Cataluña… ¿y cierra España? PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Hugo Martínez Abarca   
Domingo, 21 de Enero de 2018 07:21

«Buena parte de las principales ciudades de España tienen ayuntamientos de cambio y desde ellos estamos demostrando que se puede gobernar para la ciudadanía»

1. Cataluña abre España. Antes de que la crisis económica arrasara el país ya habían empezado a resquebrajarse algunos de los cimientos de la Transición. Por primera vez se había puesto en jaque el pacto de olvido y hubo grandes movilizaciones por la memoria democrática y una durísima reacción de los sectores más reaccionarios que tuvo su máxima expresión en la expulsión de la carrera judicial del otrora referente del orden Baltasar Garzón.

Antes de eso, el Estatut de Catalunya de 2006 mostraba una crisis del modelo territorial. En esos años todos los partidos catalanes salvo el PP se pusieron de acuerdo en la necesidad de trascender el modelo autonómico de finales de los 70. A ello se respondió con una movilización durísima de la derecha nacionalista española que incluyó el boicot a los productos catalanes, la movilización del PP (recogida de cientos de miles de firmas), el recurso al Constitucional que dio lugar al rapidísimo crecimiento del independentismo y, sobre todo, a la aparición por primera vez de partidos políticos cuya única ideología relevante (la única que no zigzaguea) es el nacionalismo español. En 2006 aparecía Ciudadanos en la política catalana y en 2008 UPyD en el resto de España.

Cuando en 2008 se añadió a esos ingredientes la ingente crisis económica y la respuesta antisocial y antidemocrática dictada por Bruselas y ejecutada por Zapatero (y por Artur Más) generó un terremoto político que ofrecía por primera vez en 80 años la esperanza para las capas populares, la juventud y los sectores ilustrados. Eso fue, sin duda el 15M y eso (y la inteligencia, la valentía y una inmensa intuición política) dio lugar al nacimiento de Podemos como aspirante a vehicular el anhelo de democracia, justicia y soberanía de una población castigada por los excesos de sus élites.

2. Se cierra un ciclo de la crisis. Ese ciclo es el que hoy parece estar terminándose ante nuestros ojos. Por un lado parece clara la percepción de fin de la crisis económica. Lo dicen todos los indicadores sociológicos y probablemente sea una percepción acertada: si crisis es cambio, la crisis ha terminado y lo que tenemos es un nuevo modelo mucho más injusto y socialmente polarizado que asume la pobreza y la precariedad como paisaje de la nueva normalidad. Y al tiempo, la crisis institucional sigue siendo muy aguda pero la percepción es que lejos de estar ante un cercano cambio emancipador, el cierre del Procés 1.0 viene de la mano de una ola de nacionalismo melancólico español, el clima perfecto para un giro reaccionario.

Felizmente para esta nueva fase no partimos de cero. En la anterior fase los sectores populares fueron (fuimos) capaces de dar una respuesta histórica y, si bien no fuimos capaces de conquistar la Moncloa, desde donde más podríamos hacer por avanzar en democracia e igualdad, buena parte de las principales ciudades de España tienen ayuntamientos de cambio y desde ellos estamos demostrando que se puede gobernar para la ciudadanía, mejorando las cuentas, invirtiendo en las necesidades de la ciudadanía y, algo revolucionario, no robando. Quizás el principal mensaje que están dejando los ayuntamientos del cambio es que además de ser más honestos, las ciudades donde gobernamos funcionan mejor que antes. Ese es, además, un mensaje revolucionario y materialista: cuando decimos que gestionamos mejor lo que estamos diciendo es que no traemos sólo una mejoría moral sino que defendemos mejor los intereses materiales, el derecho a una buena vida, de los sectores populares, de la infinita mayoría de la población.

3. El nuevo ciclo es una nueva crisis. Todos los grandes bloques políticos están en crisis puesto que tienen que adaptarse a un cambio profundo. En un cambio de fase todos tendrán que cambiar, entender el país y adaptarse para conseguir sus objetivos políticos o perecerán: incluidos los que coyunturalmente se ven pletóricos en las encuestas y que pueden repetir (ya les pasó) una caída tan rápida como la subida.

Es evidente la guerra que se está produciendo en el bloque PP-Ciudadanos, incluida una guerra soterrada en el PP con dinámicas más cercanas a la saga de El Padrino que a una tensión política en una democracia. Y el PSOE está demostrando que su crisis es suficientemente profunda como para que le cueste no desaprovechar el regalo histórico que le hizo su militancia en el pasado Congreso.

El sector del cambio, liderado por Podemos, es el que aparentemente está teniendo más dificultades para digerir un cambio de fase. Sin embargo hay al menos dos razones para pensar que tenemos la oportunidad de volver a entender las necesidades del país para seguir avanzando en la conquista de un cambio democrático y social.

En primer lugar que nuestro pueblo ya nos ha visto gobernar en las ciudades, nos han visto ser útiles para su buena vida: los gobiernos municipales del cambio son una joya para nuestro pueblo y para quienes queremos ese cambio para todo el país. Por ello mimar y defender estos gobiernos emerge como un deber revolucionario.

Y en segundo lugar porque por fin tenemos un momento de calma política sin campañas electorales (2018 puede ser el tercer año en los últimos cuarenta sin elecciones) que tanto dificultan el debate reflexivo y sosegado y, sobre todo, sin grandes procesos internos.

La serena preocupación que necesariamente nos genera el cambio de ciclo y la necesidad de repensar facilita reflexiones como la de Pablo Iglesias en su última intervención explicando que precisamente los más desfavorecidos son quienes más necesitan que aportemos orden. O las de César Rendueles en su reciente entrevista en El Mundo que tan valiosas reflexiones aporta. Los contenidos de ambas reflexiones sintonizan con las expuestas previamente por Íñigo Errejón en La Marea (“Los sectores populares han girado a la derecha y la izquierda los regaña”) y en la revista argentina Crisis (“Errejón vuelve: La patria es el orden”). Son el ejemplo de que la crisis política que vive España sólo deteriorará las opciones emancipadoras si desde éstas dejamos de fabricar un enfrentamiento político que arrincone análisis que parecen más compartidos de lo que nos hemos creído a veces.

Debemos reconocer que no siempre hemos gestionado nuestra pluralidad política como una riqueza a cuidar fraternalmente y ello ha generado a veces distorsiones tales que se representaban desacuerdos enconados donde probablemente no hubiera tantas diferencias. Buena parte de lo que se dirimió en Vistalegre 2 tenía que ver con esas cuestiones y da la impresión de que se agigantaron diferencias e incluso se estigmatizaron puntos de vista hoy compartidos. Toca aprovechar la ausencia de grandes procesos internos a la vista para recuperar el debate fraterno y enriquecedor para construir futuro.

No podemos ofrecer lo mismo cuando el país está al borde del abismo económico que cuando los poderosos han conseguido generar un orden, injusto y precario, pero percibido como orden. Y, como en el origen de Podemos, toca reflexionar, debatirnos y mirar el país al que nos dirigimos rompiendo con inercias y discursos aprendidos pero que no son útiles para un momento político sustancialmente distinto al de estos años. Nuestro pueblo fue capaz de entender el momento histórico y entender el país cuando desde el 15M instauró un nuevo marco político desde el que cambiarlo todo. Debemos tener la inmensa fortaleza de sabernos frágiles, volver a escucharnos entre nosotros y seguir teniendo la generosidad con el país de atrevernos a serle útiles en las condiciones que hay en este momento.

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Fuente: Cuarto Poder