Enfermos de capitalismo Imprimir
Opinión / Actualidad - Laboral
Escrito por Raúl Solís   
Miércoles, 14 de Junio de 2017 05:10

Hace dos años, perdí un trabajo que tenía y no lograba encontrar otro. Diariamente echaba curriculums pero nadie me llamaba para nada. Mientras, soy periodista, vendía piezas sueltas a periódicos que me pagaban 40 euros a lo sumo por un reportaje de tres días de trabajo. Entre éstas, una empresa me dejó a deber un dineral porque fue a la quiebra. Total, tuve que dejar mi piso e irme a vivir con un familiar y los ahorros que tenía, que me los gasté en el extranjero intentando subsistir y aprendiendo idiomas, se me esfumaron. Con un descubierto de 300 euros en el banco, me di de alta como autónomo para ir sobreviviendo haciendo reportajes y trabajos de comunicación para entidades culturales y/o sociales. ¡Me hice emprendedor: el sueño mojado de los creadores de la crisis!

De pronto, un día no podía salir de casa, no le cogía el teléfono a nadie y sólo quería estar solo. Le cogí pavor al mundo. Las farolas se me caían y los pasos de cebra se me hacían interminables. No dormía, comía mucho y tenía pensamientos catastróficos de manera recurrente. Todo lo somaticé: dolores de estómagos, sudores fríos, diarreas, mareos y debilidad generalizada en todo mi cuerpo. No podía con mi alma, literal. Un buen día, después de más de un año sufriendo en silencio estos síntomas, acudí muy preocupado a mi médica de cabecera para que me hiciera análisis. Me los hizo. Estaba todo perfecto: “Tienes estrés crónico, ansiedad provocada por tus condiciones laborales. Estás enfermo de capitalismo”. Me eché a llorar desconsoladamente en la consulta del médico, aquellas palabras me sanaron, supe que lo mío no era una locura.

Después de aquello, busqué la ayuda de un psicólogo que una persona con un bajo salario o en paro no puede pagar porque no entra en la Seguridad Social. El psicólogo me recomendó que contara lo que había sufrido y mi vulnerabilidad, que no tenemos que ser siempre personas de éxito. Y así lo hago desde entonces, con la sorpresa de que cada semana me entero de que una o dos personas de mi entorno están en la misma situación: enfermos de capitalismo.

El otro día, Eugenia, una joven de mi edad, 35 años, me contaba que se sentía frustrada. Ha estudiado Arquitectura, la profesión que siempre soñó. Se licenció con un expediente inmaculado, ha aprendido idiomas, ha hecho un master y ha cumplido el itinerario que le dijeron que tenía que recorrer para tener la vida resuelta. Lejos de eso, Eugenia trabaja en una empresa de secretaria por un salario de mierda con jornadas que van desde las 8 de la mañana hasta las 18 horas, 10 horas al día para ganar 1.000 euros con el que paga un alquiler de 500. No puede organizar su vida y me confesó, cuando le dije que estaba en tratamiento psicológico, que acude también a terapia a tratarse la ansiedad que le produce la incapacidad de planificar el futuro a dos meses vista.

Hoy he estado con otro amigo, Luis. Él no fue a la universidad, pero ha estado toda su vida trabajando en un taller. Es un mecánico de éxito, pero hace dos años lo despidieron de su empresa con más de 40 años. Lo echaron sin cobrar los meses atrasados ni el finiquito que le correspondía. Lleva años de lucha judicial a la espera de poder cobrar lo que se le adeuda.

En su nuevo trabajo, anda más o menos igual. Le pagan la mitad del salario a principio de cada mes y la otra mitad, cuando el pequeño empresario puede. El jefe de Luis no es un explotador, es que el hombre se las ve y se las desea para sacar adelante su pequeño taller. Luis me ha dicho hoy que sufre ansiedad, como Eugenia y como yo mismo, que no duerme por las noches, que se encuentra triste sin saber por qué y que le ha subido la tensión y, con 40 años, ya se toma una pastilla diaria para controlarla. Luis está deseando ir al psicólogo, pero no puede. Con lo que gana, no le da para pagar un alquiler y mantener a una familia de tres miembros donde el único ingreso es el suyo, así que le pone solución haciendo deporte y mirando las estrellas para relajarse.

Pero no se relaja, no recupera las fuerzas físicas y la alegría, porque sus planes de futuro no tienen más de mes y medio, que es el dinero que tiene guardado en el banco para hacer frente a un mes del alquiler si no cobra. Según la Organización Mundial de la Salud, casi 2,5 millones de españoles sufrieron depresión en el 2015, último año que ha contabilizado.

El aumento de este tipo de enfermedad psicológica ha crecido con la crisis un 18,5%. Según la socióloga Belén Barreiro, antigua directora del Centro de Investigaciones Sociológicas, en España es donde más ha aumentado la infelicidad en el mundo y los suicidios no paran de crecer hasta duplicar en España a los fallecidos por accidentes de tráfico, muertes silenciosas porque no se publican para evitar el efecto contagio.

Mientras esta dramática realidad se está dando en nuestro país, los medios de comunicación y las redes sociales bullen con mensajes de felicidad plastificada en los que nos dicen que ‘el mundo cambia con tu mirada’ o ‘sueña en grande’, porque está claro que vivir lo hacemos en pequeñito, sin planes con más de dos meses y con la amenaza de que podemos pasar de vivir bajo techo a vernos en la calle de la noche a la mañana. Cada día leo en los medios de comunicación que España ha salido de la crisis, aunque se olvidan decir que los españoles, lejos de haber salido, estamos en un pozo de incertidumbre vital debido al extremista cambio de modelo social que se ha realizado en sólo una década.

Ponerle nombre a las cosas es sanador y señalar con el dedo a este sistema que está haciéndonos enfermar a cambio de que las grandes fortunas, empresas y patrimonios vivan cada día más seguras en su burbuja de cristal, desde donde gritan “¡Populistas!” a quienes han empobrecido y precarizado con una saña desmedida. Y si no sonríes, ya se encargan de hacerte sentir culpable porque no has emprendido lo suficiente o no eres capaz de cambiar tu mirada sobre el mundo.

Afortunadamente, ahora me encuentro mejor, aunque no porque hayan cambiado mis condiciones laborales –soy autónomo y un mes puedo ganar 1.400 euros y otro 800-, sino porque estoy normalizando la situación por puro afán de supervivencia. Y en este punto es cuando más miedo me entra por el cuerpo, pensar que voy a normalizar que vivo en un país donde la gente está enferma de capitalismo porque un tercio de la población vive en el umbral helador de la exclusión social o porque hemos aprendido a no hacer planes de futuro con más de dos meses de antelación.

En el momento en el que se haya normalizado que estamos condenados a la precariedad, a ganar sueldos de 600 euros por 10 horas de trabajo, a tener que cobrar la nómina en dos veces o a no tener ahorros para hacer frente a un mes de alquiler, en ese justo momento habrá vencido para siempre el capitalismo desbocado que nos enferma y nos trata de convencer de que la felicidad depende de nuestra actitud y no de las condiciones sociales y políticas inhumanas que nos han impuesto en nombre de la moderación. Hacía tiempo que tenía ganas de escribir este artículo, por salud mental individual y colectiva. O le ponemos nombre a lo que nos pasa o nos harán creer que estamos locos.

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Fuente: Paralelo 36