El paro encubierto Imprimir
Opinión / Actualidad - Laboral
Escrito por Antonio Álvarez-Solís   
Lunes, 17 de Agosto de 2015 04:18

Tesis: Aumenta el empleo circunstancial y crece el paro horario, con el desorden que esto representa para el futuro de la estructura económica y para el equilibrio social. Hace tiempo que me ocupo en algo parecido a una teoría sobre el valor paradojal de la estadística.

Por ejemplo, los dirigentes y los expertos del sistema no hablan del paro encubierto que puede afectar al trabajador que sin embargo trabaja, pero en condiciones desestructuradas. Y estimo que ese paro «trabajando» existe y podría ser detectado mediante el oportuno modelo matemático. Tomar conciencia del paro encubierto inserto en un trabajo en apariencia normal dotaría de consistencia a la lucha contra el modelo económico neoliberal que hoy destruye a la sociedad tanto desde una derecha que miente en sus apreciaciones sobre el crecimiento del empleo como, a la vez, desmentiría a una izquierda sin pulso y pedigüeña que ha renunciado a sus principios esenciales.

 

Parece evidente que la jauría formada por los depredadores y por los traidores a su raíz histórica aúlla conjuntamente en defensa del sistema. Solo le queda al hombre de bien la esperanza de la calle y, en ella, la posibilidad de rebelión por parte de una ciudadanía a la que, sin embargo, se ha privado del pensamiento crítico al anular a sus contados portavoces mediante el recurso de hacerlos aparecer, de una u otra forma, como gestores de un extremismo que el sistema llega a relacionar con vandalismos próximos al terrorismo puro y duro.  

Pero empecemos por el principio. ¿En qué consiste el paro encubierto? Según parece, ninguno de los grandes teóricos del sistema, incluyendo los que juegan, tantas veces cínicamente, con el reformismo ha definido este concepto de paro encubierto, encubrimiento mucho más relevante que volcarse en la puntualización de otras desviaciones, como el trabajo oculto, tan suciamente delatado por el establishment, y culpable, al parecer, de sustracciones monstruosas a la tributación. Es habitual la campaña, bastante pérfida, con que los agentes del sistema repiten que estos hurtos a la hacienda pública impiden, por ejemplo, un correcto sostenimiento del fondo de pensiones,  lo que constituye el colmo del cinismo, puesto que a ese fondo de pensiones perjudican, entre otros agentes económicos, los empresarios a los que se permite una menguada contribución al mismo alegando su esfuerzo en la creación de puestos de trabajo, como si los negocios, dentro de la doctrina de libre empresa, tuvieran que rendir siempre positivamente merced a la ayuda directa o indirecta del Estado, el «socio negro» de las más importantes actividades industriales o financieras. ¿Pero solamente mienten a la sociedad los protagonistas del trabajo oculto y mínimo? Hagamos cuentas.

En primer lugar, miente sobre el escamoteo a la Seguridad Social el mismo Estado, ya sea mediante la detracción corrupta de medios colectados por la caja de esa seguridad, ya sea mediante una política presupuestaria que invierte escandalosamente sumas colosales, por ejemplo, en el sostenimiento de unas fuerzas armadas absolutamente inadecuadas para una guerra moderna en que esas fuerzas armadas tendrían un papel irrisorio, a no ser que esas fuerzas armadas estén diseñadas para la presunta protección policial del poder frente a los mismos ciudadanos a los que ese poder dice servir.

Miente sobre el escamoteo a la Seguridad Social un Estado que contribuye a redes internacionales de elevado costo que tienen por finalidad esencial el mantenimiento y expansión de estructuras carísimas para perpetuar la máquina monopólica u oligopólica de la gran economía o para perpetuar la integración de sus minorías dirigentes en el plano blindado que aloja a los hierofantes.

Y ahora tornemos a eso que denomino el paro encubierto. Un trabajador que recibe salario en un puesto de trabajo que no reúne las exigibles condiciones de continuidad, de horario normalizado, de estabilidad contractual, de dignidad y suficiencia básica para la vida –lo que define un verdadero empleo, al menos en la cultura imperante– trabaja en condiciones anormales. No tiene el perfil de un trabajador. Malvive de una actividad que le condena al paro, con su consecuencia salarial, en gran parte del horario que debiera estar trabajando. Es un trabajador con una alta tasa de paro horario o estacional, paro que queda encubierto por una falacia estadística basada en la simple constancia de anotar como contrato laboral correcto –y anotarlo así estadísticamente– un contrato que le da por empleado absoluto. Un contrato abusivo, por insuficiente, de su fuerza de trabajo. Un contrato que permite al estadístico decir que disfruta de empleo un sujeto que consume la mayor parte de sus horas en la inactividad laboral o que ha de disgregar su trabajo en actividades distintas y destructoras del sujeto unitario, el trabajador, que se convierte muchas veces en varios sujetos ideales.

Estamos, paradójicamente, ante parados que trabajan. ¿Pero cómo trabajan? Sería mucho más correcto que ante esta realidad que el Gobierno define como crecimiento del empleo se refiriese a una pura multiplicación de la contratación. Con el recuento correcto de horas plenamente trabajadas por un trabajador «entero» la estadística nos pondría, a buen seguro, ante una creciente masa de horas de paro. Ahora bien, si se considera que esas horas de inactividad contribuyen a la mejor vida cultural y familiar del afectado, a su formación profesional, a su dedicación a actividades diversas no laborales, entonces la estadística tendría otro significado; concretamente mediría la calidad de vida. Eso ya es otra cosa ¿Pero cabe hablar de una superior calidad de vida acerca de la que se ve forzado a vivir el trabajador intermitente? Durante esas horas o días o semanas o meses en que está semiparado ¿es realmente el trabajador un trabajador en plenitud de definición? ¿Pueden asumir esos espacios de paro la historicidad del trabajador y su debido protagonismo social al retornar una y otra vez a la angustia, al temor, a la desesperanza? Resumen: ¿es válido como estadística laboral un puro recuento de simples hechos puntuales de ocupación limitada? ¿No tendría que redactarse esa estadística teniendo en cuenta todas las dimensiones materiales que caracterizan al empleado como sujeto plenamente trabajador?

Acepto las estadísticas con que el Sr. Rajoy quiere revivirse electoralmente a condición de que se especifiquen claramente los perfiles del empleo del que habla el tramposo gobernante. Si las horas sin trabajo van a superar con mucho las horas que definen un empleo históricamente definido respecto al sujeto, no puede aceptarse que se hable de disminución del paro, sino de un simple crecimiento de papeles contractuales. Ese sujeto ¿qué es realmente? ¿Un trabajador propiamente tal o un simple peatón que trabaja al paso? Si se ha de comparecer honestamente en las urnas, apoyando la comparecencia en el crecimiento del empleo, hay que definir antes cuándo y cuánto está empleado un trabajador para considerársele empleado, qué calidad de vida genera su empleo y qué verdadera y sólida relación de trabajo, horario y salario vive el trabajador que según el Gobierno de Madrid está regresando, o ha regresado ya, a la normalidad. Sin esos datos, claramente detallados y resumidos en la consecuente pregunta de ¿cuántas horas trabaja usted en cada jornada y qué le pagan por ello?, las afirmaciones sobre el supuesto crecimiento del empleo constituyen una estafa estadística que habrían de juzgar, como he pedido ya en otras ocasiones, unos tribunales populares.

 

Viñeta de JR Mora

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Fuente: Gara