Lazos amarillos en el salón Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por José Juan Hdez /UCR   
Viernes, 27 de Julio de 2018 03:17

La apropiación del espacio público.
Es uno de los sonsonetes más recurrentes de los españoles unionistas. Hago esta precisión porque, aunque poco relevantes y mediáticamente ninguneados, existen los españoles que defienden el derecho de un pueblo determinado (canario, vasco, catalán, gallego, etc) a decidir si quiere constituir un estado propio o no. Y, la verdad, sigue sin ocurrírseme un modo mejor para decidir sobre este asunto que con la consulta, previo y exhaustivo debate, a ese pueblo.

Sé que pocas independencias estatales se han logrado de modo tan civilizado. El camino más habitual es la fuerza, la violencia. Se lo leí en alguna ocasión al historiador Josep Fontana. Decía algo así: las independencias se logran mediante guerras de liberación o insurrecciones armadas. Tiene toda la razón. Sudamérica, Cuba, Argelia, Estados Unidos y otros muchos territorios no pasaron por urna alguna para constituir sus estados nacionales. O sea, sangre y más sangre. La que se encontró el elegido al que Silvio Rodríguez hizo bajar a “la guerra, perdón, quise decir a La Tierra”. Esto que escribo no es opinión. Es historia o, para ser más correctos, sucinta descripción.


¿Cuándo los criollos de América del Sur, liderados por Simón Bolívar o San Martín, iniciaron su rebelión armada contra la corona española eran el 50,01% de la población de esos territorios? Nunca sabremos la respuesta a tan extemporánea pregunta. Pero me atrevería a decir que, partiendo de la base de que las grandes mayorías iletradas de inicios del XIX pensarían, circunstancia que en cierta medida aún sucede, con la cabeza del amo o de su intelectual, el cura (ya sé que hubo curas independentistas como el mejicano Morelos), lo más probable es que más de la mitad de la población de esos territorios fueran fieles al rey, al “virgencita que me que como estoy” del orden establecido, pues quizás cuando tienes poco, y la vida te apalea, la mayoría piensa más en conservar ese mínimo que en luchar por mejoras que suponen inciertas.


Saben un hecho que intentaron, lográndolo o no, todas estás sublevaciones o rebeliones más o menos encarnizadas que en el mundo han sido (seré honesto con quién me lee: tras mis derivas mentales de alguna manera tengo que enlazar con la frase inicial, esa que debería ser el hilo conductor del texto), efectivamente, apropiarse u ocupar o dominar el espacio público. El espacio público, las calles y las plazas, es el territorio esencial de la disputa, de la confrontación política, sea esta violenta o pacífica.


El 15M, ocupando durante muchos días con no más de 15 ó 20.000 personas (contingente bastante pequeño en una ciudad de 4 millones de habitantes) un lugar emblemático como la Puerta del Sol de Madrid, sería un buen ejemplo de movimiento pacífico que con su simple visualización en forma de múltiples tiendas de campaña y gente debatiendo en una plaza, tuvo una fuerza grande y, por su propio cariz carente de directrices claras, una efervescencia corta. Y hubo diferentes réplicas, convirtiéndose muchas plazas del país en espontáneas ágoras. Y algunos analistas, más sabios o perspicaces, dicen que esas plazas parieron a Podemos. Y Podemos, indirectamente, parió a Ciudadanos (“el Podemos de derechas”) como opción de gobierno preparada, si el régimen peligraba mucho, por unos poderes fácticos, con razón o no, algo preocupados por unos morados que, disculpen a este radical, percibo bastante timoratos.


Sí, ocupar el espacio público, es un deber de de la acción política. Y la acción política es, engañifas aparte, desafío y disputa. Y, aún negando mi propia existencia, sé que la acción política que se queda en casa, aunque “ardan” las redes sociales, no es nada.


Ahora se han inventado, para acallar la protesta de buena parte de la sociedad catalana (nunca protesta una sociedad en pleno, salvo en la sociedad ciudadana-pepera de los buenos españoles), esa imbecilidad llamada “neutralidad del espacio público” como antídoto a la apropiación u ocupación de ese territorio que debería ser arcadia feliz destinada a juegos florales.


La última polémica sobre este tema son las cruces amarillas. Parte del independentismo, con un sector en contra, ha escogido, entre otras iniciativas, como método de lucha pro liberación de los presos políticos hacer “plantadas” de cruces amarillas en espacios públicos como playas o plazas.


Como he dicho es una medida polémica dentro del propio espacio independentista pues la cruz como símbolo no complace a mucha gente porque tiene una connotación marcadamente religiosa e incluso funeraria (sus defensores alegan que precisamente quieren simbolizar eso: la muerte de la democracia). En cualquier caso es un reflejo de que el movimiento independentista es interclasista y en el conviven sensibilidades diferentes con iniciativas diversas.


Las cruces han saltado con fuerza a la palestra por lo ocurrido el domingo 22 de julio cuando una persona con un coche entró en la plaza de Vic y, con una conducción temeraria, arrambló con muchas de las cruces allí ubicadas.


La culpa del acto vandálico, tras una protocolaria condena con “la boca chica” por parte del PPSOEC,s y toda la aplastante fanfarria mediática unionista, era de lo expresado en la primera línea de este texto: la apropiación del espacio público por el independentismo. Y se miente y se desvirtúa con descaro. El acto contaba con permiso del ayuntamiento y un límite temporal (sábado y domingo). O sea, no había ocupación indefinida. Por contra, hay un espacio público ocupado desde hace 60 años por una gigantesca cruz fascista que nadie osa tocar y que estoy convencido que en muy poco incomoda a muchos de los que no soportan las cruces amarillas.


El unionismo (brazo judicial español mediante, pues en cuatro jurisdicciones de Europa los exiliados están libres) encarcela a los políticos independentistas que quisieron llevar a cabo su programa electoral, que ganó las elecciones, y apalea el 1 de octubre, vía policial, a gente que quería votar pacíficamente. Aún así, después de demostrar su enorme poder fáctico, el unionismo le quiere negar al independentismo, criminalizándolo y tildándolo de autoritario, la posibilidad de protestar por diferentes medios, que hasta ahora han sido siempre no violentos, acogiéndose a la falacia de una inexistente pulcritud de los espacios públicos.


Acabado el texto, y perteneciendo al sector laico, voy a protestar poniendo lacitos amarillos en el salón.

Artículo también publicado en la página personal del autor: El Blog de José Juan Hdez