Rascas nacionalismo y sale Iglesia Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Pedro Fernández Herrer   
Domingo, 01 de Julio de 2018 06:25

 Soy profundamente ateo, por eso le pido a Dios que me libre de los muy religiosos y de los muy nacionalistas.

El siglo XIX ve nacer al movimiento obrero, siendo uno de sus mensajes más potentes el del internacionalismo. Casi en paralelo, se van estructurando los elementos que conforman el nacionalismo romántico de cariz etnicista. Esta doble oferta para el creciente proletariado tiene entre sus momentos de máxima tensión la 1ª Guerra Mundial, en la que la parte internacionalista del movimiento obrero rechaza de plano la guerra y los comprensivos con el nacionalismo aceptan entrar en los gobiernos apoyando así la guerra y los endeudamientos para financiarla.

Curiosamente, uno de los resultados inesperados de la 1ª Guerra Mundial es el surgimiento de la URSS con la que el movimiento obrero de convicción internacionalista, que había fracasado en su lucha por desactivar la guerra, pasa a tener un referente vivo y activo. Quizás la peor consecuencia es que se recrudece el conflicto entre internacionalismo y nacionalismo, pues el segundo tiene como principal objetivo aplastar al primero. El nacionalismo extremizado, el fascismo, llega al poder en varios países. Por su origen nacionalista, cada fascismo es diferente pero todos tienen en común su voluntad de eliminar a los internacionalistas.

¿Quiénes perdían su poder con los internacionalistas? Siempre pensamos en la aristocracia y la burguesía, olvidándonos del segundo estamento, la poderosa Iglesia. Entiéndase por Iglesia la estructura de poder cuyo origen es un mensaje religioso; por tanto, no hablamos sólo de la potente estructura católica.

¿Hubiera sido posible desarrollar argumentaciones supremacistas, argüir características físicas ó de comportamiento diferenciadoras, hasta el punto de presentar a los distintos como si fueran otras subespecies humanas si las estructuras eclesiales hubieran combatido esos planteamientos? Detrás del mensaje nacionalista, se encuentra siempre una instancia eclesial legitimadora.

Pues, se busque donde se busque, se encuentra detrás del mensaje nacionalista, exaltador de las virtudes y diferenciador del resto de humanos, una estructura eclesial que transmite los mensajes adecuados para compactar al colectivo y reseñar sus positivas peculiaridades.

El apartheid, la segregación racial americana, el no reconocimiento francés e inglés a sus soldados de origen africano y asiático así como tantas otras cosas del mismo cariz tienen en común la no oposición e incluso el apoyo entusiasta de su iglesia nacional y, consecuencia de esa separación entre los considerados propios y los demás miembros de la sociedad, una distribución de renta notablemente desigual y claramente favorable a los considerados propios, al tener reservados en exclusiva todos los cargos públicos de nivel y las ayudas públicas, tanto a personas como a negocios.

El internacionalismo lucha contra los privilegios, mientras que el nacionalismo los busca para sus fieles, en perjuicio del resto de miembros de la sociedad.

Y, como decíamos, las estructuras eclesiales siempre detrás. Incluso el aparentemente laico régimen hitleriano aprobó la ley habilitante, en marzo de 1933, con el sí de los diputados católicos. En julio de 1933, Hitler y el Vaticano firmaron el Reichskonkordat, el Concordato con la iglesia católica, todavía vigente en Alemania. El silencio ante las atrocidades, cuando no el firme apoyo, fue aún mayor en las distintas iglesias protestantes alemanas.

Si nos centramos en España, la estructura que a lo largo de los siglos tiene y sostiene el poder es, sin duda, la Iglesia Católica. Ya no le gustó la Constitución de Cádiz porque perdía control sobre la elección de los cargos públicos y le ponía límites a su dominio sobre la educación. Así empezamos el siglo XIX. A trazo grueso lo continuamos con las guerras carlistas, que no hubieran existido sin el impulso de importantes sectores de la Iglesia, y acabamos el siglo con un movimiento obrero creciente aunque constantemente reprimido a la par que se consolidaban con fuerza planteamientos prefascistas como el nacionalcatolicismo de Sabino Arana.

El siglo XX arranca con la misma dinámica. El juicio y fusilamiento de Ferrer i Guàrdia es un buen ejemplo de la confrontación entre movimiento obrero y la combinación de iglesia con nacionalismo. Unos le acusaron de guiar la quema de iglesias y los nacionalistas de la Liga Regionalista impidieron con su voto en Cortes la revisión del juicio, cuyas muchas irregularidades llamaron la atención en Europa.

Y llegamos a la 2ª República y la constitución de 1931, la que define a España como República democrática de trabajadores de todas clases, y cuyo art. 3 dice: “El Estado español no tiene religión oficial“.

Todos sabemos cómo acabó la experiencia republicana. Golpe de Estado del nacionalismo español, antiautonomista, junto al catolicismo más tradicionalista y opuesto a los avances del movimiento obrero. Un nacionalcatolicismo que, como ya hemos dicho antes y en línea con los nacionalismos extremos de la época, aplasta toda visión internacionalista en la sociedad española, con una represión salvaje con voluntad genocida a todo disidente, con especial saña hacia el movimiento obrero.

La etapa constitucional postfranquista ha hecho a la Iglesia menos visible, lo que no quiere decir menos presente, ya que se ha camuflado, infiltrando sus tentáculos en el poder económico, comenzando con los ministros del OPUS de Franco. De hecho, sorprende sobremanera que, en una sociedad notablemente laica y abierta en la que cada vez hay menos bodas y bautizos religiosos haya tanta presencia de católicos practicantes  e incluso sacerdotes en el poder y en los movimientos de oposición más significativos.

Ahora que estamos viviendo el final de ETA no podemos olvidar que los sacerdotes Tasio Erkizia y Periko Solabarría fueron destacados dirigentes de Herri Batasuna, brazo justificador de los asesinatos de la banda.

O, más cercano en el tiempo, tenemos que en el gobierno Rajoy de noviembre de 2016, 11 de los 13 ministros pusieron la biblia como testigo en el juramento de su cargo: sólo faltaron una foto de Rouco Varela y los insultos de la COPE.

Pero quien se está llevando la palma en cuanto a manipulación absoluta desde la católica discreción es la jerarquía eclesiástica catalana. El pujolismo que ha derivado en independentismo hubiera tenido una vida corta de no haber contado con su aval y apoyo desde su nacimiento: recordemos que Convergència (CDC) nace en la abadía de Monsterrat el 15 de noviembre de 1974.

CDC da el giro al independentismo cuando los más jóvenes, guiados por Jordi Turull, controlan el partido bajo la dirección de Artur Mas. Josep Maria Turull, primo de Jordi, es rector del Seminari de Barcelona. Ambos primos son de la misma promoción de seminaristas del ya cerrado colegio menor de La Conreria. Joaquim Puigdemont, hermano de Carles, también era de esa promoción. Nacionalismo y potente relación con la jerarquía eclesiática; no cuesta mucho verlo.

Ustedes dirán que el elegido ha sido Quim Torra. A Quim Torra le define su amigo el escritor Miquel Giménez como seguidor del periodista Xammar, católico, tímido, intransigente, feroz y radical.  Curioso que el segundo adjetivo sea “Católico“.

Lógicamente, Quim Torra no es un caso aislado, es sólo la exhibición sin tapujos de una realidad que otros llevan organizadamente creando durante muchos años y en los que la Iglesia, en este caso la católica catalana, sale en todos los apartados del entramado.

Ahora que muchos echan en falta a otro católico practicante, Oriol Junqueras, sobre él cabe recordar 2 cosas:

1ª La entrevista política más larga que tuvo en 2017 fue con el abad de Montserrat.

2ª Dado que se le tiene como prototipo de sentido común y equilibrio, es necesario recordarles y recalcar que fue él quien el 27 de agosto de  2008 publicó en el diario Avui, aprovechando un estudio universitario holandés, su artículo llamado “Proximitats genètiques” donde señalaba diferencias entre catalanes y españoles. Es decir, que la mayoría de catalanes, dado nuestro origen familiar y, por tanto, nuestra genética, no seremos nunca lo que el etnicista Junqueras llamaba catalanes.

Pedro Fernández Herrer, Vicepresidente de Alternativa Ciudadana Progresista

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Fuente: Crónica Popular