La España que dejó el PSOE. El aquí y el ahora de la izquierda Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Luis Arias Argüelles-Meres en La Nueva España   
Miércoles, 11 de Enero de 2012 06:48

PSOE Crisis«¡Ay de los que nos hemos criado en pecado de liberalismo!... ¡Ay, España, cómo te están dejando el meollo del alma!» (Unamuno)

A algunos nos da escalofríos la certeza de que en aquel Madrid de la movida con Tierno como alcalde lo que ahora impera es la derecha más recalcitrante en manos de una majeza que parece haber heredado el afán de aquella época, en la que, como Ortega señaló con acierto, la aristocracia española se hizo plebeya con su debilidad por lo castizo. A algunos nos da escalofríos pensar que la España que dejó el PSOE no puede traer otra cosa que no sea lo que ahora tenemos, es decir, una derecha que no sólo puede esgrimir la coartada de episodios de corrupción generalizada, tal y como ocurrió al final del felipismo, sino que, para mayor baldón, acaba de alcanzar el poder tras una gestión calamitosa que se hizo en nombre de una izquierda desnortada que no sabe qué discurso enarbolar ante una situación que la desbordó.

 

En 1996 el felipismo dejó a la sociedad española desmoralizada. En 2011-12, las inconsistencias y bandazos de Zapatero sumieron al país en una crisis que nos sitúa al borde de la ruina. No hace falta argüir el carácter global de la crisis y que la situación sería delicada con independencia del partido que estuviese en el poder. Pero es innegable que hemos asistido al poco edificante espectáculo de un dirigente que se vio sobrepasado por los hechos y que generó cualquier cosa excepto confianza no sólo en la sociedad, sino también en sus propias bases, tal y como se demostró en las urnas el pasado 20 de noviembre.

Porque no sólo hubo bandazos en la política económica, sino en otros ámbitos de importancia indudable, por ejemplo, en esa vertebración territorial que sigue siendo una asignatura pendiente. Zapatero pasó de ser uno de los grandes valedores del Estatuto de Cataluña a inhibirse del problema cuando llegó aquella retardada sentencia del Constitucional. Y, en este mismo orden de cosas, estamos hablando de un partido que a día de hoy no tiene un discurso claro con respecto al llamado modelo autonómico, pues hay federaciones socialistas que mantienen posturas muy encontradas al respecto.

A este propósito, cuando Bono habló de que la persona que liderase el PSOE a partir del próximo congreso no debería sentir complejo alguno a la hora de dar vivas a España, el bochorno que aquello me produjo no pudo ser mayor. Y es que estamos hablando de alguien que hace de la política folclorismo. Y es que estamos hablando de alguien que tendría que empezar por preguntarse cuál es el modelo de país de su partido, para lo que encontraría respuesta en la propia historia del PSOE, que siempre tuvo sus debates internos, pero que en ningún caso apostó por la España de charanga y pandereta a la que se refirió en su día Machado. No es España lo que debe cuestionarse, sino qué idea de España se defiende, cuál es el modelo de país por el que se apuesta por parte de un partido que tiene en su trayectoria una defensa inequívoca de modernización y progreso social, sin majezas.

La España que dejó el PSOE es la del desapego hacia la mal llamada clase política, es la del país con una tasa de paro alarmante, es la de la confusión en cuanto al modelo territorial, es la de la frivolización de un mundo que se reclama de la cultura, que, sin embargo, no estuvo muy lejos de desempeñar el papel de los antiguos Coros y Danzas cuyo recuerdo a más de uno nos despierta sarpullidos. Es, por si todo ello fuera poco, la reencarnación de aquella España que voluntariamente renunciaba a la excelencia por las cuotas, por los amiguismos, por una beatería hacia lo políticamente correcto cuyo discurso se fundamenta, en el mejor de los casos, en ñoñeces que son continuas jeremiadas.

Y ahora asistimos al espectáculo de debates sucesorios, de personalismos, es decir, de una ausencia de discurso que pueda convencer a una sociedad desmoralizada y cada vez más angustiada ante la pérdida de derechos que garantizaba un Estado del bienestar que todo el mundo respetó, incluida la derecha democrática.

Pero en la España que dejó el PSOE también se encuentra, por fortuna, la de los indignados, la de quienes no se resignan, la de quienes saben que aquí se hipotecó, con la anuencia de los sindicatos, el futuro de unas nuevas generaciones que fueron víctimas de un sistema educativo demagógico y que sufren ahora la precariedad laboral más inquietante desde la transición a esta parte.

No somos un país de ricos, como se nos quiso hacer creer. No somos tampoco un país en el que la cultura pueda estar en manos de divinidades artísticas en frenesí que piden votos, arquean cejas y gustan de recaudar con un ánimo de lucro que podría escandalizar al más avariento.

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Fuente: La Nueva España