Leernos la Cartilla Imprimir
Opinión / Actualidad - Economía
Escrito por J.R. García Bertolín / Cartelera Turia   
Jueves, 17 de Febrero de 2011 00:00

Monedas de 5 pesetas. Un duro. Foto Turia.Justo al día siguiente de nacer, nunca más tarde, mi padre nos abría una cartilla en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad. Con un duro, que por aquel entonces era la doceava parte de un dólar que se mantenía siempre firme y constante, ni frío ni calor, ni ataques de los mercados, en sesenta pesetas la unidad. Al entregar aquel duro, aun sin salir de la incubadora, recibíamos un álbum cuya colección de cromos de animales, trajes regionales y monumentos nacionales iría aumentando en la medida que creciesen nuestros ahorros.

 

Aquellas cinco pesetas eran el principio de una hermosa amistad con la entidad que durante años nos daría de merendar la tarde de Reyes mientras nos poníamos hasta las cejas de películas de Tom y Jerry en el Salón de Actos. Más tarde, La Caja nos llevaría de colonias de verano a Comarruga, y, bastantes años después, nos facilitaría el primer préstamo de nuestra vida para comprar una Vespa, antes de acoger a unos padres octogenarios —los que pusieron el primer duro— en un residencia que no lo parecía, de inigualable relación calidad precio, promovida por Obra Social. La Caja era algo próximo en nuestras vidas, de principio a fin. Próxima y amiga. Hasta nos hacía sentir que estaba de nuestro lado.

Como nada dura eternamente, el Monte de Piedad se tiró al monte, y los filantrópicos motivos de ayudar al necesitado y combatir la usura que llevaron a crearlo al Padre Piquer se convirtieron sólo en una coartada para hacer caja en la caja. Quedaron los bonitos anuncios, que la publicidad es muy sufrida y engañosa, pero llegó el mamoneo, la obsesión de crecer, parecerse a los bancos y competir con ellos. Llegó el mangoneo de las Cajas de Ahorros por parte de la clase política, su instrumentalización, su conversión en refugio y canonjía con excelente sueldo, de alcaldes, conselleres y hasta presidentes autonómicos ya amortizados, en detrimento de los impositores del duro, que empezaron a no tocar bola cuando irrumpió el mercado global y su deprisa deprisa. Se soltó dinero a espuertas para obras faraónicas condenadas al fracaso, se prestó dinero hipotecario sin control, no con la intención de ayudar a la gente a tener una vivienda digna, sino para sumarse a la corriente especulativa que hinchó la burbuja inmobiliaria hasta que explotó de forma tan brutal que nos quedamos todos empapados en un cemento que no para de endurecerse.

Las Cajas de Ahorros servirían como enésima demostración de la capacidad humana para pervertirlo todo, para traicionar cualquier buen fin o propósito, para joder la marrana y el invento. Fundidas, fusionadas, refundadas, cambiadas de nombre para borrar su identidad, intervenidas o fiscalizadas, al borde del abismo y cada vez más alejadas —años luz— del fin promover el ahorro, dar soporte a los emprendedores y a las pequeñas empresas, de ayudar a la gente a vivir mejor ahora que tanta falta hace, alguien debería pagarlo. Pero, como siempre, los culpables saldrán de rositas y buscarán acomodo en otros consejos de administración. Ya se aleja la caja. Adiós a los cromos y a las chocolatinas de Reyes, a Tom y a Jerry. Europa, la Merkel, el mercado global, Davos y la madre que los parió nos están leyendo la cartilla, y de qué manera. Acojona.

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Fuente: http://www.carteleraturia.com