La hermana de uno de los últimos fusilados del franquismo acude a la ONU pidiendo la anulación de aquella condena que provocó una repulsa mundial Imprimir
Nuestra Memoria - Las fosas de la Memoria
Escrito por Mª José Barreiro López de Gamarra   
Martes, 12 de Octubre de 2010 21:38

El País edición impresa. NATALIA JUNQUERA - Madrid - 28/09/2010 "Lucho por limpiar el nombre de mi hermano. Por escribir la palabra asesinado donde ahora dice asesino", explica Flor Baena, hermana del vigués Xosé Humberto, uno de los últimos cinco fusilados del franquismo. Ayer se cumplieron 35 años de su ejecución, diez más de los que tenía Baena cuando fue fusilado junto a Ramón García Sanz, y José Luis Sánchez Bravo, miembros, como él, del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), y Ángel Otaegui y Juan Paredes, Txiki, de ETA. El papa Pablo VI solicitó hasta tres veces a Franco que cancelara las ejecuciones, la última, la noche anterior, pero el dictador había pedido que no se le molestara, y nadie le desobedeció. Franco se fue así como había llegado: fusilando. Murió menos de dos meses después.

Baena, García Sanz y Sánchez Bravo fueron condenados a muerte por el asesinato de un policía y un guardia civil en un consejo de guerra sumarísimo que aplicaba de forma retroactiva la ley antiterrorista de agosto de ese año. La mujer de Sánchez Bravo estaba embarazada de una niña a la que puso de nombre Luisa Humberta Ramona, en recuerdo de los tres fusilados. "El juicio fue una farsa absoluta", recuerda Gerardo Viada, abogado de García Sanz. "No tenían ni una sola prueba. Y a los abogados nos echaron de la sala. A mí me sacó un policía militar a punta de metralleta". Christian Grobet, un observador de la Liga Internacional para la Defensa de los Derechos Humanos que se coló en el juicio, calificó el proceso de "simulacro" y "farsa siniestra".

La familia de Baena lleva 35 años luchando por anular su condena. Su padre y su madre lo intentaron hasta que murieron. Desde el año 2000, continúa su hermana Flor. "Al llegar la democracia, mi padre llevó a Madrid la carta que le había escrito una testigo que decía que mi hermano no era el asesino. Al ver su foto en televisión, se dio cuenta de que estaban acusando a uno que no era y fue a la jefatura de policía. La primera vez no quisieron atenderla, la segunda la metieron en un despacho, un policía sacó su pistola, se puso a jugar con ella, y le dijo: 'señora, olvídese. Todos están en el mismo saco'. Ella se sentía culpable. Mi padre también llevaba a dos testigos que podían demostrar que mi hermano estaba aquel día en Portugal, pero le dijeron que no había nada que hacer".

Fernando Baena ni siquiera pudo enterrar a su hijo. Le dijeron que el coche fúnebre llegaría a las 12 y lo enterraron a las ocho. "Mi padre decía que le tenían miedo hasta muerto. Aquello lo destrozó".
En mayo de 2004, el Tribunal Constitucional rechazó el recurso interpuesto por la madre de Baena. "De forma trágicamente incontestable" , aseguraban los magistrados, no podían intervenir en el caso, puesto que la sentencia se produjo cuando aún no había Constitución. En 2005, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo les dio una contestación similar: en el momento en que ocurrieron las ejecuciones que inspiraron a Luis Eduardo Aute la canción Al alba, España no había firmado el convenio de Derechos Humanos. Flor Baena ha acudido también a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y piensa sumarse a la querella interpuesta en Argentina contra los crímenes del franquismo, su último cartucho. También le ha escrito al presidente Zapatero.

"No quiero dinero, ni que me indemnicen, quiero que se reconozca públicamente que a mi hermano lo mataron y era inocente. No apoyaba la lucha armada". De esto dan fe en el documental Septiembre del 75, recientemente galardonado en la Seminci, varios ex compañeros de Baena en el FRAP.

La película muestra las manifestaciones en París, Londres, Roma, Lisboa y Amsterdam al grito de "¡Franco asesino!", que sucedieron a las ejecuciones, y que el dictador calificó en su última aparición en público, el 1 de octubre de 1975, de "conspiración masónica izquierdista". También el testimonio de Victoria Sánchez Bravo, que recuerda cómo los miembros del pelotón de fusilamiento que se habían presentado voluntarios para ejecutar las sentencias de muerte celebraron delante de ella que acababan de matar a su hermano.