La visita de la señora Angela Merkel a España ha servido para que el Gobierno y los demás firmantes del pacto, patronal y sindicatos mayoritarios, puedan exhibir el aval de la lideresa de la Unión Europea.

Esto ha servido para que los beneficiarios económicos del mismo hayan establecido una estrecha e indisoluble relación entre sus intereses y los de España. Nada nuevo en la historia del escamoteo de la realidad por vía de sumergirla en conceptos y palabras que suelen estar para eso.

Cualquier ciudadano que compare lo acordado con los contenidos de los Títulos Preliminar y VII de la Constitución de 1978 y con las obligaciones que la misma le impone a los llamados poderes públicos, sentirá en el mejor de los casos una sensación de irrealidad altamente estresante.

Sin embargo, nadie debe llamarse a extrañeza; los tratados europeos tan saludados por casi todos, ya anunciaban toda una reforma constitucional subrepticia, larvada y a cámara lenta.

Pero la canciller alemana, tras una lacónica felicitación por los acuerdos perpetrados, ha anunciado que el ajuste (llamado reforma), debe continuar y ha esbozado una serie de medidas entre las que figuran la constitucionalización de los déficits y la no vinculación del PIB a la negociación salarial en los convenios.

Naturalmente que el énfasis en la reducción de los déficits se pone en la contención del gasto; el aumento de los ingresos fiscales es el gran tema tabú. Así, de esta manera, ya se ha vuelto a hablar en España del copago para la sanidad pública. Es decir, pagar dos veces.

El que los salarios no suban según el IPC es el ejemplo más claro y acabado de una cierta visión moderna que no quiere ni mentar la contradicción esencial entre capital y trabajo. ¿Quién se apropia de la diferencia entre precios y salarios?

El gran problema del acuerdo firmado no es otro que el ser una nueva ficha de dominó que cae en este juego de volver a épocas anteriores al llamado Estado de Bienestar.

----------------------

Julio Anguita. Ex coordinador General de IU