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Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Rosa Regás /   
Lunes, 16 de Enero de 2012 06:13

Rosa RegásAl ver en televisión y en los medios la exhibición de las corrupciones con que nuestros ejemplares políticos -en opinión de sus jefes de partido- han esquilmado las arcas públicas nos preguntamos qué los ha llevado a un comportamiento tan vergonzoso, insolidario y presuntamente delincuente. No será por supuesto porque han tenido una infancia desgraciada o porque han carecido de amor o de dinero o de educación, como tantas veces vemos en las biografías de otro tipo de delincuentes como los maltratadores, los ladrones o los asesinos.

 

De ningún modo quiero con estas palabras justificarlos sino entender a unos y otros. Estoy leyendo un extraordinario libro aparecido en Alemania en 2009 (Ed. Salamandra 2011) cuyo autor, Ferdinand von Schirach, de 47 años, es abogado penalista en Berlín. De su experiencia son los casos que relata, historias escalofriantes, emocionantes o descarnadamente tristes, donde no se limita a contarnos el crimen o el suicidio de un personaje, sino la vida en la que se ha criado, los padres y el entorno que lo han protegido o desahuciado convirtiendo una historia particular en una historia social.

Siempre he creído que en similares circunstancias es probable que todos hubiéramos actuado de la forma en que lo han hecho este tipo de delincuentes. Como si sus circunstancias sirvieran de freno a la decencia y la honestidad, suponiendo que alguien se las hubiera transmitido, o a la voluntad de no robar, de no pegar, de no matar o no suicidarse. Tal vez en el juicio alguna de estas circunstancias sirviera de atenuante como sirven de atenuante para ciertos jueces a la hora de dictar sentencia contra un maltratador el hecho de que la mujer maltratada o asesinada llevará unos tejanos demasiado apretados.

Podemos o no podemos estar de acuerdo con esta teoría, pero ¿qué atenuantes tienen los corruptos para paliar su culpabilidad? Se mire como se mire, no los hay.

El corrupto es, además de ladrón, un cínico y un embustero, y está convencido de su impunidad. La única justificación de su delito es la codicia. Esto en el caso de los corruptos con inteligencia elemental, que son los que conocemos. A los listos no hay quien los atrape porque se mueven en una red de amistades sostenidas por informaciones comprometedoras que utilizan subrepticiamente unos contra otros como chantajes y en un toma y daca de favores que mantienen las bocas cerradas. Ingeniería financiera, social y moral que va de los más altos poderes hasta los serviles colaboradores de los codiciosos. Desde la sombra, donde habitan con las máscaras de "bancos" y "mercados", ignoran billonarios fraudes a Hacienda, transfieren capitales a paraísos fiscales, exigen soluciones draconianas contra los trabajadores y enriquecen aún más a los ricos, a ellos mismos. Pero también solo por codicia.

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Fuente: El Correo