Los atentados de Barcelona: ¿unidad o división? Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por José Juan Hdez   
Lunes, 28 de Agosto de 2017 04:30

Unidad y división

Son términos antagónicos bastante utilizados en muy diversos contextos. El primero está dotado en el imaginario social de un aura de positividad y, en sentido inverso, el segundo se asocia con lo negativo. Tengo claro que el pensamiento socialmente dominante, aunque no sea ni mucho menos el único, es el de la clase dominante. Y la clase dominante casi siempre hace llamados a la unidad como el modo de arreglar o enfrentar los diferentes conflictos o situaciones, más o menos graves, que van surgiendo en el devenir de cualquier estado.

Recuerden, cuando comenzó la crisis económica, como constantemente se hacían llamados a que de esa situación solo se salía si todos, indistintamente, arrimábamos el hombro. Hoy, diez años después, los trabajadores tienen el tren superior corporal de alguien largamente convaleciente mientras los oligarcas pondrían en dificultades al actual campeón mundial de fisicoculturismo. La burguesía siempre ha hablado interesadamente, a través de sus grandes canales de comunicación, de colaboración de clases. En cambio, los trabajadores, cuando tienen conciencia, hablan de lucha de clases, de los intereses antagónicos que existen entre estos dos sectores sociales. Cuando esa lucha se ha exasperado por una conciencia crecida de los trabajadores la burguesía suele utilizar, expresado a través de los sindicatos verticales, un colaborativo de clases llamado fascismo.

Aunque en realidad el objeto de este texto no es el conflicto entre el capital y el trabajo sí me parecía un ejemplo sobre la carga tramposa y apriorística que tienen conceptos como unidad y división. Conceptos que nos hemos hartado de oír tras los atentados ocurridos el 17 de agosto en Cataluña y cuya cresta ha coincidido con la manifestación convocada en las calles de Barcelona el sábado 26.

Ir a una manifestación contra una acción terrorista concreta no quiere decir, desde mi perspectiva, que se aliente la falsedad, la mentira que mata el pensamiento que se subleva, ese que no quiere dejarse enrejar por mantras interesados que ponen el foco en la buenrollista unidad para que el vasto páramo de la indecencia quede en la penumbra.

El poder habría querido que la manifestación del sábado en Cataluña fuera una procesión “respetuosa”, llena de silencio y congoja. La expresión del dolor unánime de un pueblo, en lenguaje pomposo. Quizás yo sea un tipo algo deshumanizado (estos días me lo he preguntado), pero no voy a ser hipócrita. Esos atentados, como tantas acciones injustas que generan muerte y sufrimiento, son un horror, quizás un poco más cercano porque yo, tan poco dado al viaje, también he recorrido ese espacio bullanguero que parece una celebración continua de la vida. Pero pienso que el dolor es patrimonio intransferible de los familiares y amigos de cada una de las víctimas. Y nuestra misión no es sentir su dolor, pero sí es preguntarnos, no sólo el porqué hemos llegado a esta situación, sino, lo que es tan importante, cuál es el camino que hay que seguir, más allá de las pesquisas policiales que no cuestiono (otro tema es plantearnos si, aparte de ético, es razonable para la propia investigación que todos hayan sido “abatidos”), para que esto no se repita, aparte de llenar las ciudades de barreras físicas. Es llamativo, parece que retornáramos a las murallas del medievo, la antítesis de ese espacio abierto que es la ciudad contemporánea.

Cuando la CUP, con un primer paso al que después se unieron otros colectivos, quebró la unidad acrítica que querían imponerle a la manifestación, la dotó de vida, de significación. Y se equivocaba al principio planteando que si iban el rey o Rajoy ellos tal vez no lo hicieran. Había que estar allí, disputándole el espacio a los figurones que desprecian la vida humana, como el gobierno español multiplicando por 30 el valor de la venta de armas a la monarquía saudí que, aparte de estar junto a EEUU en el origen de un yihadismo ultraconservador e irrelevante hasta inicios de los 80, está masacrando, con la mayor indiferencia de nuestras mediáticas sociedades, a la población de Yemen. Una vida que también existe bulliciosa más allá de Las Ramblas, en lugares menos famosos que nunca pintó Joan Miró, donde los atentados, quizás por su cotidianidad, no generan enormes espacios cubiertos por ramos de flores y velas rojas.

El merecido abucheo al rey y al gobierno de España no creo que fuera obra solo de independentistas, como han querido reflejar las maquinarias mediáticas manipuladoras que pretenden que una manifestación contra el terrorismo sea apolítica. O sea, el simple tránsito de una masa ovejuna pastoreada por lobos.

Por último, resulta significativo comprobar como los mismos que siempre han defendido que el terrorismo no puede marcar las agendas políticas, ahora pretenden que el gobierno de la Generalitat “aproveche” esta ocasión para recuperar en sentido común, unitario por supuesto, y se deje de veleidades que dividen y debilitan a la sociedad catalana. Unión y fortalecimiento que, tras la trágica caída del caballo del 17 de agosto, pasaría porque los independentistas, aún teniendo mayoría parlamentaria, declinarán, en el país de las mil encuestas, su intención de, referéndum mediante, como hicieron sin dramatismo los escoceses, contarse el 1 de octubre.

 

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