El negocio, el ocio y lo sagrado: la controversia de los vientres de alquiler Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Francisco Garrido   
Jueves, 24 de Agosto de 2017 04:19

Si en el buscador de Google tecleamos “vientres de alquiler”  no es encontramos  en la primera pagina una oferta de buscadores donde se entremezclan “vientres”  e ” inmobiliarias” ; la sensación nauseabunda de haber traspasado todos los limites a favor del mercado es insoportable. ¿Por qué? Intento explicarlo.  Una comunidad no existe sino tiene definido un espacio de lo sagrado. Aquello que no se puede tocar, ni transacionar, ni comprar, ni vender. Lo sagrado es lo socialmente   indisponible y pertenece a la condición de posibilidad impolítica de la política, que es el espacio de lo que se puede decidir colectivamente. Porque hay un espacio intocable sobre el que no se puede decidir; es posible la decisión política. Sin sacralidad no hay comunidad. La sacralidad es  el producto de la selección  cultural que sustituye  la herencia genética instintiva  en otras especies menos complejas.

En las sociedades   pre modernas   sobre lo sagrado ni siquiera se podía  decir (lo inefable). La modernidad ilustrada trajo al tribunal de la crítica y se pudo y se debió decir   y decidir   sobre todo El capitalismo dio un salto que no estaba en el guion ilustrado; todo puede ser permutado bajo la forma universal de la mercancía.  Sin sacralidad no hay comunidad. De esta forma la economía se torna una ontología total cuya única sustancia es el capital. Todo puede y debe tener un precio y ser traducido en términos de mercado, no hay nada sagrado salvo la misma insacralidad que supone la conversión de todo en mercancía.

¿Pero puede vivir una sociedad  de  homínidos tan compleja  como la humana   sobre el eje de la insacralidad que supone la banalidad y volatibilidad  insustancial de la mercancía? ¿Podrían subsistir otras especies de homínidos o de mamíferos sin la herencia instintiva? ¿Si la selección natural no ha dotado de formas de selección cultural como podremos subsistir sin estas? ¿La sacralidad   de la mercancía fomenta u obstruye la coordinación y la cooperación social?  ¿Estamos ante un nuevo estadio de la selección natural; la selección económica?   Todas estas interrogantes, nos plantean que la defunción de ,sacralidad que hace la sociedad de mercado no dibuja en realidad ninguna nueva sacralidad, sino la supresión de la misma y una enorme   puerta abierta al abismo más insondable.

En el mundo clásico, el romano , había una tripartición de los espacios sociales  entre el reino del negocio ( neg-otio, lo que no es ocio); el del ocio (descanso, placer) y el de lo sacrum  (Lo intocable que fundamenta y hace posible al ocio y al negocio) La irrupción progresiva  de esa gran tempestad, a decir de  Shakespeare,  que ha sido el capitalismo acabó desdibujando las barreras del ocio  y del negocio tras el  taylordismo  y  el consumo de masas, es por  eso que la  ética hedonista, de raíz libertaria, de mayo del  68 ha sido, fácilmente, convertida en una gran pasarela hacia la mercantilización de la intimidad (sexo, espiritualidad, salud ) y de la vida cotidiana (emociones, convivencia).  Por el contrario lo único que resiste es el espacio de lo sagrado, muy debilitado eso si, pero sostenido por medio de las éticas de la austeridad y la autenticidad ecologistas o religiosas: las éticas  del cuidado feministas o las memorias bioculturales  de las comunidades  indígenas. Un espacio que está definido dogmáticamente y que no permite valorización mercantil alguna.

Los límites del mercado no pueden ser utilitaristas (económicos), y menos aún psicológicos (hedoismo), sino normativos (prohibición). Solo la reconstrucción política democrática (social y estatal) de un espacio de sacralidad con muros rígidos y   fortísimos, es posible limitar los peligros del desborde, actual,  del imperialismo economicista. Para Kant el ámbito de la dignidad (bienes valiosos en si mismos),  se oponía al  ámbito mercantil (cosas con precios). Hoy sabemos, tras la crisis ecológica, que la no todas las cosas (naturaleza) podían tener precio. Por ello la indignación es el sentimiento político más inmanejable por el mercado; no el disgusto, ni el coste. Nos indignamos cuando consideramos que se ha traspasado la barrera entre el precio y el valor.

El debate sobre los vientres de alquiler, denota este conflicto muy bien. Hay quien considera que el cuerpo de la mujer tiene precio (mercado de útero) , o que depende del gusto ( supuesta prestación altruista) y quien como  gran parte el movimiento feminista, que  cree que eso está fuera del negocio y del ocio y pertenece  al espacio de lo sagrado ( intocable). La controversia de los “vientres de alquiler” tiene muchas más aristas como las provenientes estrictamente del enfoque de género o las concernientes a los límites del principio de autonomía, pero esta no es menor; la vida, el cuerpo de la mujer ( y del hombre en su caso )  no pueden ser una mercancía, ni un don;   eso es indigno. Ganando políticamente estas batallas es como se reconstruye democráticamente el nuevo espacio de la sacralidad.

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Fuente: Paralelo 36