Los abortos de Dios Imprimir
Laicismo - Crítica a la jerarquía católica
Escrito por Juan Antonio Aguilera Mochón / UCR   
Lunes, 12 de Diciembre de 2011 00:00

Aborto sí, aborto no Con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) celebrada en Madrid, el cardenal Rouco Varela autorizó a los 2.000 sacerdotes que confesaron entre el 16 y el 22 de agosto en los 200 confesionarios de la llamada «Feria del Perdón», a que absolvieran «el pecado del aborto», facultad reservada normalmente al Papa y a los obispos. Muchos han querido ver aquí una «rebaja» del «horrendo crimen», el «asesinato de inocentes», el «homicidio cruel y atroz», el «inicuo genocidio», que es el aborto según la Iglesia católica. «El aborto y el infanticidio son crímenes abominables», decía el reputado concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 51). Pero yo quiero aquí ayudar a comprender la medida de Rouco reflexionando sobre unos datos muy relevantes para los creyentes.

 

Antes, una observación que ya muestra que la decisión del cardenal no es tan extraña. ¿No les sorprende el que, para ser el aborto un crimen abominable, en general los católicos, incluso los sacerdotes y obispos, no se lo tomen tan mal? De hecho, hay muchas noticias de violaciones y abortos, bastantes reconocidos por el propio Vaticano, en conventos y en misiones,... donde a curas y misioneros se les va algo más que la mano; pueden encontrar fácilmente en internet las informaciones al respecto recogidas por Pepe Rodríguez, y wikileaks acaba de hacer públicos nuevos datos. La Iglesia no se retuerce precisamente de llanto y crujir de dientes, sino que oculta y se conforma con regañar. El llanto y crujir de dientes lo exhibe de puertas afuera, como con los vídeos truculentos que difunde en los centros escolares.

 

Vayamos ya a los datos prometidos, datos conocidos pero que se orillan sin darles mayor importancia. Es imposible conocer las cifras exactas, pero se calcula que entre el 10 y el 20 por ciento de los embarazos conocidos por las propias mujeres desembocan, en las 20 primeras semanas, en un aborto espontáneo, no provocado. Quizás un tercio del total de las fecundaciones (hasta la mitad, según algunos especialistas) acaben en estos abortos «naturales», que a menudo se confunden con reglas intensas. Se cree que casi todas las mujeres con relaciones heterosexuales más o menos regulares sufren al menos uno en su vida. Parece claro que la incidencia de estos abortos es superior a la de los inducidos (los «crímenes horrendos», unos 45 millones al año en el mundo).

En la línea que señalé arriba, la de la sorprendente tolerancia (sobre todo interna) de los católicos ante el aborto, ¿no les llama la atención que, si tienen tan claro que tras la fecundación ya tenemos una persona, no se les ocurra bautizarla sin demora, in utero? He encontrado un antecedente: en 1848, cuando en Corrientes (Argentina) fueron condenados a muerte un sacerdote y su pareja sexual, ella, embarazada, sencillamente se tragó el agua bendita. Digo yo, si realmente preocupa dónde puedan pasar ¡la eternidad! las almas de los embriones y fetos que sufren abortos espontáneos (se les mandaba al Infierno, luego al Limbo...), y siendo éstos tan frecuentes, ¿no deberían las católicas celebrar un bautizo preventivo cada vez que copulan? Al menos, tomar un vasito de agua bendita. En honor al antecedente histórico y al copulativo, se le podría llamar el bautismo o el vasito de corrientes. Creo que, si se produce el aborto natural y la madre se entera, eso le aliviaría –en caso de ser creyente– los problemas psicológicos, como senti-mientos de culpa, que en ocasiones aparecen.

¿Pero hay acaso culpables, algún responsable de estos abortos naturales? Ya es hora de señalarlo; no son, evidentemente, las mujeres. Si existe el Dios católico –u otro de similares características–... ese Dios es el Culpable. En sus divinas manos está el destino de esas decenas de millones de vidas de inocentes que son segadas cada año. Recuérdenlo quienes se manifiestan contra el derecho al aborto: Dios es el Supremo Abortista. Él solo da cuenta de más abortos que todos los malvados humanos juntos. Es el sumo hacedor de estos «crímenes horrendos». Entre todos los «asesinos de criaturas inocentes» no alcanzan su capacidad liquidadora. Hagan números y verán que cada año se apunta probablemente más «asesinatos» que Hitler y Stalin juntos en toda su vida, aproximadamente tantas muertes como en toda la II Guerra Mundial.

Escribiendo esto me he enterado de que el gran biólogo Francisco José Ayala ha declarado que los abortos espontáneos se deben «a que el sistema reproductor humano está muy mal diseñado. Si Dios es el responsable de ese diseño, eso le convierte en el mayor abortista del mundo». Ayala, que incluso fue sacerdote dominico, evidentemente ha hecho esa afirmación como una boutade para rechazar la teoría del diseño inteligente (teoría anticientífica que rechaza la evolución natural, no dirigida, de la vida), no a Dios. En realidad da a entender que hay que apartarse absurdamente de Dios para hacer esa afirmación. Pero no es cierto, el Dios católico –el Dios de Ayala, si sigue adscrito a esa Iglesia– sí que es, si existe, el mayor abortista del mundo, pues es un Dios creador omnipotente y providente, que escucha a los humanos e interviene cuando lo cree oportuno por medio de milagros; nada se escapa a su mirada y a su control, mucho menos el destino de indefensas criaturas a las que poco antes se ha molestado en insuflar, una a una, el alma.

Que Dios tiene esas potestades no lo digo yo, lo dice el Papa, la Iglesia, el Catecismo, los profesores de Religión, la Biblia –el bárbaro Antiguo Testamento y el refinado Nuevo Testamento–, y, según este último, lo dijo Jesús. Y los creyentes, a quienes a menudo se les escucha un «si Dios quiere» o un «Dios mediante». ¿Quién cree en un Dios que sólo se limitó a poner en juego la pelota universal con el saque de honor? La creencia popular y oficial es, además, en un Dios-Messi, que puede intervenir brillantemente en cualquier momento (aunque el Dios real defrauda muchísimo más que el futbolista). El Papa ha evocado asimismo a un Dios-árbitro (que junto al sacador de honor y al messiánico conforma una misteriosa Trinidad futbolera) en la JMJ al atacar el aborto (sólo el inducido) y la eutanasia reprendiendo a quienes «se creen dioses» por «decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias»: está claro que, según él, esta capacidad arbitral de sacar la tarjeta roja es exclusiva de Dios. Y bien que la ejerce en los abortos espontáneos: expulsa del partido de la vida en las 20 primeras semanas a la tercera parte de los jugadores; si suponemos una esperanza de vida de unos 70 años, sería como expulsar en un partido de fútbol a 7 jugadores en los primeros 30 segundos.

A quien esto le parezca injusto porque pocas faltas pueden cometer los embriones y los fetos, olvida que todos empezamos el partido ya duramente penalizados, pues traemos de serie el terrible pecado original. «Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir la muerte corporal», nos aclara el Catecismo (#1018). De hecho, por eso hay dudas sobre si el único ser humano sin pecado original, la Virgen, murió; tendría ahora unos 2030 años (bien llevados, según a/parece). Así que ¡suerte que Dios es infinitamente misericordioso y deja sin abortar a dos tercios de los humanos! ¿Por qué a estos?: puf, en todo el partido no se aprecia mucha relación entre tarjetas y faltas, el Árbitro parece el Arbitrario. ¡Menos mal que Su furia tarjetera se aplaca después: hay más expulsados en la masacre de las primeras semanas que en cualquier década posterior! Como se colige de las palabras del Papa, precisamente en esa potestad de Dios para disponer cuándo le llega a cada cual su hora se basa la negación del derecho a que cada uno decida el final de su propia vida –no te puedes salir del partido, te tiene que expulsar el Árbitro, y no depende de las faltas que cometas–.

En resumen, con todos los respetos a los creyentes, de hecho siguiendo sus propias creencias, si el aborto es un crimen, me parece claro que el Dios católico no tiene rival como «horrendo criminal», «asesino abominable», «inicuo genocida».... Parece que poco podemos hacer contra esto, pero podríamos ponernos de acuerdo en evitar en lo posible el indeseado aborto inducido: sabemos que la mejor forma de hacerlo, la que no nos debemos cansar de promover, es el uso adecuado de los métodos anticonceptivos, pero, al condenarlos también la Iglesia, lo que propicia, vaya por Dios, son situaciones que abocan en el aborto que tanto dice abominar.

 

Juan Antonio Aguilera Mochón es miembro (involuntario) de la Iglesia católica y (voluntario) de Europa Laica.

Artículo también publicado publicado en El viejo topo 287, diciembre 2011, pp. 68-71