Los huevos de la tortuga Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Antonio Álvarez Solís   
Lunes, 18 de Marzo de 2019 06:02

El presidente de «Ciudadanos», Sr. Rivera, acaba de pronunciar un discurso electoral en el que ha prometido a sus posibles votantes que si él llega a la Moncloa se habrán acabado los «indultos» para los que han hecho uso de la libertad de pensamiento para «romper» España. Es decir, Franco ha regresado de la tumba para levantar a las integristas masas españolas que muchos ciudadanos creían dormidas sobre la suave almohada de plumas de la Constitución del 78. Los ángeles azules que montan guardia para salvaguardar la continuación del Genocida en el Valle de los Caídos podrán advertir a las mujeres que llevan su rosa al sepulcro del tantas veces traidor a su juramento de lealtad a la bandera: «Podéis regresar a casa; el que buscáis ya no está aquí».

A mí me preocupa mucho esa promesa sobre la supresión de los indultos. Y no en el plano de la legalidad sino porque me parece un rasgo dictatorial de una proyección aterradora, tanto por la propuesta en sí misma como por lo que desvela acerca de la moral del personaje. Condenar a privación de libertad eliminando toda posible generosidad presupone dos cosas: vaciar de toda humanidad o pensamiento dinámico a lo poco que queda del espíritu de la democracia que proclamó Pericles cuatrocientos años antes de Cristo y admitir la elevación del gobernante a un altar que resucita las ofrendas de sangre de los pueblos primitivos.

En tal situación hay que enfrentarse con violencia plenamente justa al demencial propósito de liquidar los tristes retazos de libertad que nos quedan. El pensamiento político del Sr. Rivera es, además, una infame trampa urdida contra el pueblo catalán en su noble lucha por la libertad. Si tan español es debiera recordar el dirigente del amasijo de «Podemos» a aquellos frailes españoles –Vitoria, Suárez, Báñez, Soto…– que se enfrentaron a la Inquisición exponiéndose a la cárcel, la tortura y aún la muerte en los siglos XVI y XVII, y que adelantaron en cierta manera a la teología de la liberación que ha devuelto su dignidad a los maltratados pueblos latinoamericanos creyentes o no creyentes.

Porque creer en Dios es un asunto muy personal, pero no creer en la profundidad del hombre que está visiblemente ahí como creador soberano de vida, equivale a admitir el empleo de algo parecido a un holocausto para eliminar la grandeza humana frente al poder opresivo. Si el Sr. Rivera tiene el propósito de restablecer el pensamiento único como factor de poder debiera ser juzgado por un honesto tribunal público para evitar, con una u otra forma, la posible repetición del drama que vivimos por la acción criminal de los que destruyeron la posibilidad de una España moderna.

Si usted, Sr. Rivera, fuera solamente un jovencito ignorante de toda posibilidad de cambio con solo el uso del talento, tan ajeno a usted, tampoco me preocuparía mucho. Nunca una tormenta hundió el último barco de la humanidad, como explica el mito del diluvio, que como todos los mitos explica en un lenguaje imperecedero la confianza que tuvo siempre la humanidad en su propia supervivencia.

Yo, como solo creo en el ser humano que habla con su propia alma, púlpito del Espíritu, para clarificar sus confusiones, dejo ya aparte mis referencias a usted, que me estorba muy poco tras haber vivido la difícil guerra contra Hitler, Stalin y tantos otros sujetos que derramaron tanta sangre antes de que Dios decidiese separar de nuevo las aguas para que los infames creyeran que ellos podían aprovechar la brecha para culminar su propósito. Está visto que en política solamente se ahogan los estúpidos. Lo que realmente me preocupa es la pervivencia de los españoles como gestores de anticuerpos para impedir la vida de la razón ¿Por qué ese papel de “El misántropo” de Moliere ha de tocarnos siempre a nosotros?

Hay una curiosidad biológica que los españoles poseemos en grado eminente: el parecido que tenemos con las tortugas denominadas Tontas. Estos curiosos quelónidos ponen hasta trecientos huevos, que abandonan enterrados en la arena. Luego vuelven a la mar hasta la próxima puesta. De esos trescientos huevos salen unos descendientes que viven unos doscientos años dedicados simplemente a flotar entre dos aguas, respiran muy poco, apenas salen a la superficie, comen escasamente, hacen con disgusto el esfuerzo de andar y son muy apropiados para entretener a los niños, que deben evitar abrazarlos o besarlos porque producen diarrea. Estas tortugas son originarias de las aguas norteamericanas, pero la abundancia de la industria y la construcción las obligaron a emigrar hasta España, sobre todo Andalucía, en que encontraron aguas más limpias y una gran tranquilidad. Espero que la nueva dinámica nacional que piensa activar el Sr. Rivera no obligue a emigrar de nuevo a estos quelónidos, que han encontrado al fin su paraíso: la playa y la tranquilidad para poner sus huevos.

Sr. Rivera, déjese de discursos de ametralladora de retórica de fogueo en las catedrales y atienda al hombre que supervive junto a la ermita, con la caña entre las manos y cantando alegrías de Cádiz.

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Fuente: Naiz