La Transición como garrote PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Hugo Martínez Abarca   
Martes, 04 de Septiembre de 2018 05:19

La Transición no siempre fue la gran religión política de esta España democrática. Ni se escribía con mayúsculas ni se añadía que hubiera sido ejemplar ni un modelo para el mundo. Eso se construyó mucho después. Y se construyó en un principio como mito frente a la crispación: la Transición era la forma de hacer política en la que todos cabíamos, enemigos irreconciliables que aceptaban libremente hacer importantes renuncias en pro de la convivencia.

El mito de la Transición no era inmovilista, permitía la reforma: lo que rechazaba era reformas que obedecieran a una mayoría democrática (el consenso y no una mayoría era el camino de la paz y la democracia) a cambio de evitar también una oposición beligerante. Yo no te gobierno del todo pero tú tampoco me haces oposición de verdad, digamos.

Esta construcción de la Transición ofrecía a España un mito fundacional integrador: en él cabían comunistas, nacionalistas, las derechas postfranquistas y todo lo que hubiera entre ambos polos. Sólo quedaban fuera el búnker franquista y ETA. Por eso el mito de la Transición era tan extremadamente eficaz.

En esto llegó la mayoría absoluta de Aznar.

Aznar decidió que la Transición como mito integrador no le era útil. Necesitaba la Transición como garrote con el que sacudir al hereje. En su segunda legislatura se inventó una versión extravagante del patriotismo constitucional de Habermas para llamar constitucionalismo sólo a la unidad de España: constitucionalistas eran (siguen siendo) aquellos que defienden la España autonómica tal cual está sin reforma alguna. Y añadió la promoción de un llamado revisionismo histórico que no era otra cosa que recuperar la propaganda histórica franquista (la Causa General) añadiendo un exotismo: que era el propio franquismo el que llevaba en sí la semilla de la democracia.

El mito de la Transición pasaba de ser un mito nacional en el que todo el mundo debía sentirse cómodo con un potencial político descomunal (¡eso sí que era buenismo!) a convertirse en un instrumento de partido frente a todo aquel que propusiera cualquier reforma por tímida que fuera. Así, el mito de la Transición pasaba de ser mito nacional a mito de partido; pasaba a ser muy útil para la derecha más inmovilista pero se perdía como gran instrumento cohesionador de régimen. Quizás por eso, pocos años después, la Transición bajó de los altares para varias generaciones.

Las declaraciones de Casado enfrentando la memoria democrática con la Transición y proponiendo una cosa llamada “Ley de Concordia” que haga verdad oficial su relato de la Transición, son un paso más hacia la conversión de la Transición en un garrote con el que sacudir a quien no se arrime a su deriva derechista. Es probable, de nuevo, que esto le sea útil como partido (entiéndase como partido orgánico de la derecha autoritaria: útil para el PP, para Ciudadanos y para quienes con ellos caminan) aunque Aznar tuvo la prudencia de hacer ese giro con mayoría absoluta, no en un rincón con el partido en descomposición y a las puertas del juzgado por un caso patético. Es posible que le sea útil (o no) como partido pero con ello destrozan para siempre la capacidad de la Transición de atar a una posible mayoría democrática. No les arriendo la ganancia.

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Fuente: Quien mucho abarca