Combatientes PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Juan Gabalaui   
Jueves, 20 de Septiembre de 2018 04:47

Cuando era adolescente fui a un mitin de Blas Piñar. Un antifascista rodeado de fachas, muchos de ellos jóvenes de mi instituto y de la zona. Vinieron conmigo chavales que se consideraban de izquierdas, del Che Guevara y esas cosas. Años después me decían que votaban a Izquierda Unida. Recuerdo poco la palabrería patriótica pero sí me acuerdo de la gente que conocía de vista y que me sorprendió que fueran fascistas. Este ejercicio de curiosidad no lo he vuelto a repetir exceptuando algunos eventos donde he ido a sacar fotos. Ese día, aunque ya se notaba la desbandada de la militancia fascista, que se empezaba a refugiar en Alianza Popular, me di cuenta de lo cerca que tenía al fascismo y del embrujo que podía tener en muchos jóvenes.

De lo que no me di cuenta, hasta tiempo más tarde, es que vivíamos una época de desideologización, alimentada por un PSOE que no solo abandonó definitivamente el marxismo sino también la voluntad de transformar la sociedad desde las ideas socialistas. Trasladó el eje de la izquierda hacia la derecha y en este movimiento lo acompañaron millones de españoles, que aún así siguieron considerándose socialistas aunque no creyeran creíble la posibilidad de una sociedad socialista. El tiempo permite mirar aquella época, mediados de los ochenta, con la suficiente distancia como para reconocer el efecto práctico de ese cambio en lo más cotidiano. Solo hay que mirar a muchos de los que te rodeaban y la evolución política que han tenido en estos años.

La desideologización no fue tal. Consistió en el rechazo posmoderno de las viejas ideologías para crear un vacío a cubrir por la ideología imperante del capitalismo extremo, triunfante en las décadas posteriores. En realidad fue un periodo radicalmente ideológico. Transformó el eje de izquierda y derecha en personas capitalistas que votaban al Partido Popular y al PSOE. Dejaron a la izquierda el enganche de las políticas sociales mientras se desarrollaban políticas económicas contrarias a los intereses del pueblo. La conocida zanahoria que sigue el burro mientras le azotan el trasero con una fusta. Pretendieron homogeneizar a las masas y construir ciudadanos acríticos y manejables. Este proceso fue especialmente benévolo con el fascismo español, que en su versión light pervivió y creció con muchos de mi generación. Fue un poco lo de vale, Franco fue un dictador pero déjalo estar, forma parte de la historia y también hizo cosas buenas. Esta atmósfera es la que se respiró durante décadas casi sin darnos cuenta. Esos que me acompañaron al mitin de Blas Piñar, que se decían de izquierdas, jóvenes ellos, defienden hoy la unidad de España, el uso de la violencia policial y la represión en Catalunya. El hueco ideológico que tenían fue rellenado por la atmósfera en la que vivieron, sin mascarilla protectora.

Pilar no sé qué, presidenta del movimiento por España, se quejaba de la escasa asistencia a una concentración en defensa de Franco y en contra de su exhumación. Fueron cuatro gatos y esos son literalmente el número de franquistas nostálgicos que se envuelven en sus banderas rojigualdas en busca de consuelo. Son cuatro gatos grotescos y ridículos que representan muy bien lo que fue la dictadura fascista. Lo preocupante no son estos sino la mayoría que respiró la atmósfera viciada. Gran parte de los centros de trabajo son lugares donde se puede evaluar el éxito de la embestida ideológica de las élites económicas y políticas. Trabajadores pasivos e individualistas. Lo hicieron muy bien. Nos dejaron solos. Nos alejaron los unos de los otros. Consiguieron con el trabajo, o con su falta, que solo pensáramos en trabajar. De lo demás se encargaron los medios de comunicación, los opinadores profesionales y los políticos, que nos decían lo que debíamos pensar sobre cualquier tema político, social y económico. Nos ahorraban el trabajo de tener una opinión propia. Han marcado la opinión sobre Catalunya, la monarquía, la inmigración, la venta de armas, ETA o la crisis financiera y económica. Han sido capaces de presentar a un personaje como Juan Carlos, que ha acumulado miles de millones de euros desde la nada, en referente democrático, y a su hijo, Felipe, en pilar de la paz y la convivencia nacional. Han convertido la mayor acción democrática de la posdictadura, el referéndum convocado en Catalunya, en un ataque a la democracia.

Muchas generaciones se han preguntado cómo la sociedad alemana permitió la persecución del pueblo judío. No entienden cómo no reaccionaron ante lo que estaba sucediendo en los campos de concentración y a la persecución de los disidentes y diferentes. Normalmente nos solemos colocar en la posición de aquellos que sí hubieran reaccionado. Formaríamos parte, en nuestra imaginación, de la resistencia. La realidad es que la mayoría formaría parte del gran grupo que no hizo nada más que mirar hacia otro lado o vitorear a los represores. La defensa psicológica ante la defensa de hechos deleznables es negarlos o justificarlos. Necesitamos dar una explicación que nos permita sostener nuestro posicionamiento. Es una eficaz manera de autoengañarnos. Lo contrario sería mirarnos en un espejo y ver un verdugo. No nos cuesta empatizar con el horror sufrido por las víctimas del Holocausto, lejano en el tiempo y recreado mentalmente, pero sí ante las víctimas de tortura en el Estado Español. Especialmente si las víctimas se las enmarcaba dentro de aquello que el juez Garzón denominó el contexto de ETA. Entonces lo negamos (“tienen órdenes de denunciar torturas cuando son detenidos”) o lo justificamos (“son asesinos”). No nos cuesta empatizar con la imagen de un niño muerto en las playas del mediterráneo pero sí con los inmigrantes, negros y pobres, que se juegan la vida por llegar a Europa. Somos tan parecidos psicológicamente a la sociedad alemana de los años treinta y cuarenta que da miedo.

Este proceso de desideologización [de otras ideologías], que ha transformado a las sociedades en mercados, consumidores y usuarios, hace a la población vulnerable ante ideas que violentan los derechos fundamentales, reprimen a los disidentes y alientan el enfrentamiento. No es aceptable que cuando hablemos de las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla se piense en qué otros métodos se pueden utilizar para evitar que entren inmigrantes y no en que es absolutamente intolerable el uso de métodos que pongan en peligro la vida de las personas. En que es intolerable que existan cárceles y campos de concentración de inmigrantes en la Unión Europea. En que es intolerable que existan muertos de una guerra civil y de la represión fascista sin ser localizados y entregados a sus familias. En que es intolerable la existencia de un sistema de acumulación que empobrece, esclaviza y somete a la mayoría. En que es intolerable que haya personas durmiendo en la calles, ahogadas en el alcoholismo o hundidas en la locura. En que es intolerable que nos digan que la democracia es que decidan otros y lo llamen representativa. La democracia o es revolucionaria o es pantomima para engaño de los simples. La pantomima solo necesita espectadores pasivos, que aplaudan cuando el regidor les indique y se rían de sus propias tragedias. La democracia necesita combatientes.

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Fuente: Loquesomos