El usuario y la huelga Imprimir
Opinión / Actualidad - Laboral
Escrito por Roland Barthes   
Domingo, 05 de Junio de 2016 00:00

Todavía existen hombres para quienes la huelga es un escándalo; no sólo un error, un desorden o un delito, sino un crimen moral, una acción intolerable que perturba a la naturaleza. Inadmisible, escandalosa, irritante, dicen de una huelga reciente algunos lectores de Le Fígaro. Lenguaje que en realidad proviene de la Restauración y que expresa la mentalidad profunda de ella; época en que la burguesía, recién instalada en el poder, opera una especie de crasis entre la moral y la naturaleza, da a una como fianza, de la otra.

 

Por miedo a tener que naturalizar la moral, se moraliza a la naturaleza, se finge confundir el orden político y el orden natural y se termina decretando inmoral a todo lo que impugna las leyes estructurales de la sociedad que se propone defender. Para los prefectos de Carlos X como para los lectores de Le Fígaro de hoy, la huelga se presenta ante todo como un desafío a las prescripciones de la razón moralizada: hacer huelga es "burlarse del mundo", es decir, infringir una legalidad "natural" y no tanto una legalidad cívica, atentar contra el fundamento filosófico de la sociedad burguesa, contra esa mezcla de moral y de lógica que es el buen sentido.

En este caso el escándalo proviene de un ilogismo: la huelga es escandalosa porque molesta, precisamente, a quienes no les concierne. La razón sufre y se subleva: la causalidad directa, mecánica, computable, se podría decir, que ya se nos presentó como el fundamento de la lógica pequeñoburguesa en los discursos de Poujade, esa causalidad, está perturbada. El efecto se dispersa incomprensiblemente lejos de la causa, se le escapa y eso es intolerable, chocante. Contrariamente a lo que podría deducirse de los sueños pequeñoburgueses, esta clase tiene una idea tiránica, infinitamente susceptible de la causalidad: el fundamento de su moral no es de ninguna manera mágico sino racional. Sólo que se trata de una racionalidad lineal, estrecha, fundada en una correspondencia que podríamos llamar numérica entre las causas y los efectos. Esta racionalidad carece de la idea de funciones complejas, no imagina la posibilidad de un escalonamiento lejano de los determinismos, de una solidaridad de los acontecimientos, eso que la tradición materialista ha sistematizado bajo el nombre de totalidad.

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La restricción de los efectos exige una división de las funciones. Se podría fácilmente imaginar que los "hombres" son solidarios: lo que se opone no es, pues, el hombre al hombre, sino el huelguista al usuario. El usuario (llamado también hombre de la calle, y cuyo conjunto recibe el nombre inocente de población; ya hemos visto todo esto en el vocabulario del señor Macaigne), el usuario es un personaje imaginario, algebraico se podría decir, gracias al cual se hace posible romper la dispersión contagiosa de los efectos y mantener firme una causalidad reducida, acerca de la cual se podrá razonar tranquila y virtuosamente. Al recortar en la condición general del trabajador un nivel particular, la razón burguesa fragmenta el circuito social y reivindica, en su provecho, una soledad que, precisamente, la huelga tiene como objetivo desmentir. La huelga protesta contra lo que se le imputa expresamente. El usuario, el hombre de la calle, el contribuyente, son literalmente personajes, es decir actores, promovidos según las necesidades de la causa a papeles de superficie y cuya misión consiste en preservar la separación esencia-lista de las células sociales que, como se sabe, fue el primer principio ideológico de la revolución burguesa.

Y aquí reencontramos un rasgo constitutivo de la mentalidad reaccionaria que radica en dispersar a la colectividad en individuos y al individuo en esencia. Lo que el teatro burgués hace del hombre sicológico al poner en conflicto al viejo y al joven, al cornudo y al amante, al sacerdote y al mundano, los lectores de Le Fígaro también lo hacen con el ser social. Oponer huelguista y usuario es constituir el mundo en teatro, extraer del hombre total un actor particular y confrontar a esos actores arbitrarios en la falsedad de una simbólica que simula creer que la parte es sólo una reducción perfecta del todo. Esto participa de una técnica general de mistificación que consiste en formalizar, en la medida de lo posible, el desorden social. Por ejemplo, la burguesía afirma que no se inquieta por saber quién está equivocado o quién tiene razón en la huelga. Después de haber dividido entre sí los efectos para aislar mejor el que le preocupa, pretende desinteresarse de la causa: la huelga se reduce a un incidente aislado, a un fenómeno que no merece ser explicado. De esta manera se logra poner más claramente de manifiesto el escándalo que produce. El trabajador de los servicios públicos al igual que los funcionarios serán marginados de la masa laboriosa, como si la calidad de asalariado de esos trabajadores fuera atraída, fijada y después sublimada en la superficie de sus funciones. Esta disminución interesada de la condición social permite esquivar lo real sin abandonar la ilusión eufórica de una causalidad directa, que sólo comenzaría desde donde a la burguesía le resultara cómodo hacerla partir. Así como el ciudadano se encuentra reducido de golpe al puro concepto de usuario, los jóvenes franceses movilizables se despiertan una mañana evaporados, sublimados en una pura esencia militar. Esencia que, virtuosamente, será mostrada como punto de partida natural de la lógica universal. El estatuto militar se convierte así en el origen incondicional de una causalidad nueva, más allá de la cual, en adelante, será monstruoso querer remontarse. Cuestionar las normas militares no puede ser, en consecuencia, el efecto de una causalidad general y previa (conciencia política del ciudadano) , sino sólo el producto de accidentes posteriores al nacimiento de la nueva serie causal. Desde el punto de vista burgués, el hecho de que un soldado rehúse partir sólo puede ser cosa de manipuladores o producto de la borrachera; como si no existieran otras muy buenas razones para ese gesto. En esta creencia la estupidez rivaliza con la mala fe; es evidente que el cuestionamiento de una norma sólo puede encontrar expresamente raíz y alimento en una conciencia que toma distancia en relación a esa norma.

Se trata de un nuevo estrago del esencialismo. Es lógico, pues, que frente a la mentira de la esencia y de la parcelación, la huelga establezca el devenir y la verdad del todo. La huelga significa que el hombre es total, que todas sus funciones son solidarias unas de otras, que los papeles de usuario, de contribuyente o de militar son murallas demasiado débiles para ponerse al contagio de los hechos y que dentro de la sociedad todos se vinculan con todos. Al protestar porque esa huelga le molesta, la burguesía da testimonio de la cohesión de las funciones sociales, cuya mostración es parte, justamente, de los objetivos de la huelga. La paradoja consiste en que el hombre pequeñoburgués invoca lo natural de su aislamiento, en el momento preciso en que la huelga lo doblega bajo la evidencia de su subordinación.

Roland Barthes (1915-1980)

Extracto de MITOLOGÍAS, por Roland Barthes, traducción de Héctor Schmucler, Siglo Ventiuno editores, 1980

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Fuente:Tlaxcala