Felipe, mientras sea un rey nieto de Franco, sus discursos, por Nochebuena o Carnavales, son ilegítimos Imprimir
Monarquía - Felipe VI
Escrito por José Juan Hdez / UCR   
Miércoles, 24 de Diciembre de 2014 19:20

Este año será otro miembro de la familia propietaria de la jefatura del estado en España, Felipe, hijo de Juan Carlos el ahijado de Francisco (Franco), quién exprese, al borde del inicio de las cenas familiares, sus mejores deseos para todos nosotros.

Imagino la emoción de la anciana con una pensión de 400 euros que la ve aumentada, gracias a la institucionalizada subida-insulto del 0,25% hasta 401 euros. O el placer del minimalista salarial que transita de los 645 a los 648 euros, por el desmelenamiento gubernamental del 0,50%. O el llanto (digno del anuncio de una lotería que nos dejará un par de tristes lecciones ejemplares: Dios aprieta pero no ahoga y le otorga un premio a una familia gaditana con 10 parados y, por otro lado, la canallada ideológica del que bonito es repartir, siempre y cuando ciertos dineros mantengan su intocabilidad) del parado, o parada, de larga duración y sin prestación, que ha visto, con formalidad merecedora de un gran tratado, después de áspera lucha sindical, la firma del acuerdo Rajoy-Toxo-Méndez que le permitirá cobrar durante 6 meses no prorrogables la ingente cantidad de 426 euros.

 

Estos grupos humanos estarán hoy pendientes de sus palabras joven Borbón. Palabras que mañana (quizás hoy o ayer ya) serán repetidas hasta la saciedad y debidamente ponderadas y, con mayor o menor grado de pudor o sonrojo, halagadas por el 90 % de los periodistas o escribientes que tienen las principales vías de acceso (televisivas) a los hogares. Palabras que redundarán en esa estupidez magna que es la igualdad de todos los españoles ante la ley. El gran logro de la revolución burguesa no fue la igualdad ante la ley sino, para dominar con mayor sagacidad, establecer, al contrario que en las estructuras estamentales del medievo, las mismas leyes para todos. Después, aunque no fuera comandante, llegaba el Botín de turno con su ejército de leguleyos y creando su propia doctrina para evadir la cárcel, mandaba a parar.

Al enemigo hay que reconocerle sus méritos, aunque juegue con ventaja. En junio mandaron al Borbón viejo, ya impresentable, entre lengüetazos dignos de un gran danés, a criar polvo en la estantería de la historia. Su padre, Felipe, llevaba camino de hacernos felices a los republicanos del estado español. Un tiempito más con el abuelete haciendo de las suyas, y sin necesidad de dar un palo al agua estoy asistiendo en la Plaza de la Feria (ubicación de la Delegación del Gobierno en la ciudad de Las Palmas de G.C.), entre lágrimas, al izado de mi amada tricolor. Pero no. Cada vez percibo más que la operación juventud al rescate de la monarquía, que fue su acceso al trono, tiene bastantes visos de ser exitosa. Creo que muchos republicanos agachados, vulgo juancarlistas, que estaban en un tris de abandonar a su padre y ponerse el gorro frigio y la escarapela tricolor, empiezan a mirarlo a usted con arrobo y a defender nuevamente (o viejamente) la utilidad de la monarquía "como factor, no partidista, de equilibrio político".

Es arriesgado lo que voy a decir, pero pienso que el procesamiento de su hermana y la pira carcelaria en la que va a arder su cuñado, pueden ser elementos que le prestigien ante un pueblo que incomprensiblemente (mi racionalidad, que a veces se abisma en la locura, me mata) no siente vergüenza de tener rey. La valentía del juez Castro puede ser para usted mejor aliada, más útil, que la sumisión a palacio del fiscal Horrach. Su abuelito político dicen que masculló, ante el último viaje de Carrero, esa sentencia que defiende la capacidad didáctica del mal. Su hermana puede ser, hábilmente llevado el asunto, un mal que le venga muy bien, que le permita resaltar su figura de hombre justo que no busca, al menos aparentemente, vericuetos que salven a su parentela. Como paisaje de fondo tiene usted a una serie de partidos, entre ellos el PSOE, con alma de palmeros, pidiendo que Cristina renuncie a esa ridiculez llamada derechos dinásticos. Ser, o decirse, socialista, con la enorme carga histórica de lucha igualitaria que tiene esa palabra, y pedirle a Cristina Federica que renuncie a sus derechos al siempre infausto trono, es más patético que vergonzoso.

Felipe, en su medio año no parece, justo es reconocerlo, un patán cierto y un falso campechano. Pero no va usted a pronunciar (o ha pronunciado ya, da igual) el único discurso legítimo que tiene a su alcance, aquel donde inste al gobierno a preguntar a los españoles si quieren seguir con la monarquía. Aunque se lo diga un enemigo declarado, quizás sería su gran jugada maestra.

 

Artículo también publicado en la página personal del autor:  Blog de José Juan Hdez