Capítulo VI: 'Estampas del abuelo perdido' PDF Imprimir E-mail
Biblioteca - Revistas
Escrito por José María García Labrac   
Domingo, 15 de Noviembre de 2020 17:23

Sexta entrega de Leyendas de los Nuestros, la serie de historias y anécdotas familiares de José María García Labrac. ¿Te animas a seguir viajando por la memoria íntima y colectiva de varias generaciones de granadinos? En este capítulo, ¿nos ayudas a buscar al abuelo perdido? Porque fueron, somos; porque somos, serán.

Granada, 1942.

Un adolescente de apenas 17 años se inscribe como socio del Granada Club de Fútbol, el equipo de sus amores. En el carné que le expide la entidad, válido para localidades de preferencia durante la temporada liguera 1942-43, consta como el socio número 37 de aquella campaña granadinista.

El chaval se llamaba Antonio García López (1925-1977) y con el tiempo se convertiría en mi abuelo paterno (en realidad, a efectos del Registro Civil, su nombre completo era Antonio Federico Plácido García López). El mono de obrero que el abuelo viste en la fotografía del carné delata que ya estaba trabajando para Albert Gaertner Kleinert, don Alberto el Alemán, un empresario e inventor teutón que comerciaba con motores, radios y aparatos de rayos X, entre otros artilugios, en una tienda de la calle Pan, cerca de la Plaza Nueva (la calle del famoso bar León, uno de los templos de la tapa nazarí).

 

 

La empresa, denominada Electro-Técnica Alemana, vendía las máquinas de rayos X al Hospital Militar del Campo del Príncipe. Gracias, en parte, a los contactos de Gaertner con el Ejército franquista, Antonio consiguió, un lustro después, un empleo como cerrajero en Santa Bárbara, la fábrica de pólvoras de El Fargue, entonces todavía propiedad del Estado (entró en la factoría en 1947, tras la visita multitudinaria de Eva Duarte de Perón).

 

El bisabuelo de José María, Plácido García Coca, posando junto a sus hijos Manuel, Rafael y Luis, durante su etapa en el Cuerpo de Seguridad y Asalto (hacia 1939).Su progenitor, mi bisabuelo, Plácido García Coca (1899-1956), tampoco fue ajeno del todo a la colocación. Camarero, cocinero y camisa vieja de la Falange (militante del partido de José Antonio Primo de Rivera antes del golpe de Estado del 18 de julio), era un personaje poliédrico, guardia de asalto en la Granada sitiada de la contienda civil y, posteriormente, colaborador de la guerrilla antifascista, dando refugio a los maquis en su fonda del barrio del Boquerón, sita en el nº 18 de la calle Nueva del Santísimo, en las proximidades de la Gran Vía y de San Juan de Dios. En los cuarenta aún conservaba amistades de la guerra de Marruecos, en la que sirvió como cocinero de la tropa y de la oficialidad (siempre aseguró que guisó incluso para el mismísimo general Franco, en su época africanista), por lo que continuaba teniendo mano en el ambiente castrense.

Al comenzar la temporada 42-43, el Granada C.F. era aún más joven que mi abuelo Antonio. Lo habían fundado, como Club Recreativo Granada, once años antes, en abril de 1931, el mismo mes en el que se proclamó la II República Española. Sus goles y victorias atenuaban la dura posguerra de la clase obrera granadina, atrapada en una pequeña ciudad de provincias por el miedo, el hambre y la represión.


Granada, 1972.

Han pasado tres décadas y el chico se ha transformado en un hombre maduro, casado y padre de tres hijos. Lleva 25 años en Santa Bárbara y reside con su familia en una casita de la calle Tánger, en pleno Polígono de Cartuja. En una fecha nada inocente, el 1 de mayo, recibe la tarjeta de identidad que le acredita como el 72º miembro de la Asociación de Vecinos de la barriada.

Las asociaciones de vecinos fueron una palanca fundamental de la oposición democrática durante la última etapa de la dictadura de Franco. Estas entidades, promovidas en Granada por el PCE, el cristianismo de base, la izquierda radical (en sus múltiples variantes) o el movimiento andalucista, supusieron el bautismo de fuego de la participación política para muchos ciudadanos de los barrios periféricos de nuestra tierra.

El mayor de los hijos varones del falangista sui géneris ponía su granito de arena en la lucha por el cambio, comprometiéndose para intentar mejorar las deficientes condiciones de vida de los habitantes de la Zona Norte (aún libre del veneno de la droga).


Granada, 1977.

El futuro abuelo muere de un derrame cerebral, a punto de cumplir 52 primaveras, sin llegar a conocer a ninguno de sus cuatro nietos (el primero de ellos, el que suscribe, no nacerá hasta 1985). Mi padre hereda su puesto en la fábrica de pólvoras.

Granada, 2011.

Un compañero de trabajo de Santa Bárbara entrega a mi padre una vieja foto de Antonio, tomada el 28 de junio de 1945, en el aeródromo sevillano de Tablada, durante su período de mili en el Arma de Aviación. Días atrás, Pedro Fernández Cano, hijo del mejor amigo de mi abuelo, José Fernández Villafranca, Villita, y sobrino nieto de la dirigente socialista Matilde Cantos Fernández, había encontrado la imagen en la vivienda paterna, una vez fallecido Villita en 2006.

 La instantánea, de la que desconocíamos su existencia, me impacta profundamente. Descubro que soy la viva imagen de Antonio, el referente perdido que siempre me ha obsesionado (el parecido se acentuaba por mi “delgadez” de entonces).


Granada, 2020.

La figura del abuelo desaparecido es uno de los acicates que me impulsa a investigar el pasado de los míos, un camino que actualmente sigo recorriendo para poder encontrarme a mí mismo.

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José María García Labrac

Presidente de la asociación Granada Republicana UCAR

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FUENTE: El Independiente de Granada