. Mario Draghi, el gobernador del Banco Central Europeo, lo ha dicho explícitamente: el Estado del bienestar ha muerto. El Wall Street Journal se hizo eco, y todo apunta a que la destrucción progresiva de las conquistas sociales que los gobiernos aplican no va a detenerse, si no se interponen gigantescas protestas de los trabajadores. Progresivamente, se reducen las pensiones de los jubilados. El capital financiero prepara la transformación de las pensiones públicas en privadas… cuyos fondos pueden desaparecer después, como ha ocurrido en muchos casos en Estados Unidos. En Alemania, la fortaleza económica de Europa, la pensión media continúa reduciéndose: ahora es de 950 euros mensuales, y, en otros países europeos, las pensiones son claramente inferiores. También los salarios se reducen, por la vía de la imposición o del pacto con sindicatos prisioneros del miedo. En España, casi la mitad de los trabajadores cobran salarios mensuales inferiores a mil euros, muchos, sin tener, además, seguridad en el empleo, y en Alemania aumentan los puestos de trabajo precarios y mal pagados. La precariedad ha aumentado en los últimos años, y el despido libre se ha convertido en el horizonte que tienen ante sí millones de trabajadores. Mientras tanto, la economía sumergida abarca proporciones notables: en algunos países representa más de una cuarta parte del PIB: es así en Italia, España, Grecia, Portugal. También es muy importante en Francia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, aunque en menor proporción. En todos los países capitalistas, el fraude fiscal cometido por empresas y rentistas acomodados alcanza proporciones inauditas: en España, los propios inspectores del Ministerio de Hacienda calculan un fraude anual de 80.000 millones de euros, de forma que los pobres pagan y los ricos defraudan. Además, las malas prácticas empresariales son moneda común: las mayores empresas españolas (Telefónica, Gas Natural, Endesa, y otras) han sido mul tadas por ello, y lo mismo puede decirse de la mayoría de las economías capitalistas. Es urgente acabar con esa situación, pero trabajadores y sindicatos están atemorizados.
Lo mismo podría decirse de muchos otros dirigentes políticos conservadores. Además, las políticas de austeridad que impulsan los gobiernos liberales no pretenden solucionar la crisis económica sino reducir los salarios, desmantelar la sanidad pública y reducir y privatizar las pensiones. Y, ante ello, da la impresión de que las elecciones no sirven, y los partidos políticos parecen revelarse como instrumentos inútiles. Gane quien gane los comicios, tiene el guión escrito desde Bruselas, Frankfurt y Nueva York. Por añadidura, la irresponsabilidad de muchos gobiernos impulsa sentimientos nacionalistas y xenófobos: muchos alemanes creen en una Europa del sur incompetente y perezosa, y, en muchos países, las dificultades económicas hacen surgir refriegas nacionalistas que enfrentan a unas regiones con otras. Sin embargo, por mucho que se entiendan los motivos, y las causas que lo han traído, el rechazo y el desdén por la política es profundamente reaccionario. Desde la Argentina del ¡que se vayan todos!, hasta los movimientos aparecidos en Europa y Estados Unidos al calor de la facilidad comunicativa de la telefonía móvil, que mantienen posturas semejantes, la solución no está en renegar de la política, sino en articular potentes fuerzas de cambio que se apoderen del escenario político. Nada de eso está entre los objetivos de la economía capitalista, ni existe un plan global para salvar el planeta, y el tiempo apremia: el informe mantiene que si la población continúa aumentando como hasta ahora, en 2025 los problemas serán ya muy graves, y, veinte años después, el mundo llegará a una situación límite. Y el hambre sigue siendo una plaga bíblica: Jean Ziegler recuerda que la tierra es capaz de alimentar a 12.000 millones de personas, y, sin embargo, aunque la población es poco más supervivencia. de la mitad, el hambre sigue siendo un jinete que cabalga sobre el apocalipsis: mil millones de hambrientos se arrastran por el planeta. Según Oxfam, terminar con el hambre en el mundo costaría apenas 66.000 millones de dólares anuales, el 3 % de los gastos militares mundiales. En julio de 2012, la británica Glaxo, una de las mayores farmacéuticas del mundo, fue multada con 2.400 millones de euros por, en palabras del gobierno norteamericano, cometer “el mayor fraude sanitario” en el país. Los especialistas en ecología llevan años documentando el desastre, y mientras buena parte de la población del planeta resiste, o muere, en la difícil lucha por la existencia, millones de personas del mundo capitalista desarrollado cierran los ojos a la vida real, embriagándose (enajenándose, decían los viejos maestros) con las luces brillantes de las mentiras televisivas. Consume porquería, absorbe el detritus del sistema, escucha a los mercenarios de la televisión y la prensa, e ignora, si puedes, que, encadenado al televisor, no hay futuro. De manera que confórmate, y acaricia la esperanza de que a ti no te lleguen las desgracias, o de que, si te llegan, podrás resistir, porque no hay alternativa, no puedes hacer otra cosa. ¿O sí que hay alternativas? ¿Quieres hacer la revolución? No, no quieres, pero no vas a tener más remedio que hacerla si no deseas que sigamos consumiéndonos, encadenados al miedo. No es nada nuevo, precisamente, pero conviene recordarlo: el capitalismo es un virus mortal para la especie humana y para el planeta. El capitalismo es un virus letal, ejecutable, que mata. Y tienes que estar preparado para defenderte. --------------
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