Yo acuso, como el poeta, a los que quieren acallar la voz de la justicia, por las promesas incumplidas y las mentiras institucionalizadas. A los que pretenden silenciar, como lo hicieron con Neruda, el discurso crítico que desmantela el fraude antidemocrático. La palabra entonces se traslada a la calle, a las alamedas. La que clama el sagrado derecho de defensa de los ciudadanos engañados y condenados a pagar las malas mañas de unos pocos ávidos especuladores y sus títeres políticos.

Los asesinos de los animales no tienen alma, venía a decir “El Roto” un día de estos en su dibujo-dialogo-crítico.
Los defensores de los asesinos, de esos sin alma, son sus lacayos.

Lothar Lahn, embajador alemán en España cuando los fascistas dieron el golpe de estado el 23 F de 1981, se reunió con el sucesor de Franco, y, tras el encuentro, escribió a su gobierno que el otro le había declarado que quería lo mismo que los golpistas, y que haría lo posible para que no fuesen castigados. Tiempo antes había dicho a una periodista inglesa: “No consiento que en mi presencia se hable mal de Franco”.