La realidad nos grita. Abrimos el periódico y un clamor nos encuentra: la desigualdad, la corrupción, el expolio, el empobrecimiento, la injusticia, el ahogo… Es el mismo estruendo que se oye en la calle, cada día, en cada manifestación y cada protesta. Hay, sin embargo, dos actitudes distintas ante esta llamada. La primera es la de quien consigue esconderse, enclaustrarse, estar ajeno a lo político y a lo social. Así, buscan sobrevivir. Hay otros que viven un enfado metódico, en la rabia continua y legítima. No encuentran otra manera de vivir. Unos a otros se reprochan su actitud. Los primeros están convencidos de su silencio, creen que cualquier voz rompe su libertad. Los segundos reclaman las palabras de los otros, creen necesaria su participación y solidaridad para conseguir sus objetivos.

Juan Torres, en un excelente artículo publicado en Público (24.03.13), titulado La guerra mundial de la deuda señalaba que el mayor problema existente hoy en el mundo referente al crecimiento de la deuda no es la deuda pública, como constantemente subrayan la mayoría de medios de información, sino la deuda privada, la cual ha alcanzado unos niveles inasumibles en la práctica totalidad de países a los dos lados del Atlántico Norte. Según el Banco Internacional de Pagos (BIP), la deuda total privada de los países de la Eurozona es de 15,7 billones de euros, una cantidad que es casi el doble de la riqueza de los países de tal zona monetaria, medida por su PIB (8,7 billones de euros). Un tanto semejante ocurre en EEUU, cuya deuda privada es de 24,98 billones de dólares, que es muy superior a su PIB, que es de 16 billones de euros.