Un teatro que se atreve a hablar de nuestra historia reciente Imprimir
Cultura - Cultura / Teatro
Escrito por Javi Álvarez   
Lunes, 25 de Marzo de 2013 00:00
Cartel de la obra de teatro Transición
Dicen Alfonso Plou y Julio Salvatierra, los autores de Transición, que «una sociedad para existir debe contarse a sí misma, y la Transición es un período trascendental de nuestra historia cuya revisión, desde la ficción escénica, puede ayudarnos a comprenderla y a comprendernos mejor». Esa es la sana intención de la obra de teatro: mirar hacia atrás y hacia dentro, a lo que somos, a nuestro propio país. No hay flor sin tallo, ni tallo que no tuviera raíces.
 
Transición no echa la vista demasiado atrás, simplemente al comienzo de la democracia, al momento que sirvió para dejar atrás cuarenta años de dictadura y que pensábamos que traía aires nuevos. Pero lo cierto es que las ventanas no estaban demasiado abiertas, alguna rendija a lo sumo, porque Franco dejó atado lo que vendría tras él. En Transición vemos la relación continuista entre Franco y el rey Juan Carlos. No lo oculta y quizá la mejor broma de toda la función sea el falso juramento del rey -en aquel momento príncipe- como sucesor. Jurar mantenerse fiel a los principios del movimiento le desacredita obligatoriamente como paladín de la democracia. Puede parecer que estoy corriendo demasiado empezando primero por este punto, así que me toda explicar por qué elijo comenzar por esto. Lo hago porque esa decisión de no esconder el pasado del monarca sitúa la obra en su justo lugar, lejos de tanto documental de loa a la gran labor de los que participaron en la Transición y a lo «requetebién» que lo hicieron todo. No es eso lo que se pretende en esta obra. La primera pregunta que se nos hace es cómo un cambio de régimen tiene en sus dos actores principales a un ministro de Franco y a un rey que había jurado lealtad al dictador y si ese hecho lo desacredita. Desde ese lugar nos llega un disparo a bocajarro: ¿hubo intención de transformación verdadera o fue todo un simple enjuague?

Ahora sí, ya puedo rebobinar y empezar por el principio. Transición es un proyecto para el Centro Dramático Nacional de tres de nuestras compañías de teatro, L'Om Imbrebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple, que han trabajado juntas, colaborando y realizando diversos talleres con sus actores y equipos, para gestar la obra. El montaje actual se establece mediante un proceso de recuperación y selección que implica un consenso y una apuesta. No son muchos los textos dramáticos sobre nuestro pasado reciente que se suben a un escenario. Menos aún los que lo hacen con valentía y con intención de cuestionar los tópicos asumidos.

La composición de Transición se realiza a través de integrar cuatro partes diferenciales que permiten repasar los hechos históricos desde diferentes prismas. Nos encontramos en cuatro lugares distintos a la misma vez: una clínica en la que ingresa un paciente que sufre una cierta memoria alterada, en mitad de la grabación de un debate televisivo sobre la Transición, en el presente recordando la música y televisión de la sociedad de entonces y dentro de una sátira sobre la sociedad que formó la propia transición. Una y otra parte se van intercalando, incluso mezclando para que la historia converja.

La representación comienza por un hombre que ingresa en un sanatorio. Se llama Adolfo y tiene unos recuerdos que podrían ser los del primer presidente de nuestra joven democracia. Pero todo recuerdo es una reconstrucción personal, en cierta forma embellecida, que transforma la realidad de lo que ocurrió y por tanto una interpretación. Esta parte se utiliza como método directo para repasar los hechos fríos que le sucedieron a Suárez, sus reuniones a puerta cerrada. También se utiliza para empujar al espectador para que empatice con el personaje principal y en cierta manera lo convierta en una prolongación suya, porque a veces, a Adolfo, se le nubla la cabeza y su desmemoria es la nuestra.

El debate televisivo, por el contrario, se utiliza para fijar posturas y enfrentarlas. Es el momento de las justificaciones. Cada parte defiende su opinión y su punto de vista sin que la obra se incline hacia ninguno de los dos lados. Esa equidistancia aséptica señala luces y sombras y obliga al espectador a navegar entre ellas, a que reflexione sobre los hechos históricos a la vez que se ve obligado a hacerse las preguntas que flotan en el aire, como por ejemplo el sentido que tuvo la Transición y de qué forma condicionó toda nuestra realidad posterior.

Lo más lúdico está en esa parte dedicada a la nostalgia donde se recupera la música y la televisión de entonces vista con la distancia del ahora. Los hechos vividos son mostrados en su realidad sobre las paredes y reinterpretados por los personajes, mirándolos con cierta añoranza, pues en el fondo representan un tiempo en el que éramos más jóvenes y juventud y felicidad suelen ir de la mano. Esta parte da pie a varios número musicales que desmitifican aquellas canciones a la vez que las usan para sus propósitos teatrales.

Entroncado con lo anterior surge también un apartado satírico sobre la España que nos dejó la Transición, una España ridícula que aúna progresía convertida en clase alta, tradición, cantautores, corrupción entre el poder judicial y los ayuntamientos, modernidad transvestida y herencia franquista. Así es nuestro presente.

El elenco completo en una escena de la obra Transición
El elenco completo en una escena de la obra Transición
Los disparos suenan más fuertes sobre un teatro. Por eso no es extraño llevarse la impresión de que en nuestra historia reciente hay muchos tiros. Por el escenario desfilan la matanza de los abogados de Atocha, un atentado de ETA y el golpe de Estado del 23F. Vistos así resultan tan estruendosos como dramáticos, pero forman también parte de nuestra transición política.

Transición es también un repaso rápido de los puntos que considera más estratégicos en la vida política de Adolfo Suárez. Se detiene un instante en cada uno de ellos, lo recrea o lo explica y sigue. La primera conversación con el rey, su paso por TVE, su relación con Torcuato, la apuesta del rey por él, las elecciones, sus decisiones que se van desviando de lo previsto, las autonomías con su café para todos, la charla con Carrillo para legalizar al PCE a cambio de sus tres cesiones, su renuncia… Veo en esa velocidad para tratar tantos asuntos un cierto guiño de Adolfo (Antonio Valero) a Groucho Marx, que se acentúa en alguna de sus conversaciones con otros personajes.

Transición reconstruye fragmentos de los discursos de Suárez en dos sentidos, para constatar su pensamiento y como medida de comparación, en oratoria e ideales, que nos pueda servir para medir la valía de la casta política de entonces y la de ahora. Así le escuchamos decir «esta España que ya es políticamente de todos debe comenzar a serlo en lo social, en lo económico y en lo cultural». Y luego viene el tirón de orejas cuando Suárez confiesa que él hizo su parte y mirando al espectador le insinúa a éste que haga ahora la suya, que vuelva a luchar. Si queremos un cambio, tenemos que ganarlo entre todos; ser cada uno de nosotros los que empujemos saliendo a la calle y empezando una nueva revolución.

 

 

Transición es un proyecto de las compañías L'Om Imbrebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple que se estrena en el Centro Dramático Nacional y que estará en escena hasta el 7 de abril
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Fuente: La Isla Inexistente es el blog de Javi Álvarez