El derecho a ser apóstata |
Laicismo - Ateísmo /Apostasía |
Escrito por Gustavo Löbig |
Jueves, 11 de Octubre de 2012 05:14 |
Apóstata es aquella persona que abandona voluntariamente la fe, ideología, organización o nacionalidad que tenía, asumiendo una definición diferente como individuo. Esta decisión muchas veces implica crecimiento en lugar de pérdida, al asumirse el riesgo del cambio, librarse en parte de la alienación colectiva y expandir los límites personales. Apostatar es un derecho reconocido dentro de la Declaración de los Derechos Humanos. A pesar de ello, es arduo el camino que debe recorrer el apóstata para disponer de una constancia legal que avale su autoexclusión, así que la mayoria se da de baja de la iglesia católica sin notificarlo a ésta (única iglesia que nombro en el artículo, por ser la que concierne a mi historia personal), por razones como las siguientes:
Todos estos desmanes responden a una lógica comercial y a una lógica de poder, basadas en un profundo conocimiento de la naturaleza humana. La incongruencia entre el discurso y la acción que evidencia la iglesia en casos de pobreza, desastres naturales, guerras, hambrunas o enfermedades mundiales, prueban que a esta institución humana no le interesa que tales situaciones dolorosas desaparezcan, porque el dolor es alimento indispensable del miedo y de la manipulación para que la gente siga creyendo, aceptando y necesitando de un dios cuya existencia y voluntad son definidas e interpretadas por dicha institución a su conveniencia, sin otra base que la tradición milenaria que la sustenta. Se trata de una doctrina dogmática imposible de probar a través de la ciencia o de la razón, y de una tradición que ha continuado siglo tras siglo, entre otras razones, gracias a la indiscutible estupidez humana que la creó y que la sostiene. El apóstata se rebela contra una iglesia que, no obstante sus innegables aportes positivos, también manipula el dolor, el desconocimiento, la necesidad, la soledad, el miedo, el castigo, el pecado y la culpa, sumando males a los que ya representan la discriminación, el racismo, las drogas, la pobreza, las enfermedades, la injusticia, el fanatismo, la ignorancia o la separación. Con lo que promueve la incapacidad humana para pensar y actuar con acierto y sin egoísmo.
En relación a todo esto, mi posición es clara: yo puedo optar por el bien, tanto de palabra como de acción, sin necesidad de hacerlo por cumplir con la voluntad de Dios o de la iglesia que dice representarlo. He visto a lo largo de mi vida tantas inconsistencias, incongruencias y debilidades dentro de la doctrina de dicha iglesia y la conducta de muchos de sus representantes y adeptos, que no puedo defender su fe ni apoyarla como institución. Elijo tomar algunas partes del mensaje evangélico y, mediante un sincretismo personal, sumarlas a los aportes que me convencen de otras religiones y filosofías, para elaborar mi propio sistema de creencias relacionadas con este mundo y con el otro, sea que crea en ellos o no. Porque mal puedo aceptar una concepción ajena de Dios o del Universo que la realidad que habito desmiente a cada instante. Defiendo los derechos humanos, incluyendo sobre todo a los más débiles, a los rechazados, a los discriminados, a los que la iglesia condena y ataca en flagrante contradicción con el mensaje de solidaridad y de unión de un Jesús que me importa poco si existió o no, en tanto sea el arquetipo asociado con un mensaje de amor, unión y solidaridad, dirigido al bien común de la Humanidad. Como Lennon en su canción Imagine, voy más allá de las diferencias geográficas, políticas, religiosas, económicas, físicas o culturales que el hombre ha inventado en contra de sí mismo, vertiendo a lo largo de su historia ríos de sangre por defender una frontera, una religión, una ideología, una nacionalidad, una raza, un derecho a costa de otros, un privilegio egoísta, una posición autocrática cerrada a otros intereses o puntos de vista. Para mí, tales diferencias nacen del miedo que está detrás de todos los errores humanos, un miedo irracional pero indiscutiblemente destructivo, cuyo valor opuesto y único antídoto es el amor. Y, para amar, y amar libremente, yo en lo personal no necesito la existencia ni el aval de la iglesia católica ni de ninguna otra, por lo que defiendo y apoyo el derecho a la apostasía. Así como concedo todo el derecho de ser apóstol, en lugar de apóstata, a quien decida defender su fe y vivir de acuerdo a ella, en tanto no dañe a otros. Porque para mí, la valentía de atrevernos a comportarnos como personas auténticas, congruentes, solidarias, es la base de una humanidad merecedora de habitar en este planeta, es la base de la paz interna y externa, de cualquier logro o manifestación de amor verdadero, la única razón por la cual vale la pena nacer, vivir y morir. ------------------- Fuente: Logibus. |