Un rey sin máscara Imprimir
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Javier López Menacho   
Jueves, 12 de Julio de 2018 04:33
Os confieso una cosa con todo el pudor del mundo: Yo fui de los que, siendo adolescente, le caía bien el Rey de España, un rey campechano y cercano al pueblo, el Rey Juan Carlos I. No es que le tuviera excesiva estima, pero tampoco me caía mal. Era de los que en las encuestas hubiera dado un aprobado a la institución. Aunque nunca entendí los porqués de su supervivencia ni por qué seguíamos cargando ese lastre del pasado, pensaba que si había sobrevivido es porque de alguna manera resultaba útil para la sociedad y los poderes del estado así que, por qué no iba a seguir ahí si garantizaba la neutralidad y la estabilidad del país.

Mi caso es paradigmático para entender cómo ha evolucionado la monarquía en el sentir popular y en qué deplorable estado se encuentra ahora. 

La Casa Real ha sufrido lo que gran parte de las oligarquías del país han sufrido en los últimos años. Se han sometido a discusión. Mientras el plan de marketing de la Casa Real se llevaba a cabo con la connivencia de los partidos políticos, la complicidad de los medios generalistas y la máxima opacidad institucional, es decir, mientras el 2.0 no servía de contrainformación y no había un debate público en torno a sus privilegios, el invento funcionaba bien. Los años pasaban, las cuentas en Suiza se llenaban de ceros y darse la vida padre era una cuestión de organización. Cuando la sociedad civil ha encontrado canales alternativos para acceder a la información y se ha comprendido el papel que jugaba en la sociedad el triunvirato oligárquico, conformado por los grandes empresarios, el bipartidismo y la corona, todo se ha desmoronado como un castillo de naipes.

El rey emérito ha pasado de ser un señor campechano que gozaba de la aprobación del pueblo, con gran prestigio e influencia, a ser un cazador retirado, antianimalista, machista hasta la médula, ex-comisionista, censor, evasor de impuestos y adicto a los lujos y la buena vida. Muy mal tuvo que ver la cosa para salir a la palestra y decir aquello de “no se volverá a repetir“, cuando la crisis llegó a su zenit mediático.

La inteligente lectura de Felipe VI desde la abdicación de Juan Carlos hace ahora cuatro años, ha impulsado la enésima campaña de blanqueamiento de la Institución, donde el nuevo rey retira los títulos nobiliaros a su corrupta familia, hace un vergonzoso paripé familiar frente a las cámaras y viaja internacionalmente para reforzar la idea de “estar preparado”. Pero hoy, en un país donde las nuevas generaciones viajan más que nunca, en el que se filtran las infinitas miserias de la saga borbónica y se sabe que, en nada que la situación política se agite, el rey hooligan actuará como lo haría la ultraderecha, ni Felipe ni Letizia ni nadie de la Casa Real engaña al pueblo. Sobrevivirán por hastío, por pereza, porque no hay manera de derribar su muralla, pero no lo harán por el cariño de la gente.

Si algo tienen de bueno estos tiempos es que se han comenzado a discutir relatos que teníamos incrustados, como un tumor, en la conciencia popular. El proceso que ha desenmascarado al Rey Juan Carlos nos llena de orgullo y satisfacción. Ni una facilidad ha tenido el pueblo para conocer los tejemanejes de una familia putrefacta, y sin embargo, hoy sabemos donde se sitúa la catadura moral de esta familia. Estarán pululando, qué remedio, pero ya solo engañan a un grupúsculo de fieles. Que se descubra que el rey emérito utilizaba a una antigua amante, Corinna, como testaferro para ocultar sus pertenencias -una más de su incontables fechorías en nombre de la patria- no es ninguna novedad,  el rey Juan Carlos es, desde hace ya tiempo, un indeseable que poquísima gente elegiría como representante popular. Y su hijo, atrincherado en el ámbito institucional y paseándose sin pena ni gloria por una patria que nunca defendió, tendrá que hacerlo inimaginablemente bien para alcanzar la popularidad que gozó su padre, hoy dilapidada por méritos propios.

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Fuente: La réplica