El miedo nunca conquistó derechos Imprimir
Servicios Públicos - Sanidad Pública
Escrito por Jordi Évole   
Domingo, 26 de Abril de 2020 04:24

Hace días que vuelve a casa, ­pero no cuenta mucho del trabajo. O casi nada. No le­sale. Está agotada y triste. No la conozco personalmente. Hablo con ella por videollamada, que es la manera que he tenido de ver el mundo durante estas seis semanas interminables. Es curioso porque a pesar de la lejanía con la persona con la que hablo, el nivel de inti­midad que se alcanza es enorme. Misterios de la comunicación.

Tiene una de las miradas más limpias que recuerdo. Pero ella opta por evitar que la crucemos, como si no quisiera que la vieran. No sé si es timidez. O nerviosismo. O una forma de reprimir las lágrimas, algo que consigue perdiendo su mirada en el techo.

Ana lleva más de treinta años trabajando en residencias; está cansada de que ahora les llamen héroes Ana lleva más de treinta años trabajando en residencias, Es una veterana.le ha tocado estar en la zona cero de la pandemia

Lleva más de treinta años trabajando en residencias de ancianos. Es una veterana. Y le ha tocado estar en la zona cero de la pandemia. En su residencia vivían 140 ancianos. No quiere decirnos el número de los que ya no están. Pero se intuye que faltan muchos. Esta mañana se fue otro. Cuenta que ya no hay risas ni jaleo. Sólo silencio, cuando en la residencia siempre había bullicio. Y ese silencio la estremece. Tiene la sensación de trabajar en otro sitio. Porque igual ya es otro sitio.

Las primeras muertes ni se achacaron al coronavirus. Se relacionaban con patologías previas de los ancianos. Hasta que la cosa fue insostenible. Porque un día morían tres. Y al día siguiente otros tres. Aunque tampoco podían confirmarlo porque los primeros test no les llegaron hasta hace poco más de una semana. “Nadie está preparado para algo así. Ver morir a alguien con quien has estado conviviendo diez años… está siendo tremendo” .

El centro en el que trabaja Ana es público de gestión privada. Ella no entiende que haya servicios públicos que se conviertan en negocios. “Las empresas buscan beneficios. Y cuando buscas beneficios y no sólo el bienestar de los residentes, está claro que vas a recortar por algún sitio. Piensan en el beneficio de algunos en vez de en el beneficio de las personas mayores”. Las administraciones lo saben, pero algunas fomentan ese sistema.

Ella sufre los recortes. Cuando sale del ­trabajo, agotada y con la sensación de no ­haberlo hecho como se debería hacer. ­Cuando no puede atender correctamente, porque le ­dicen que en diez minutos tiene que bañar a una persona, y vestirla, hidratarla, peinarla. Y es imposible. Y tiene que correr, porque hay más personas esperándola para ser atendidas.

Trabaja 35 horas semanales. Y el salario no llega a 1.000 euros. Si trabaja un domingo, 18 euros más. El día de Navidad, 33. Hay compañeras que tienen que trabajar en dos sitios a pesar de lo dura que es su profesión. Por la mañana en una residencia y por la tarde o la noche en otra.

Pero describe su trabajo como algo pre­cioso. “Es de los trabajos más bonitos. Sin ­duda. Un trabajo socialmente infravalorado. Económicamente infravalorado. Pero es un trabajo maravilloso. El poder compartir, el poder dar cariño a esas personas. Hay gente que no tiene familia, o no vienen a verlos. ­Poder cuidarles y reírnos con ellos es un ­regalo”.

Ana está cansada de que ahora les llamen héroes. “Odio lo de héroes o heroínas, no lo somos. Simplemente, ahora que el país está parado, somos fundamentales. Y tenemos que estar ahí, al pie del cañón. Pero no por ello tengo que considerarme una heroína, para nada”. Más que heroicidades, Ana reclama dignidad para su profesión. “La dignidad de nuestra profesión conlleva la dignidad de la vida de nuestros mayores”.

A mí me sorprende que lo cuente con tanta rotundidad, sin miedo a represalias en su ­empresa. “No vale el miedo. Es mi máxima, con el miedo no vamos a ningún sitio. Tenemos que seguir luchando por su bienestar y por el nuestro. Claro que lo cuento, lo contaré siempre. Porque el miedo nunca conquistó derechos”.

Viñeta de Martín Tognola

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Fuente: La Vanguardia