Julio Anguita, la sensibilidad y las agallas PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Semblanzas / Biografías
Escrito por Pablo Iglesias   

La primera vez que hablé con Julio Anguita fue en algún momento de octubre o noviembre de 1993. Estaba a punto o acababa de cumplir 15 años. Me había afiliado a las juventudes comunistas pocas semanas antes y estaba, con algunos amigos recién inscritos como yo, en la sede central del PCE en la Calle Marqués de Monteguado de Madrid. Juan Francisco Chamorro, uno de nuestros responsables de entonces, nos preguntó si queríamos conocer a Anguita y nos llevó a saludarle. Julio nos dijo unas palabras amables de ánimo. Recuerdo mi emoción al contarle a mis padres que había saludado a Anguita.

La última vez que hablé con él fue el 30 de abril. Me llamó porque le había gustado escucharme decir algunas cosas a la ultraderecha en el Congreso y para explicarme que el Parlamento no bastaba para hacer frente a los golpistas, que era necesario activar a las militancias que Julio veía algo descolocadas ante la agresividad de las derechas.

Han pasado 27 años entre ambas conversaciones y, sin embargo, aquella emoción adolescente al saludar al líder al que admiraba, me ha acompañado todas y cada una de las veces que he hablado con Julio.

Los líderes políticos, cuando dejan formalmente de serlo, conservan en el mejor de los casos cierta auctoritas simbólica subsidiaria de su pasado (hay quien ha comparado este tipo de autoridad con los jarrones chinos). En el peor, se convierten en caricaturas tristes de sí mismos. Julio Anguita era uno de esos extraños casos en los que el peso político (y no sólo la auctoritas) de un líder se acrecienta cuando pierde el cargo.

La biografía política de Anguita es amplia y quien quiera conocerla a fondo debe leer Atraco a la memoria de Juan Andrade, pero Anguita es mucho más que los hechos de su biografía política y que su pensamiento. Anguita es también una personalidad muy especial donde el valor (incluso físico) y la sensibilidad juegan un papel crucial. Capitaneó una nave que se enfrentaba al menos a dos enormes naufragios. El primero era el resultado político de la Transición para el Partido Comunista. Santiago Carrillo había logrado que la heroicidad de la lucha democrática de los comunistas formara parte por derecho propio del ADN de la democracia española recuperada y de la Constitución, pero fracasó electoralmente y dejó a sus herederos un partido extremadamente debilitado en todos los ámbitos.

El segundo gran naufragio llegaba con la caída del Muro de Berlín y el nuevo ecosistema geopolítico e ideológico posterior a Guerra Fría. Muchos excomunistas españoles, del partido y del sindicato, transitaron dócilmente hacia la familia socialdemócrata y asumieron el modelo de construcción europea de Maastricht.

Anguita, en circunstancias muy difíciles y con todos los aparatos felipistas desplegando una ferocidad contra él que no volveríamos a ver hasta el nacimiento de Podemos, llevó a Izquierda Unida a los mejores resultados electorales de toda su historia y ensanchó el espacio cultural de resistencia a una hegemonía neoliberal entonces absoluta. Sus críticas a las debilidades del modelo antisocial de construcción europea fueron ridiculizadas entonces. Tras la crisis de 2008, aquellos vídeos de Julio Anguita hablando de Europa en los noventa se hicieron virales.

Los caprichos del corazón de Julio que hoy se lo llevan, le quitaron de en medio en 2000 y, sin embargo, siguió siendo la referencia más importante para otra izquierda posible. Su defensa de los artículos sociales de la Constitución española y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como ejes para un programa de transformación, así como el Frente Cívico que inspiró, fueron condición de posibilidad del nacimiento de Podemos y de Unidas Podemos.

Pero además de su inteligencia, de su visión y de sus logros, hay algo especial en Anguita que quizá tenga también que ver con ese corazón caprichoso. Anguita tenía eso que hace especiales a algunos líderes y con lo que ninguno podemos compararnos; un alma que le hacía emocionarse escuchando a Carlos Cano o encarar el 23F montando su pistola en el despacho de la alcaldía de Córdoba. En dos palabras: sensibilidad y agallas, sin ellas no se entienden su significado histórico para la izquierda y para España. Hasta siempre maestro.

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Fuente: La Vanguardia