El compromiso entre el PSOE y UP, ¿una tregua catastrófica? Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Manolo Monereo   
Lunes, 22 de Julio de 2019 03:56

“Pueden darse soluciones cesaristas sin un César, sin una gran personalidad “heroica” y representativa”

“Todo gobierno de coalición es un grado inicial de cesarismo, que puede o no desarrollarse hasta los grados más significativos” Antonio Gramsci

Ha sido una batalla dura, durísima en el marco de una guerra que viene de lejos y que continuará. Los actores principales se han venido preparando durante mucho tiempo para esta confrontación y ahora, por fin, las cartas están boca arriba y la retórica ya cumple su papel de acompañante en la contienda. Pedro Sánchez a lo suyo, ir hacia la izquierda para buscar la centralidad del tablero.

Por si alguien no lo tenía claro, ha mostrado sin sutilezas que la condición de un PSOE hegemónico, de nuevo, en España pasa irremediablemente por reducir el peso electoral y social de Unidas Podemos. Todo lo demás es secundario. Pablo Iglesias lo tiene claro desde hace tiempo: para que Podemos tenga futuro, en estas condiciones, tiene que tocar poder; lo demás es pura ilusión, izquierdismos y falta de coraje. Coherentemente, ha hecho un gran esfuerzo para homologarse a lo existente, ser un tipo de izquierda complementaria para poder gobernar con el PSOE. Iglesias muestra, de nuevo, una enorme capacidad para reinventarse a sí mismo y hacer de lo accesorio, lo principal.

Conviene no pasar por alto cosas que han ocurrido y que han marcado profundamente nuestro presente. No hay que confundirse: estamos, como lo diría Passolini, en una típica maniobra de “palacio” donde el público observa la escena y es requerido para posicionarse, en un sentido u otro, en lo que acaba siendo –la definición es de Gentile- una “democracia recitativa”. El juego de estrategias se ha hecho siempre pensando en el presente y en el futuro, usando el pasado como catalizador de un argumentario que tenía unas posibles elecciones futuras como amenaza. Es el manejo de los tiempos y del poder. Aunque pueda parecer lo contrario, el PSOE no ha cambiado nunca de estrategia. Algunos hablarían de abrazo del oso, otros de neutralización política. Las elecciones generales del mes de abril fueron pensadas, entre otras cosas, para fortalecer electoralmente al Partido Socialista y convertir a UP en un partido “bisagra”. La catástrofe estuvo muy cerca y se evitó por una campaña potente del candidato Pablo Iglesias. Convertir la idea de gobernar con el PSOE en una reivindicación plebeya fue una genialidad, pero no pudo evitar un mal resultado electoral con una pérdida significativa de votos y diputados. Lo más grave fue que PSOE y UP no daban mayoría suficiente para gobernar. El PSOE hizo de esto un argumento visible para conseguir lo fundamental: impedir un gobierno de coalición con UP. Desde el principio supimos que Pablo Iglesias era el problema. Las elecciones europeas, municipales y autonómicas se acercaron mucho a la catástrofe y debilitaron enormemente la capacidad negociadora de UP.

A Pablo Iglesias le ha sobrado capacidad de iniciativa, decisión y una estrategia clara. Lo que le ha faltado, al final, es votos. Se ha movido con pericia e inteligencia y ha demostrado lo que ya sabíamos, que el territorio de la comunicación es el suyo. Nos quedará la incógnita de saber cuándo se convenció de que la clave era gobernar sí o sí, con él a la cabeza. La petición de disculpas a Pedro Sánchez durante la moción de censura mostraba que la decisión ya estaba tomada. Había una lógica que se hacía evidente ante nuestros ojos, el impulso del cambio se agotaba; la organización Podemos entraba en un proceso de disgregación y de pérdida de vínculos sociales; la dirección política nunca terminó por consolidarse y la lucha entre fracciones acabó por minar la pluralidad interna. Para decirlo de otro modo, estábamos pasando de una guerra de maniobras a una guerra de posiciones; es decir, entrábamos en un período de acumulación de fuerzas, de consolidación y ampliación de las alianzas, de búsqueda de un programa alternativo de país que diera identidad, sentido y orientación a una formación política que mostraba señales alarmantes de debilidad orgánica y política.

Pablo Iglesias, al final, se dio cuenta de los problemas reales e hizo algo muy propio de él, buscar un atajo, “exprimir” la situación e impedir, de cualquier forma, la cristalización de una correlación de fuerzas que podía conducir al mundo duro y extremadamente difícil de reconstruir, desde abajo, organización, programa y estrategia. Exprimir la realidad significa esto, sacar partido antes de que la estructura de oportunidad se cierre definitivamente. Gobernar con el PSOE era la táctica, la estrategia y la política; concentrarse en este punto y jugársela. La clave última terminó siendo una dirección homogénea, un grupo parlamentario cohesionado y una relación privilegiada con los medios de comunicación.

El argumentario de Podemos fue, desde el principio, claro, diáfano. Primero, el PSOE no es de fiar y cambia según esté en el gobierno o en la oposición; segundo, el programa tiene poca importancia, ya que el PSOE puede incumplirlo sin grandes problemas; tercero, es necesario un gobierno de coalición con presencia proporcional de ministros y ministras de Unidas Podemos. Lo repito, en su centro, Pablo Iglesias. Si analizamos con cierto detenimiento este razonamiento veremos que hay un salto (sin red) entre los dos primeros pasos y el tercero. La política no es siempre lógica, pero se debe argumentar bien. ¿Qué se está diciendo realmente? Que no hay bases objetivas y subjetivas para una política de gobierno conjunto entre el PSOE y UP. El programa del PSOE, mejor dicho, su estrategia –se ha demostrado hasta la saciedad estos dos meses y medio- pasa por convertirse, de nuevo, en el eje de la recomposición del sistema político dominante en España; depender de Unidos Podemos se convierte en un obstáculo que se agrava hasta el infinito si se convierte en un gobierno conjunto.

UP sabe perfectamente que es un socio no deseado y que solo por la matemática electoral estará en el Gobierno. Lo diré con claridad: un gobierno de coalición entre PSOE y UP no es otra cosa que la continuación del conflicto por otros medios y, dadas las condiciones del debate político existente en España, será una tregua, una “paz armada” entre contendientes que saben que las batallas decisivas están por venir y que, al final, lo que está en juego es pura y simplemente, el futuro de la izquierda.

Pablo Iglesias ha salido fortalecido y gana tiempo. Puede presentarse a una 3ª asamblea de Vista Alegre con los deberes hechos y con la magnanimidad que conlleva el saber dar públicamente un paso atrás. Conoce la geopolítica lo suficiente para saber que el sistema-mundo vive un momento de transición delicadísimo y que bastará una nueva crisis económica, un conflicto en Oriente Medio –con Irán, por ejemplo- para que todo salte por los aires. Lo de Cataluña tiene difícil arreglo y Sánchez ha marcado claramente el territorio. La cuestión social sigue muy abierta y la posición del PSOE es, cuanto menos, confusa; por no hablar de las imposiciones de Bruselas en su obsesión por reducir el déficit en España. El secretario general de Podemos tiene que cumplir con IU y el PCE e ir más allá de una simple coalición parlamentaria, sabiendo que hay que tomar iniciativas unitarias en momentos en los que Íñigo Errejón piensa seriamente en construir un nuevo partido. Aprovechar la tregua para hacer organización, para insertarla en la sociedad y crear cuadros, cueste lo que cueste. La cuestión de los intelectuales se ha abierto dramáticamente y el aislamiento de Podemos se puede convertir en endémico.

Continuación del conflicto por otros medios. A mayor cooperación con el PSOE, mayor autonomía y diferenciación. El paso atrás de Pablo Iglesias puede ser algo positivo para salir del “palacio”, volver a las plazas propiciando un rearme moral e intelectual, reconstruyendo vínculos perdidos y haciendo partido. La alternativa es la subalternidad  política, la disgregación y la división. El tiempo corre.

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Fuente: Cuarto Poder