El Felón PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Arístides Mínguez   
Sábado, 25 de Enero de 2014 05:50

Es la maldición por vivir España. Este malhadado país no aprende de sus errores. Se permite el lujo de despreciar su historia. Vuelve a cometer los mismos pecados. Cual nuevo Sísifo: condenados a hacer rodar 'in aeternum' la roca de los yerros hispanos. Osamos olvidar el pasado. Éste se toma debida venganza volviendo a castigarnos. Sin remisión.

 

Uno de los personajes más lúgubres de nuestra historia reciente fue Fernando VII de Borbón. Hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma, llegó al trono después de que sus partidarios destronaran a sus padres en el Motín de Aranjuez (el 17 y el 18 de marzo de 1808). Poco le duraría el premio a sus intrigas: el francés le había echado el ojo a nuestra nación. Visto el desgobierno de la misma, con una oligarquía rancia y usurera, una Iglesia dueña de haciendas y conciencias, un pueblo analfabeto y embrutecido, decidió entregar la corona a uno de sus hermanos. Puso a los Borbones a cuidar flores de lis en su prisión transpirenaica. El cinco de mayo del 1808, en Bayona, Carlos IV y Fernando VII fueron obligados a abdicar en José Bonaparte, quien reinaría como José I.

No hay más que ver los rostros de ambos Borbones en los descarnados retratos que Goya les hizo para comprender qué tipo de reyes fueron. Aconsejo echar un detenido vistazo al titulado La Familia de Carlos IV, pintado por el maño genial en 1800. Y leer (no en el Marca ni en La Razón, advierto) sobre la figura de cada uno de los monarcas. Carlos IV, hijo de Carlos III, adolecía de una grave desidia, que le hizo delegar el gobierno en su esposa y en su valido, Manuel Godoy, del que pronto empezó a murmurarse (sin fundamento, parece), que coronaba al monarca. No con una corona. Y ya hemos dicho que Fernandito conspiró para derrocar a papá. Descubierto el complot, no dudó en denunciar a sus cómplices. Lo que animó al Bonaparte a ponerlos en cuarentena y entronizar a su hermano.

Mas el pueblo español siempre ha sido muy particular. Le tomó tirria a la polaina gala y se levantó en armas contra el invasor, convirtiéndose la Iglesia, que recelaba del tufo revolucionario y librepensador que traían los gabachos, en uno de los principales aguijones. La llama se prendió en Madrid el 2 de mayo de 1808, antes de que los Borbones, ya en Bayona, fueran forzados a abdicar. A partir de ahí, una barahúnda de motines por toda la piel de toro, salvajemente segados por las tropas napoleónicas. Compatriotas nuestros se arrojaban contra las bayonetas de la infantería o los sables de los mamelucos, que habían derrotado a lo mejor de los ejércitos europeos, a pecho descubierto, armados con trabucos, navajas, hoces u horcas. Las matanzas de civiles fueron despiadadas. No consiguieron domeñar la furia ibérica.

Mientras tanto, el rey Fernando hacía honor al sacrificio de sus súbditos lamiendo hasta la última ladilla del corso. Éste mismo recordaría en su destierro deSanta Elena al monarca borbónico: "No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José, lo que quizás se habrá considerado hijo de la fuerza, sin serlo; pero además me pidió su gran banda, me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas que de ningún modo tenía precisión de hacer. En fin, me instó vivamente para que le dejase ir a mi Corte de París".

Aun a su pesar, Fernando VII se convirtió en el banderín de enganche, en el símbolo de todos aquellos que luchaban por la independencia. Bajo el martillear de las bombas francesas, fue aprobada por las Cortes de Cádiz la Constitución de 1812, la Pepa, por ser ratificada el 19 de marzo. Una nueva España parecía estar naciendo. Nuestros ancestros se enfrentaban al enemigo invocando el nombre del monarca. Fernando VII se convirtió en el Deseado.

Con la ayuda inestimable de las tropas británicas de Wellington, consiguieron quitarse el yugo. En el Tratado de Valençay, sellado en diciembre de 1813, Napoleón firmó la paz y le devolvió la corona. El Emperador, viendo perdida su causa y acosado por los aliados, en marzo de 1814 dejó volver a Fernando, que se aseguró de que sus padres no lo hicieran. Los envió a rezar rosarios con el Papa.

El Borbón fue recibido en loor de multitudes por aquellos que, con su sangre, le habían devuelto su reino. La recién aprobada Constitución no reconocía al Rey hasta que éste no la jurara. Se guardó muy bien de hacerlo. El 4 de mayo del mismo año, apuntalado por un pronunciamiento militar, dejó sin efectos la Carta Magna. Reinstauró el más acérrimo absolutismo. Ordenó detener a los diputados doceañistas y comenzar una feroz represión contra todo aquello que oliera a liberal. Entre 1814 y 1820, España, sumida en una onerosa crisis a causa de su atraso secular y los seis años de guerra, fue obligada a volver al más oscuro pasado. El Rey ordenó hacer desaparecer la prensa libre, las diputaciones y los ayuntamientos constitucionales. Cerró las universidades, devolvió privilegios y territorios a la Iglesia, restableció los desfasados gremios. La Inquisición, odiada por el pueblo, fue reinstaurada.

En enero de 1820, un golpe de Estado, urdido, entre otros, por militares liberales comandados por Rafael de Riego, triunfa, tras unos principios inciertos. Se establece el Trienio Liberal. Fernando VII es obligado a firmar la Constitución. Se suprimieron la Inquisición y los señoríos. El Rey, que fingía acatar el régimen constitucional, no paró de conspirar contra él. Alentó, incluso, un golpe de Estado entre su guardia, que fue sofocado por las milicias urbanas.

Las intrigas borbónicas se vieron recompensadas en octubre de 1823, al ser invadida, de nuevo, España por tropas francesas. Éstas, monárquicas: los Cien Mil Hijos de San Luis. Nada pudieron hacer los liberales. La población se desentendió. El Gobierno legítimo se refugió en Cádiz, llevándose al taimado monarca. Fueron duramente bombardeados.

Convencieron al Rey para que negociara la rendición, asegurando ante los invasores que él se comprometía a respetar las libertades alcanzadas con la Constitución. Una vez libre, Fernando VII volvió a hacer honor a su palabra: se unió al contingente galo y abolió ipso facto todas las normas jurídicas aprobadas durante la ensoñación del Trienio Liberal.

Habiéndole sido, así, devuelto el poder absoluto, comenzó la llamada Década Ominosa (1823-1833). Aquellos liberales, que no se exiliaron, fueron perseguidos y ajusticiados. El mismo Riego fue ejecutado en la Plaza de la Cebada de Madrid. Algunos tan sólo por bordar una bandera constitucional, como la granadina Mariana Pineda, a la que inmortalizó García Lorca en un drama. Se estableció una estricta censura. Se organizó un reaccionario plan de estudios en las universidades, estrechamente supervisado por la curia eclesial: se suprimía buena parte de los estudios científicos, reforzando los de Derecho y Teología. Se crearon escuelas de tauromaquia.

A frente de tan seráficas reformas se puso a un tal Francisco Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia (un híbrido incestuoso entre Gallardón y Wert). Debió de calar tan hondo el obrar político del susodicho ministro que, más de cien años después, Jacinto Benavente criticaba al Gobierno que le había tocado sufrir diciendo que "era el peor Gobierno desde los tiempos de Calomarde".

El que comenzó Deseado, concluyó siendo conocido como el Rey Felón. Lo sucedió su hija Isabel II, que, aparte de la misma incompetencia paterna, sufría también cierta incontinencia sexual, a lo que se ve, congénita en algunos de su dinastía. Fue derrocada en 1868 a consecuencia de la Revolución Gloriosa, con la que nacería la Primera República Española.

Fernando VII, el Rey Felón, fue un soberano que no tenía escrúpulos, vengativo y traicionero. Sin palabra. Rodeado por una corte de aduladores y clérigos ultramontanos.

En nuestra historia ya no habrá sólo un Felón. Otros vendrán (y han venido ya unos cuantos) que sombra le harán. El último, al que los dioses nos han castigado con padecer, por no haber aprendido la lección, comenzó de monaguillo de un felonín con bigote trasnochado y acíbar en el carácter. Sin importarle ir contra el sexto mandamiento de su Santa Madre Iglesia, pasándose por el arco de su entrepierna el sufrimiento de sus paisanos gallegos, mintió para tapar la incompetencia de sus compañeros de gobierno. Lo que, según su frívolo parecer, sólo eran hilillos de plastilina chapapoteada, provocó un inconmensurable desastre ecológico.

En un rasgo preclaro de lo que su partido entiende por democracia, fue "democráticamente" señalado por el dedo del dios Ánsar. Batido y humillado en dos elecciones consecutivas, ganó las últimas por descarte, por hartazgo general ante las papanatadas de su antecesor.

Fue también "secuestrado" nada más llegar al trono. Esta vez, no por Napoleón: ahora la corona imperial la tienen la Führer Merkel y sus conmilitones de la Troika. Durante casi dos semanas desaparecido, dejaba patente que no iba a gobernar para el país que le había entregado su confianza. Antes, los mercados.

Los felones, conscientes de su insignificancia y su insoportable mediocridad, suelen rodearse de otros más cenutrios. Así como Fernando VII encomendó el gobierno a mindangos cuales Calomarde, el nuevo felón reunió en torno a sí una oscura camarilla de ministros que, para empezar, nombraron directores generales u otros altos cargos a parientes o barraganes. El consabido nepotismo de la Marca España: vales más por "ser de" o "acostarte con" que por lo que haces.

Algunos de entre sus ministros, adeptos a ciertas sectas católicas, pronto olvidaron que habían de servir a los ciudadanos de un país que, constitucionalmente, es aconfesional e intentan aplicar su talibanismo religioso a una sociedad que, hace ya tiempo, quiso quitarse el cilicio. Confió un ministerio clave a un directivo de una de las empresas que especuló a tontas y a locas, provocando el 'crack' del que nació la crisis que hemos de afrontar. El zorro guardando las gallinas.

Aunque fueron las primeras felonías, quedaron empañadas por la amnistía fiscal, que preparó a la carta para los grandes evasores otro de sus tétricos ministros (éste, además, con enternecedora risa de hiena y un exquisito amor por la cultura española). Ningún pringado asalariado se vio agraciado por esta medida. Al contrario, más de uno de nosotros se sintió gilipollas por venir pagando impuestos, sin posibilidad de escaquear nada. Hacienda nos tiene fichada hasta la marca de calzoncillos.

Y llegó el rescate a la banca. En vez de enchironar al puñado de banqueros que especuló a cuerpo de cabaret y consintió que sus hombres de paja estafaran a pensionistas, enfermos y otros incautos, miles de millones para tapar los socavones de su gestión. La población, que no tuvo ni arte ni parte en el 'tsunami' de la crisis (más allá de sucumbir, algunos, a cantos de sirena y dejarse atrapar por un préstamo o una hipoteca que, cual cáncer, los está devorando), fue castigada con recortes despiadados. Muestra de la empatía de los nuevos señores del país con sus ciudadanos, cómo recibió la bancada del Partido Popular los anuncios de los recortes: aplausos, mofas y "que se jodan", entre éxtasis orgásmicos.

Encabeza nuestro héroe un Gobierno de mercachifles, de tenderos de barrio. De usureros. De emprendedores Marca España. Todas sus medidas son mercantilistas, cortoplacistas. Venden, a precio de saldo, al país y a su clase trabajadora. A su reclamo, buitres. Como Ministra de Trabajo, una señora que en su vida ha trabajado. Sabedora de ello, confía el futuro a la Virgen del Rocío. Otro ministerio, para una que sufre apariciones marianas (mejor, "correrianas"): automóviles de lujo en su garaje, viajes y fiestas a tutiplén familiares... Al frente de las Fuerzas de Seguridad, un presunto nostálgico del Régimen, que pretende acallar los gritos de los que padecen sus tropelías a base de gases, cañones de agua y golpes.

Se desmonta, a través de sus recortes, lo público. Una panda de córvidos afectos llena sus ya pingües bolsas, haciendo negocios con la salud y la educación de todos. A cambio de dejar escuelas, institutos y hospitales públicos para beneficencia. Todos los felones cierran o ahogan universidades públicas. Las privadas, sobre todo si están "bendecidas", son bienhalladas... Siempre habrá algún cargo esperando. Los suyos sí pagan a traidores. Intentan establecer la censura. Dan ruedas de prensa en pantallas de plasma o en el extranjero. Vetan a algunos medios no afines mientras subvencionan con publicidad institucional, sufragada por la ciudadanía, a los que actúan de mamporreros. Convierten RTVE en RTVPP. Favorecen a la Iglesia, visten mantilla, desfilan bajo palio, como en tiempos del abuelito Paco, e intentan revivir la nueva Inquisición. Desatienden la ciencia y el progreso. Hacen salir del país a centenares de científicos, trabajadores cualificados y millares de jóvenes. Sustituyen la solidaridad, que se ha de practicar entre iguales, por la caridad, que se ejerce de arriba abajo (quedando ellos y los suyos, por supuesto, arriba). Conviven con la corrupción. Personajes como Bárcenas, Mata, Correa o Camps, con los que antes se llevaban a partir un piñón, son ahora escondidos con siete llaves. Bajo su égida, bien con su conocimiento bien por su omisión, comunidades enteras, cuales Valencia y Murcia, domeñadas lustros ya por el PP, fueron asoladas, se convirtieron en viveros de corruptos y corruptores. Y se premia a algunos mandándolos a Europa.

Cínicos e hipócritas, cual felones, ponen ahora carita de contrición y confiesan que, hasta hoy, han gobernado repartiendo dolor entre sus súbditos porque pensaban más en la prima de riesgo y en los mercados que en sus ciudadanos. Pero que ahora (que se acercan las europeas) van a ser buenos de verdad. A ver si sólo les votan la prima de riesgo, los mercados y los nostálgicos del antiguo régimen.

Daño enorme han hecho a la democracia con sus mentiras, con sus atropellos, con su alienación ante el sufrimiento generado con su política merkeliana. ¿Por cuánto tiempo estará este desmemoriado país dispuesto a sufrir la nueva Época Ominosa? ¿O es que, tal vez, lo que se merezca es ser regido 'per saecula saeculorum' por felones?

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Fuente: La Columnata