Ratzinger y Rouco enaltecen el adulterio PDF Imprimir E-mail
Laicismo - Crítica a la jerarquía católica
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Lunes, 31 de Diciembre de 2012 03:46

RoucoLa secta catolicorromana ha vuelto a reunir a su camarilla en la madrileña plaza de Colón, para celebrar la que denominan misa de la familia. El último domingo del año cortan el tráfico por la principal arteria de Madrid, con autorización de la autoridad gubernativa y colaboración de la policía del Ayuntamiento, encabezado ahora por la señá Botella, numeraria de la subsecta de los legionarios de Cristo, la fundada por el gran pederasta internacional Marcel Maciel.

 

Es un acto que se presenta como religioso, para reivindicar la importancia de la familia, ya que en opinión de los organizadores se ha devaluado en la sociedad actual. Son tan religiosos que llevan banderas monárquicas e incluso de la época dictatorial, verdaderamente muy semejantes. Cuando gobernaba el partido Pseudo Socialista Obrero Español (PSOE) clamaban contra él, acusándole de poner en práctica una política para acabar con los vínculos familiares. Ahora que los gobiernos nacional, autonómico y local están en manos del partido que se dice Popular, que es el de los manifestantes, continúan protestando, porque le reclaman que derogue las leyes vigentes sobre la interrupción legal del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, y el divorcio, ya que en su opinión son contrarias a la familia según ellos la entienden.

Algunos correligionarios prefieren ignorar estos sucesos, pero yo aseguro por mi honor que escuchar sus discursos constituye el espectáculo más hilarante posible para terminar el año con sana diversión, y además gratuita. Es un espectáculo que aconsejo a las muchas personas que se deprimen en los días navideños, a consecuencia de los mensajes que debemos aguantar, porque cura radicalmente cualquier vestigio de melancolía. Los de este año han superado todas las expectativas, porque además de los regurgitados por sus máximos líderes, contaban con unas estrellas invitadas realmente insuperables. Voy a comentar algunos de los disparates escuchados, porque los medios oficiales de comunicación de masas los tergiversan en sus informaciones, sin duda para evitar la excomunión.

 

La crisis familiar

 

Había que ver desgañitarse a Kiko Argüello, el fundador de la subsecta llamada del camino neocatecumenal. Este cafre que se las da de pintor y músico, además de teólogo y visionario, celebra las reuniones de su pandilla, conocida como los kikos, en el Valle del los Caídos, para rezar sobre la tumba del dictadorísimo y pedirle inspiración. Acaba de editar un libro titulado El kerigma, prologado por el minicardenal Antonio Cañizares, ese tan corto de mente como de talla. Si no fuera tan caro, acabaría siendo número uno entre las publicaciones de humor negro.

En su larga intervención presentó un panorama apocalíptico de la sociedad actual, y aseguró urbi et orbi que él es el tercer ángel anunciador de buenas nuevas, lo que hizo a la multitud bramar entusiasmada. Denunció claramente, porque don Kiko no le teme a nadie, los males sociales que están destruyendo la civilización: “El divorcio, el aborto, Auschwitz, el problema de la libertad.” Y este sujeto anda suelto por la calle, y además cuenta con un grupito de seguidores, e incluso se le autoriza a pintarrajear los templos, como ha hecho en la catedral de la Almudena, que tan cara nos ha costado. El templo es feísimo, pero pintado por él se vuelve horroroso.

Inefable resultó asimismo la intervención del único, el auténtico, el inconmensurable Juan Antonio Reig Pla, el obispo nocturno de Alcalá, el que escupió una inolvidable homilía el pasado viernes santo, contra los que él llamó hombres nocturnos que se solazan con otros hombres. Eso está muy mal, aseguró el obispo, ya que menoscaba la procreación y deteriora a las familias. Por eso hay que quemar vivos en la hoguera a los hombres nocturnos, como siempre hizo el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, aunque antiguamente los llamaban de otras maneras menos originales. Los obispos, curas y frailes no aceptan a los hombres nocturnos, ellos prefieren a los monaguillos, carne joven para saciar sus vicios. Es lamentable que la patria de Cervantes y Azaña esté regida eclesiásticamente por este mentecato lenguaraz, al que aplauden con fervor sus acólitos nocturnos.

La frase más lapidaria que vomitó en la plaza de Colón fue la siguiente: “Sin hijos, España no tiene futuro.” Ni Botsuana tampoco, vaya un descubrimiento. Si no se produjeran nacimientos, la raza humana acabaría por desaparecer, eso es tan trivial que solamente a un obispo nocturno se le podía ocurrir anunciarlo. Además, si no nacieran niños, ¿cómo iban a satisfacer sus apetitos lujuriosos los clérigos? A procrear, familias, que hay muchos curas y frailes todavía a los que dar satisfacción.

 

La familia es inanulable

 

El que se llevó más aplausos y vítores de la muchedumbre catolicorromanizada fue el cardenal arzobispo de Madrid, el inefable Rouco. Lucía un elegante gorro nuevo y unas preciosas sayas blancas, aunque seguía pareciendo un mamarracho. Concelebró la misa con cuarenta obispos, lo que nos hace recordar a Alí Babá y los suyos. En su homilía pronunció frases tan indelebles como éstas: “Ninguna crisis, aunque suponga e incluya los mayores y más horrendos pecados del hombre, jamás podrá interrumpir, y menos anular, a la familia.” Los más horrendos pecados son los cometidos por los eclesiásticos pederastas a lo largo de todo el mundo. La profundidad metafísica de sus palabras podría buscarse en el hecho constatable de que la crisis económica retrae a las familias a la hora de procrear. Pero eso afecta únicamente a los pobres, gente con la que no mantiene relaciones la jerarquía eclesiástica romana.

El meollo de su mensaje, no obstante, lo constituyó su declaración de “fe en la verdad de la familia cristiana reflejada, posibilitada y fundada de modo pleno y definitivo en la sagrada familia de Nazaret, en la familia de Jesús, José y María”.

Un refrendo de tal afirmación vino también de su jefe, el dictador del presunto Estado Vaticano, el nazi Ratzinger, ahora apodado Benedicto, quien se dirigió por videoconferencia a sus fieles de la plaza de Colón con este deseo: “Que Jesús, María y José sean ejemplo de la fe y el amor y fortalezcan la vida de los hogares.” Hay que imitarlos, pues, si queremos que la Iglesia romana algún día nos declare santos.

 

Un adulterio ejemplar

 

No es fácil comprender que estas máximas autoridades de la Iglesia romana propongan como ejemplo de familia perfecta a una fundada sobre el adulterio. Según explican los evangelistas Mateo y Lucas, cuya autoridad nunca pone en duda ningún cristiano, José no era el padre biológico de Jesús, sino que aceptó mansamente cargar con el hijo concebido por su esposa como si fuera suyo, a sabiendas de que no lo era con absoluta seguridad, puesto que no había mantenido relaciones sexuales con ella. De modo que esa familia se formó a partir de un adulterio consentido. Los evangelistas no vuelven a acordarse de José desde que regresó de Egipto, mientras recuerdan a María hasta el final de la vida de su hijo, así que el papel que le asignan en la familia es muy reducido, además de poco brillante.

Ratzinger y Rouco postulan, en consecuencia, la comisión de adulterios para consolidar las familias. Es lógico, dada la corrupción de la Iglesia vaticana, la nueva Sodoma que trafica con indulgencias para sostenerse y pagar indemnizaciones a las víctimas de la pederastia eclesiástica generalizada. Sus acólitos mantienen que el matrimonio es un sacramento indisoluble, pero mediante el pago de una tasa se declara nulo cualquiera, por muchos hijos que tenga. Sus templos están llenos de imágenes presuntamente milagreras, cada una con un cepillo al lado para echar la limosna que soborne al santo o la virgen a los que se pide el prodigio. Reclaman libertad para su secta en los países en los que es minoritaria, pero imponen sus preceptos en los que dominan y acallan a las restantes creencias.

Como ha sucedido históricamente en la España que mereció el título de reyes católicos para todos los suyos desde Isabel y Fernando debido a su celo inquisitorial, esta nación consagrada al sagrado corazón de Jesús por Alfonso XIII, dominada por el dictadorísimo llevado bajo palio en las iglesias, o regida por el rey católico Juan Carlos I, que es un ejemplo de esposo, padre y suegro, vigilante siempre para asegurar el bienestar material de su familia. Ignoramos lo que opinará su majestad católica sobre ese modelo familiar basado en el adulterio que nos proponen Ratzinger y sus secuaces, aunque como fidelísimo hijo de la Iglesia catolicorromana tendrá que aceptarlo.

 

Una injerencia intolerable

 

Pero los españoles no tenemos por qué seguir tolerando la injerencia en nuestros asuntos internos del jefe de un Estado extranjero, como es el Vaticano, con el que mantiene excelentes relaciones diplomáticas el reino de España. Cierto que lo está haciendo desde la conversión de Recaredo, pero ya va siendo hora de que se ponga fin a esa intromisión intolerable.

Los servidores del Estado Vaticano, cardenales, arzobispos, obispos, abades mitrados, frailes, curas, monjas, sacristanes y monaguillos no deben atreverse a criticar leyes promulgadas en el reino de España, por mucho que les disgusten. Si no quieren acatarlas, que se marchen al Vaticano, en donde no tiene vigencia esa legislación que tan dañina les parece. Es verdad que los anacrónicos guardias suizos cometen adulterios y matan para ocultarlos, y que en los círculos del Vaticano mueren los banqueros extrañamente, y los mayordomos roban a sus amos en cuanto se descuidan, pero el papa los perdona y allí no pasa nada, porque todo se hace a la mayor honra y gloria de Dios.

¿Cuánto nos ha costado a todos los madrileños la celebración de esa mascarada en la plaza de Colón? Por curiosidad, sin segunda intención. Y todavía no hemos pagado los siete mil millones de euros que nos dejó de pufo el muy católico alcalde Ruiz Gallardón, más conocido por su apodo de Derrochón.