Volvamos a las plazas, nuestro futuro está ahí PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Violeta Assiego   
Sábado, 27 de Julio de 2019 05:19

Un hombre muere cuando acude a votar a un colegio electoral en San Sebastián

 

Tras la investidura fallida quizá es buen momento para recordar que lo que pasó el 15M fue mucho más que una aventura de verano. Confiar ciegamente en los líderes políticos como si fueran sumos sacerdotes es hacer el idiota, es una creencia infantil que cultivan los padres (y madres) de la política para preservar el orden establecido (establishment).

 

 

 

Es ingenuo pensar que esos políticos que buscan velar por el establishment (el orden establecido) no se vayan a dejar llevar por las inercias que les alejan de la realidad y les acercan a quienes influyen en la macroeconomía de un país. Por eso siempre es tan importante que desde las calles, la sociedad civil, los activismos, los movimientos sociales, las acciones colectivas y la política de lo cotidiano se les ponga delante, una y otra vez, desde la lógica de los derechos, cuáles son los problemas sociales, económicos, vitales... los problemas reales que tiene la gente excepcionalmente corriente. 

No se puede votar mayoritariamente diálogo, progreso y derechos humanos para, ante el primer gran escollo, olvidarnos de cuál es nuestra responsabilidad ciudadana y decir que, la próxima vez, nos vamos a dar a la abstención como quien se da a la bebida para olvidar un desamor. Parece que con esto del multipartidismo, el manual de resistencia de Sánchez y los acuerdos del trifachito se nos han olvidado los motivos que estaban detrás de aquella pancarta del 15M que decía "no somos mercancía de políticos ni banqueros". ¿Acaso es que algo ha cambiado en la vida de las personas, en la especulación inmobiliaria, en la corrupción política, en el reparto de poder en las altas esferas o en la violencia institucional de nuestras políticas migratorias cómo para que hayamos dejado de ser mercancía? La verdad es que si algo ha cambiado hemos sido más nosotras y nosotros que esas políticas y prácticas abusivas, unos habremos cambiado para evolucionar (eso espero por la parte que me toca) y otros, parece que para todo lo contrario: involucionar.

Así que a quienes se enfurruñan diciendo que no van a ir a votar me gustaría decirles que deben recordar que más importante que su voto es lo que vayan a hacer cada día con su rabia, sus problemas y su escepticismo. Emociones todas ellas legítimas pero que, dada la coyuntura, si no canalizan a través de una lucha personal, vital y colectiva pueden llegar a ser tan destructivas como las políticas fascistas que dicen que rechazan, es más, pueden servir de abono a esa ultraderecha que no inquieta a la CEOE, esa que está deseando capturar los peces muertos que deje la izquierda.

¿Por qué nos cuesta tanto comprender que si nos anulan, nos suprimen o nos deprimen están acabando con lo que nos mueve a vivir, con lo que somos? En algún lado he oído que siempre es el momento de hacer lo correcto y lo correcto, ahora que Pedro Sánchez tira la toalla a la posibilidad de hacer un gobierno progresista con Unidas Podemos, es que la ciudadanía no la tire también, es que no hagamos el idiota. El Ahora urge, aunque no tengamos un nuevo gobierno o precisamente porque no lo tenemos. 

Hay responsabilidades que no se pueden delegar, es algo que salta a la vista cuando miramos a nuestros mayores cómo defienden cada semana las pensiones de todos, o cuando se observa a grupos de vecinos plantarse delante de los portales de quienes van a ser expulsados de sus casas con la intención de parar esos desahucios. Los feminismos saben bien que ante la adversidad no nos podemos rendir, recoger y meter en casa. A pesar de los más de mil crímenes seguiremos gritando "Ni Una Menos" cada vez que un hombre mate a una mujer (o a lo que ésta más quiere) por el solo hecho de ser mujer y ser libre.

Quienes creen que toda su participación ciudadana es votar (o no) se autoengañan. La participación ciudadana y el derecho a ser escuchado y a manifestarse es mucho más que el derecho a votar. Y si no que se lo digan a la tantísima gente que hace política en lo cotidiano, que practica la ética de los cuidados, que acompaña a que se haga justicia y que litiga en los casos de los desheredados. Hombres y mujeres que desde los márgenes buscan formas de sortear el rodillo "del orden establecido" que aplasta a las dianas fáciles de una sociedad de la que todos formamos parte y que da cada vez más cabida al hedonismo, el consumismo, las ideas neoliberales y la ignorancia de los prejuicios.

Si es momento de hacer lo correcto igual es momento de volver a ocupar las plazas antes de que seamos víctimas o verdugos entre nosotros y nosotras mismas. De recuperar en esos espacios abiertos y públicos el clima de escucha, empatía, diálogo, respeto, aprendizaje mutuo y sentido común (sentir común) antes de que sea demasiado tarde y la crispación reviente los puentes. Nadie ni nada está a salvo de contaminarse del veneno que es pensar en clave de enemigos en vez de en clave de conciudadanos. De hecho, ahora también, entre la gente de izquierda se ha inoculado esa mierda. 

Es obvio que tal y como pinta la política municipal, autonómica y estatal, lo de votar cada cuatro años, cada dos o cada 8 meses no va a ser suficiente. Es tiempo de mirar y aprender de esa gente luchadora de barrio, activista colectiva, feminista en los márgenes, rider de los derechos laborales... que hacen política de lo cotidiano porque tienen claro que no somos mercancía de nadie. Toca dejar de ser el botín para ser el botón que enciende una defensa cotidiana y política de nuestros derechos sociales, económicos, culturales, políticos y civiles porque nos han vuelto a dejar claro que nuestros sueños no caben en sus urnas. Solo por eso toca seguir.

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Fuente: El Diario