Reconciliarse con el fascismo Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Olga Rodríguez   
Domingo, 20 de Diciembre de 2020 09:55

Falta pedagogía y formación democrática en ambientes clave. Hay sectores que creen que ambos bandos son equiparables, situando al mismo nivel a los demócratas y a los fascistas. No hay reconciliación pendiente con el fascismo, porque con el fascismo ninguna sociedad democrática debe reconciliarse.

Varios centenares de personas han firmado estos días una petición para que haya en el Parador de San Marcos de León -antiguo campo de concentración franquista- un memorial visible y permanente que homenajee a las víctimas que allí sufrieron cárcel, tortura o asesinato. Entre los firmantes hay historiadores, catedráticos, familiares de víctimas, escritores, actores, músicos, periodistas, ciudadanos con profesiones muy diversas.

La petición expresa el deseo de que dicho homenaje esté presente en el hotel, para que se dé a conocer un hecho oculto e incluso negado en ciertos sectores. Sería conveniente también que no solo indicara que allí hubo víctimas, sino que señalara que dichas víctimas lo fueron del golpe de Estado y del franquismo, para que los visitantes de la hermosa ciudad de León -imprescindible conocerla- puedan informarse más y mejor. Hay en demasiados lugares de este país placas que hablan de víctimas sin indicar por qué lo fueron ni quiénes fueron los verdugos.

Como en otros muchos lugares de España, en León no hubo guerra ni dos bandos enfrentados más allá de unas horas, porque el golpe triunfó casi de inmediato. Es decir, no hubo dos grupos armados disparándose entre sí durante semanas, meses o años. Se produjo una toma ilegal del poder a través de las armas y de las amenazas. Y, tras ello, se impulsó una 'limpieza', siguiendo un plan de ejecución que se repitió de forma similar, con el mismo modus operandi, en otros muchos lugares.

Ese plan consistió en perseguir, arrestar, torturar, robar e incluso asesinar a personas cuyo único pecado era tener ideas políticas contrarias al golpe militar ilegal. Miles de personas fueron sacadas de sus casas, llevadas a campos de concentración y fusiladas por el simple hecho de ser republicanas, por no haber apoyado el golpe, por defender principios de libertad e igualdad.

Nuestro país sabe demasiado poco sobre esa persecución sistemática, porque aunque sí ha sido estudiada, analizada y descrita por académicos, no ha habido una voluntad clara por parte de gobiernos e instituciones de difundirla a través de su estudio en colegios e institutos. Ha sido negada, silenciada o escasamente mencionada en los espacios de divulgación.

También se conoce poco el papel clave del nazismo en España y sus alianzas con el franquismo. León, por ejemplo, fue sede de una base aérea de la Legión Cóndor, unidad militar del ejército nazi. Algunos militares alemanes se alojaron en casas de leoneses que tenían familiares encarcelados por sus ideas. Era habitual verlos por las calles de la ciudad, con buenos uniformes en una época de escasez. Los chavales les pedían cigarrillos al grito de "¡alemán, caja finis!" -como relata Antonio Gamoneda en sus memorias-, las esvásticas adornaron las calles leonesas y Franco acudió a la ciudad para agradecer a los nazis los servicios prestados.

San Marcos se convirtió en uno de los grandes campos de concentración del franquismo, y en uno de los más crueles. Por allí pasaron defensores de la democracia que terminaron fusilados en Puente Castro o arrojados en una cuneta, desaparecidos hasta hoy. Muchas familias siguen reclamando su búsqueda y su memoria, conscientes de que un país que desconoce su pasado puede cometer los mismos errores, porque no saltan las alarmas. Tienen derecho a encontrar los restos de sus padres o abuelos, de querer enterrarlos dignamente, de querer reivindicarlos.

Quienes se revuelven ante algo simple como la petición de un memorial en homenaje a las víctimas tras décadas de demasiado silencio, no conocen de qué forma la represión franquista atraviesa a varias generaciones, afectadas por el robo, el maltrato, la humillación o los asesinatos que sufrieron sus padres, madres, abuelos o bisabuelos. La historia de los antecesores directos, cuando está impregnada de dolor, de miedo y de falta de reparación, repercute de lleno en la nuestra.

El simple relato de la historia de las víctimas del franquismo molesta en determinados sectores, que siguen reclamando de ellas silencio. Forman parte de una Historia no oficial, oculta, subterránea, a la que se le ha dicho durante demasiado tiempo que no se reivindique. Recordaba en 2017 el relator de Naciones Unidas Pablo de Greiff que "la fortaleza de la democracia se mide en la capacidad de atender los reclamos de las víctimas". Hagan los cálculos.

La verdad, la justicia y la reparación, así como las garantías de no repetición son la base del Derecho Internacional para abordar episodios como la represión franquista. Otros países europeos han cumplido con al menos parte de estas medidas, con un compromiso abismal en comparación con nuestro país, donde no hay aún una política de Estado sobre el derecho a la verdad colectiva y donde no se garantiza acceso a la justicia para las víctimas del franquismo.

Falta aún mucha pedagogía y formación democrática en ambientes clave. Hay sectores que creen que ambos bandos son equiparables, situando al mismo nivel a los demócratas y a los fascistas. No hay reconciliación pendiente con el fascismo, porque con el fascismo ninguna sociedad democrática debe reconciliarse, menos aún cuando éste ni asume sus crímenes ni pide perdón por ellos.

¿Fueron los bombardeos de Dresde o los asesinatos perpetrados por los aliados en la Segunda Guerra Mundial crímenes de guerra? Sí, en muchos casos. Eso no mengua ni minimiza la gravedad de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el nazismo, de envergadura inigualable.

¿Es comparable el bando demócrata español con el fascista, impulsor de un golpe y de un plan de persecución sistemática en lugares donde ni siquiera hubo guerra? Quien aún dude de todo esto, haría bien en leer libros documentados y rigurosos como El Holocausto español, de Paul Preston, y de escuchar lo que desde fuera se nos dice, ya sea desde Naciones Unidas o desde organismos de derechos humanos internacionales.

Recientemente, en la presentación del libro de Emilio Silva Los agujeros del silencio, una joven del público relató cómo en una reunión de estudiantes de Erasmus en Francia un grupo de chicas alemanas se presentaron a los demás pidiendo perdón: "Perdón por lo que habían hecho sus familiares, sus abuelos, perdón por si algunos de los allí presentes éramos víctimas indirectas del horror nazi".

El nazismo perdió la guerra y Alemania pudo llevar a cabo, poco a poco, una pedagogía colectiva acompañada de un proceso de verdad, justicia y reparación, imperfecto, pero reparador y útil para la democracia. Sin esos procesos una sociedad no se alarma ante el fascismo, porque no sabe identificar los síntomas ni conoce bien las terribles consecuencias. Eso ocurre en España y eso explica bien nuestro presente.

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Placa en recuerdo de la ayuda que Canadá prestó "a los malagueños que huían". Un gesto por la memoria, pero no especifica quiénes eran ni de qué o quiénes huían. ¿Huían del viento? No. De los ataques del ejército golpista, que bombardeó y disparó contra una inmensa columna de civiles que abandonaba Málaga tras su toma. Mataron a entre 3.000 y 5.000 personas en lo que se conoce como la' Desbandá'.

 

 

 

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FUENTE: elDiario.es