Rodolfo Martín Villa: el hombre del traje gris o la porra de la Transición Imprimir
Nuestra Memoria - La Transición
Escrito por Ramón J. Soria Breña   
Viernes, 22 de Febrero de 2019 03:47

Rodolfo Martín Villa saludo franquista

Conviene recordar que el rey Juan Carlos I condecoró a Martín Villa que durante el ejercicio de sus responsabilidades entre 1976 y 1979 y que durante ese periodo hubo 35 muertos por disparos de la Policía Armada, Guardia Civil y grupúsculos de extrema derecha.

Rodolfo Martín Villa comenzó su carrera política en el SEU y fue una de las figuras destacadas del Movimiento Nacional en el Tardofranquismo

Son ellos, los “hombres grises”, los que hacen funcionar de forma eficiente todas las dictaduras, tiranías o autocracias. En el cuento de Michael Ende Momo, los hombres grises roban el tiempo de la gente y se lo fuman. En el 1984 de George Orwell, los hombres grises sostienen y organizan la burocracia represora del "Gran Hermano". Al presenciar el proceso contra el organizador nazi Eichmann, Hannah Arendt describe a todos esos hombres grises que trabajan dentro de la máquina del mal, la de asesinar, como tipos corrientes y banales, aburridos y rutinarios.

Martín Villa es el ejemplo español de este “hombre gris” o gris “perla”. Será de estudiante Jefe Nacional del SEU (sindicato estudiantil falangista), procurador de las Cortes Franquistas, Senador por designación Real, Ministro de Relaciones Sindicales en el 75, Ministro del Interior del 76 al 79 durante el gobierno de Adolfo Suarez, Vicepresidente del Gobierno del 81 al 82. Luego Diputado del 79 al 83 y del 89 al 87 por el Partido Popular y luego "Comisionado del Gobierno para las actuaciones derivadas de la catástrofe del buque Prestige" durante el gobierno de José María Aznar​ y luego Presidente de Endesa del 97 a 2002 y luego presidente de Sogecable hasta el 2010 y luego... Martin Escorsese, en Goodfellas, hubiera dicho que era “uno de los nuestros”.

Se hizo la transición y aparecieron en el NODO y en los Consejos de Ministros hombres que no había nombrado Franco o el aparato franquista, pero de los directores generales para abajo, más todo el ejército, las policías, la Guardia Civil, los jueces y fiscales no solo habían jurado fidelidad al régimen franquista por puro “formulismo obligatorio” sino, salvo honrosas excepciones, porque creían y sentían suyo aquel aparato monstruoso que había funcionado bien engrasado durante cuarenta años, propiciando a partir del 78 el “que todo cambie para que nada cambie”. Y al frente de este aparato policial represor aún franquista, sabiendo perfectamente quienes eran las personas que trabajaban en él (el torturador Billy el Niño y similares), estaba Martin Villa.

Conviene saber que dentro de la policía o la judicatura no se hizo “transición alguna”. Conviene aclarar que solo la edad, la jubilación, el tiempo, fue retirando de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, del ejército, del cuerpo de jueces y fiscales, de los altos funcionarios del estado a miles y miles de franquistas que renegaban de cualquier tímida democracia, que aborrecían de las libertades o de cualquier partido de izquierda o cualquier sindicato que no fuera el “Vertical”. Y cuando se jubilaron nadie les pidió cuentas de sus actos y sus enjuagues, sus torturas o sus crímenes, recibieron sus trienios y pensiones, sus homenajes y sus medallas, protegidos por una ley de amnistía hecha a medida.

La jueza Argentina María Selvini, instructora de la causa penal contra el franquismo, y basándose en el principio de justicia universal, envió una orden de detención internacional contra Martín Villa y diecinueve dirigentes de la dictadura franquista, solicitando su extradición con el objetivo de interrogarles en el marco de la causa 4591/10 por los delitos de genocidio y/o crímenes de lesa humanidad cometidos en España por la dictadura franquista entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977. Nadie molestó a Rodolfo, ni a Billy el niño, ni a nadie de los de entonces porque era y son, ya lo dijimos, citando la célebre película de mafiosos de Escorsese, “uno de los nuestros”. Conviene recordar que el rey Juan Carlos I condecoró a Martín Villa que durante el ejercicio de sus responsabilidades entre 1976 y 1979 y que durante ese periodo hubo 35 muertos por disparos de la Policía Armada, Guardia Civil y grupúsculos de extrema derecha.

Si Torrente era “el brazo tonto de la ley”, nuestro Rodolfo era conocido popularmente como «la porra de la Transición», debido a la extrema dureza que aplicaban las fuerzas de seguridad para reprimir manifestaciones estudiantiles, obreras o de cualquier tipo. Conviene recordar a modo de ejemplo que a sus órdenes seguía el comisario Roberto Conesa, famoso durante el franquismo por su habilidad como torturador sistemático de sindicalistas, estudiantes y militantes de partidos de izquierda. Durante su etapa como ministro jefes de la franquista Brigada Político-Social seguían dirigiendo nueve de las trece jefaturas superiores de policía que existían en España. Rodolfo nunca quiso hacer ninguna transición interior dentro del Estado.

Pero los “hombres grises” como Martín Villa también son la derechona, una forma fina de extrema derecha, esa que no se pone la camisa azul, que no saluda con el brazo, ni canta el “cara al sol”, que usa traje gris de Cortefiel y gafas de pasta de profesor de filosofía y letras, que no grita, que siempre habla despacio, con tranquilidad, sopesando las palabras precisas para que todo parezca objetivo, técnico y necesario, para que todos nos creamos que las cosas se hacen por el “bien común”, el progreso o el futuro. Es la extrema derecha técnica, esa que durante el franquismo parecía menos montaraz e histriónica, más moderna y joven. Ahí estaban los ministros tecnócratas (algunos del Opus Dei): López Rodó, Espinosa, Lora Tamayo, Silva Muñoz, López Bravo, Oriol y Urquijo… y una lista larga de apellidos que antes, durante y después de la Transición, y también ahora, siguen copando los consejos de administración de muchas grandes empresas que fueron públicas, las grandes eléctricas, los bancos, las inmobiliarias, el alto funcionariado, los partidos políticos “de derechas”, “transideológicos”, “liberales” y hasta alguno que se dice “de izquierda”.

Para conocer mejor toda esa impunidad, esa “no transición” dentro del aparato del Estado y la banalidad del mal que nos habita aún hoy, conviene ver el documental El silencio de los otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar, ganadora de un Goya en 2018 al mejor documental y Premio del público en el Festival de Berlin. Dicen que el documental va de “la lucha silenciada de las víctimas del largo régimen de Francisco Franco, que continúan buscando justicia hasta nuestros días”, pero no va de eso sino de la impunidad y el buen nombre o la amnesia social de la que disfrutan muchos represores franquistas, de la desolación infinita de un anciana que habla en susurros recordando a su madre enterrada bajo una carretera, de estatuas que homenajean a la gente asesinada y son tiroteadas. De una Transición de verdad extraña y muy mal hecha, o hecha muy bien por los Rodolfos.

Y hoy esa derecha “técnica”, “aséptica”, “moderna”, “necesaria”, esa que salta con naturalidad de la política a los consejos de administración, que de nuevo nos quiere salvar y proteger de nosotros mismos a base de leyes mordaza, privatizaciones "salvesequienpueda", recortes de derechos laborales y bonitas palabras electorales, sigue aquí, son los herederos de los Martín Villa, los impunes “hombres grises” que quieren volver al poder, que quizá nunca se fueron (hoy azulones, naranjas y verdosos) y que nos robarán de nuevo “el tiempo”. Así que mucho ojo, haced caso a la pequeña Momo.

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Fuente: El Salto Diario