Ante la inminente victoria de Pedro Sánchez Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Sebastián Martín   
Domingo, 21 de Mayo de 2017 05:56

Aunque pudiera perder las primarias del próximo domingo, Pedro Sánchez ya las ha ganado. Ha triunfado moralmente. Lo ha hecho frente a quienes, con malas artes, consumaron su derrocamiento, instauraron una dirección ilegítima y decidieron mantener a un gobierno corrupto en contra de la palabra dada. Y lo ha hecho frente a quien aquel fatídico 1 de octubre dijo “quererlo muerto”, en una prueba añadida de cómo Susana Díaz entiende la acción política.

Pedro Sánchez ya ha ganado. Pero solo ha podido lograrlo porque quienes creían haber patrimonializado el partido lo han convertido en héroe y mártir de la socialdemocracia española. Mérito suyo es haberse crecido ante circunstancias tan adversas. Mérito de sus adversarios, el haberlo agigantado.Ante esta victoria ya consumada, los promotores de su deposición han abogado por una retirada de los tres candidatos que perpetúe la dirección de la gestora. O por nombrar al candidato con menor respaldo interno para templar los ánimos. Dicen que, gane quien gane, el partido se “asoma al abismo de la fractura”. Abominan ahora del procedimiento de primarias como método de selección de dirigentes por sus presuntas consecuencias divisivas. Cuando así se expresan, no describen con objetividad la situación presente ni futura del PSOE. Solo reflejan sus propios temores.

Si algo puede fracturarse en caso de que gane Sánchez no es el partido, sino la estable dominación ejercida por un puñado de barones, patricios y corporaciones mediáticas sobre una menguante militancia plebeya. Si algo peligra es la capacidad que esta dirigencia oligarquizada ha tenido hasta el momento para sobreponerse a las directrices de sus militantes, y para utilizar a beneficio de inventario los apoyos de sus votantes.

El PSOE solo se asomaría al abismo de la irrelevancia si otorgase el liderazgo a alguien incapaz de desenvolverse en un registro político racional, que obliga a plantear proyectos, manejar conceptos abstractos y diseñar estrategias de aliento. Quien tan solo es hábil para acuñar eslóganes y apelar de forma básica a las emociones no puede comunicar seriedad. Quien suele degradar el debate con el hiriente enfrentamiento visceral y cifrar la actividad política en las marrullerías de aparato no puede dar un impulso hacia delante a su partido. Con Susana Díaz al frente, el PSOE quedaría reducido a una formación meridional artificialmente asistida por raquíticos presupuestos autonómicos. Todo un regalo para el resto de fuerzas de izquierda de ámbito estatal.

Como muestra del peligro de extinción que encarna Sánchez, sus enemigos invocan el reciente desplome del Partido Socialista Francés de Benoît Hamon. O las negras expectativas electorales del Partido Laborista de Jeremy Corbyn. Pero silencian el puro carácter propagandístico y mendaz del “efecto Schulz” en Alemania, donde el SPD ha perdido hasta Renania. Y también ocultan los éxitos del socialismo portugués que gobierna con los apoyos del Partido Comunista y del Bloque de Izquierdas.

Las referencias comparadas no son definitivas. Pedro Sánchez no es el líder de izquierdas que dice ser. Ha bastado que el horizonte anuncie la posibilidad de su triunfo en las primarias para que se modere. Más lo hará en caso de ganar. Contra lo que sostiene el mainstream, su reconquista de la Secretaría General no se traducirá en fractura por sus excesos izquierdistas. No es el centrismo ideológico lo que está amenazado. Tampoco veremos la defección de la mitad del partido para fundar una nueva formación que se asiente en el espacio ya ocupado por Ciudadanos. Salir de la organización y quedarse a la intemperie, o la tacha de cambiar de chaqueta, serán potentes preventivos frente a cualquier escenario de fuga masiva de dirigentes.

Su victoria no entraña riesgo de fractura, ni condena del partido al derrumbe electoral. Sí la de Susana. Con ella al frente, asistiríamos a un desplome inaudito, solo prevenible con una suerte de duunvirato, en el que Patxi López compensase las carencias territoriales y discursivas de la presidenta andaluza, y en el que se recurra a otro candidato para las elecciones –¿Madina?–. Ante las limitaciones objetivas de la candidata, quizá ésta sea la solución en la que ya trabajan los sectores dominantes del PSOE.

Si es capaz de sobreponerse a los agravios sufridos y de trabajar por la incorporación de quienes le atropellaron, una candidatura de Pedro Sánchez mantendría las proporciones alcanzadas. Pero no más. Porque, salvo nuevos errores estratégicos del líder de Podemos, todo indica que la conversión del PSOE en una formación mediana incapaz de encabezar por sí sola a la parte progresista del país es irreversible.

Aquí radica la razón de la superioridad de Sánchez sobre Díaz y López. Forzado por las circunstancias, es quien mejor ha comprendido que nos encontramos en un periodo de transición histórica. Quedó bien demostrado en el debate. En contra de lo sostenido por insidiosos editoriales de diarios globales, es la opción de Díaz la que se asienta sobre la nostalgia de un pasado ya cancelado. Su sello es una comprensible saudade de regreso al bipartidismo, a las mayorías incontestables, a las cómodas alternancias y a la socialdemocracia ecuménica. Tiñendo un poco más de izquierdas su posición, pero no hasta el extremo de no mencionar a los “empresarios” entre los “obreros” a los que dice representar su partido, Patxi López significa en esencia la misma añoranza del PSOE arrollador que puede permitirse prescindir de toda alianza. Pero ese panorama ya no se le presenta ni siquiera en Andalucía.

Solo Pedro Sánchez parece haber entendido que en esta encrucijada crítica deben manejarse nuevas claves. La nostalgia del bipartidismo y de la representación hegemónica de la izquierda solo puede tener, a día de hoy en España, una función práctica: servir de sostén del partido de derechas. Permanecer en las posiciones de Díaz y López no significa más que perder la juventud y condenarse a un desangramiento paulatino e inexorable. La única forma de jugar un papel productivo en las actuales circunstancias es adaptarse a la fragmentación multipartidista. Y hacerlo en coherencia con los principios progresistas que presuntamente animan al partido obliga a cooperar con el resto de actores a la izquierda. E impone atender con especial énfasis a la juventud. Por eso Sánchez acertó en el debate al poner como modelo de referencia el exitoso pacto portugués y al subrayar la importancia que concede a los problemas que atenazan a las generaciones sin futuro.

La tentación en el espacio de Unidos Podemos es continuar acariciando un futuro de práctica desaparición del PSOE. Salvo su reducción personal a la silueta de Susana, no parece una estrategia asentada sobre un pronóstico plausible. Debe cundir el convencimiento de que, sin la cooperación que ofrece Pedro Sánchez, se hace imposible imprimir cambios regeneradores y de progreso en la estructura del Estado. Pero los propósitos del líder resurrecto, de encabezar hegemónicamente esa federación progresista, vuelven a entorpecer la necesidad de construir un clima de tratamiento leal en pie de igualdad. Su probable negativa futura a asumir por entero la necesaria cura de humildad que el pluripartidismo supone para el PSOE puede colocarnos, pese a su posible victoria, en el mismo escenario de parálisis de hace un año. Y es ahí donde está el riesgo de que continuemos cayendo por el abismo actual.

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Fuente: Cuarto Poder