Pablo Iglesias: “Si gobernamos, la derecha política y mediática va a continuar en modo guerra” |
Opinión / Actualidad - Entrevistas |
Escrito por Pablo Elorduy |
Viernes, 26 de Abril de 2019 04:20 |
El cabeza de lista de Unidas Podemos en las elecciones del domingo 28 de abril apuesta por un Gobierno de coalición del PSOE que reestablezca derechos sociales y civiles como respuesta a una crisis que se ha extendido en todo el continente europeo y ha abierto la puerta al fascismo. Han pasado doce horas desde el segundo de los debates televisados en esta campaña electoral. Pablo Iglesias (Madrid, 1978) siente que lo ha hecho bien. Unidas Podemos, el partido con el que se presenta como candidato en Madrid, confía, como en 2015, en una remontada en la recta final de la campaña. El margen entre el buen resultado y darse un planchazo electoral es pequeño, apenas dos o tres puntos. La situación, en cualquier caso, es mejor que en enero, cuando estalló la crisis en Madrid, el día que Íñigo Errejón anunció que presentaba su propio proyecto al margen de Podemos. Aquel día —Iglesias dice que “flipó”— se reprodujo lo que en una broma amarga se llama “el síndrome de La Vida de Brian”: la incapacidad de la izquierda de entenderse en lo mínimo y mostrar algo de serenidad en los momentos clave.
Tres meses después de aquella crisis, Iglesias pidió ante las cámaras de RTVE una oportunidad para entrar en un Gobierno de coalición con el PSOE. En esa intervención aseguró que, si después de cuatro años, Unidas Podemos no es capaz de cambiar algunas cosas que afectan a la vida de la gente, no volverá a pedir el voto. Acorde con los tiempos agónicos en los que estamos, la apuesta parece muy elevada. ¿Existe un riesgo en que ese comedimiento y en los elogios que acarrea genere la sensación de que se puede contar con vosotros porque, en definitiva, no os salís de los marcos establecidos? Hay un cambio con respecto a 2015, cuando fuisteis mucho más beligerantes. Sabemos cómo funciona el poder y lo vamos a decir. Sabemos quién manda de verdad, pero no convertimos este análisis en un discurso —que a veces se ha hecho en la izquierda radical— de que no hay nada que hacer —“No hay nada que hacer y nos refugiamos en lo social, desde el Estado no se puede hacer nada”—. No, el diagnóstico es este, pero algunas cosas se pueden cambiar desde lo institucional y desde el Gobierno. La prueba de que algo se puede cambiar es que a los poderosos les preocupa muchísimo tener controlados a los representantes políticos. Si no se pudieran cambiar cosas, no nos habrían montado lo que nos han montado desde las cloacas para que no gobernáramos. A partir de ahí, creo que afinamos muy bien el diagnóstico al decir: Vox es básicamente una escisión del Partido Popular. Y basta ver a sus principales dirigentes, y en particular a Abascal, que es un representante del aguirrismo. Y además es un síntoma. Hay un término de Guilherme Boulos para definir a Bolsonaro en Brasil que creo que funciona bien con Vox, que es, de alguna forma, como “el inconsciente desatado de la derecha”. Hay una parte de la derecha que siempre pensó así, pero que tenía un ‘superyó’ que le decía “esto no lo puedes contar porque es impresentable”, sin embargo, ahora lo cuentan abiertamente. Tienen también esa capacidad de generar escándalo que genera cierto placer, por seguir con este rollo psicoanalítico, en una parte del electorado que no está de acuerdo pero al que le gusta una derecha desatada que es capaz de escandalizar. Esto no es un fenómeno exclusivamente español, aunque Vox tenga características específicamente españolas: más de movimiento reaccionario que de populismo blanco. Es decir, son atlantistas, son thatcherianos. No compiten con nosotros para acabar con las casas de apuestas en los barrios obreros, no defienden las empresas españolas ni el sector industrial español. Son neoliberales y profundamente reaccionarios, una característica del reaccionarismo español y del viejo fascismo español. El fascismo en España no se alimenta de la Falange, de Ramiro de Ledesma o de José Antonio, se alimenta de un catolicismo reaccionario vinculado a intereses de clase muy concretos, de propietarios agrarios. Eso aparece también en ese fenómeno. Por último, la estrategia del PSOE ha sido “que viene el lobo”. Y yo creo que nuestro país está preparado para algo que vaya mucho más allá de ese “que viene el lobo”. Hemos visto lo que ha ocurrido en Estados Unidos, lo que ha ocurrido en Brasil y en otros países, y considero que podemos construir una excepción española que apueste en el contexto de la crisis europea —que es una crisis de los derechos sociales y de los derechos civiles— por políticas sociales que den seguridad a través de la protección social y la defensa de los servicios públicos. No solamente, digamos, la política de “que viene el lobo”, que no deja claro qué proyecto de país tienen en el contexto de Europa. Es una cultura política que tendremos alguna vez que aprender a abandonar porque, no solamente nos hace daño a nosotros, hace daño a este país. Lo que hemos visto en Madrid no es una desgracia para la izquierda madrileña: es una desgracia para los madrileños y las madrileñas que no hayamos sabido ofrecer un proyecto con la suficiente dignidad para que nos vean, a los que compartimos tantos elementos de programa, trabajando juntos. Esto que se ha planteado de hacer de la necesidad virtud, de repartir el voto en diferentes opciones, y que eso pueda servir para tener resultados mejores, considero que no se lo cree nadie y que todo el mundo siente una cierta vergüenza de que estemos en la situación en la que estamos. Ojo, esto ocurre con la izquierda política pero también ocurre con la izquierda social. Espero que las próximas generaciones de militantes sean capaces de superar ese síndrome de La Vida de Brian y que nos superen en ese sentido. Con los poderes económicos, con algunos, se podrá negociar más que con otros, porque el proyecto que nosotros estamos planteando es perfectamente compatible con la economía de mercado, poniéndole algunos límites más, que en el fondo al final repercuten positivamente en la capacidad de consumo de una sociedad. Pero tenemos una derecha política y mediática absolutamente echada al monte. En el caso mediático, lo hemos visto con el periodismo de cloacas, y cómo ese periodismo, además, ha arrastrado al resto a entender que la mentira es legítima. Esto ya no va de líneas editoriales más conservadoras o menos, si no que se normaliza poder mentir para hacer daño al adversario político. Hay que contar con que va a seguir así. Las elecciones en Brasil no se entenderían sin las noticias falsas que han operado a través de WhatsApp y que han sido, dicen algunos especialistas, muy importantes a la hora de consolidar el éxito electoral de Bolsonaro. Hay que estar preparados para eso. ¿Qué es lo que podía hacer atractivo para un portugués, para un español, formar parte de la UE? ¿Una identidad europea vinculada al cristianismo? Yo creo que no era eso, que era la garantía de prosperidad, de cierto respeto de los derechos civiles y los derechos sociales. Sin eso, Europa no va a existir Es un consenso, incluso entre quien no lo reconoce públicamente, que afrontar la cuestión territorial en España, en este caso afrontar la cuestión catalana —aunque la cuestión no es solamente Catalunya—, implica que esto se tiene que gestionar por vías democráticas mediante la negociación y el diálogo. Asumiendo que un Estado plurinacional como el nuestro tiene que tener fórmulas de encaje que avancen en una dirección que —señalaba Xavier Domenech hace tiempo con mucha lucidez— es la de compartir soberanías. Esto a algunos les suena tremendo pero, hacia afuera, nuestro país ya comparte soberanías. Comparte o cede soberanías, si hablamos de la política monetaria o de la propia política económica. En un país como España, con una plurinacionalidad que ya reconoce la propia Constitución del 78 al definir los territorios como regiones y nacionalidades, eso tiene que implicar una organización del Estado con fórmulas federales o confederales que impliquen compartir soberanías. Ejemplo de cuando esto ocurre: el propio ministro de Exteriores del PP reconocía que, si hay que firmar un tratado internacional que afecta a las competencias fiscales del gobierno vasco, el gobierno vasco tiene que estar representado. Esto se puede normalizar. Habrá que seguir negociando en esa dirección y buscar fórmulas de encaje que nos permitan convivir, sabiendo que nunca va a haber una solución definitiva a una tensión que es consustancial a nuestra historia, pero que se puede gestionar con mecanismos democráticos. Creo que se pueden hacer cosas de inmediato. Nosotros hemos hecho una propuesta —que además va en la línea de cumplir la Constitución— que es hacer una unidad de élite formada por los mejores cuadros de Guardia Civil, Policía Nacional y policías autonómicas que no dependa del Ministerio de Interior, que dependa exclusivamente de la autoridad judicial. Una unidad específica para perseguir e investigar la corrupción institucional. Este modelo de una policía que no dependa del Ministerio de Interior ya se hizo en Italia y permitió que se investigara Tangentopoli y pudieran conocerse y juzgarse hechos de corrupción gravísimos. Eso es una decisión del Gobierno. Al mismo tiempo, hay otras cosas que se pueden hacer de inmediato: no puede haber torturadores con medallas. No puede haber policías que han mentido en sede judicial que no hayan sido ni siquiera sancionados. Porque, ojo, en este país se ha sancionado a policías que han denunciado las cloacas del Estado. Creo que esto tiene que ver con una voluntad política del Gobierno. No soy ingenuo, no van a cambiar las cosas de la noche a la mañana pero, con voluntad política, algunas pueden ir cambiando.
Has puesto el acento en esta campaña en la propiedad y en la estructura de los medios de comunicación. Estamos en un momento clave en el que los grandes grupos que conforman el monopolio mediático están viendo cómo vienen Facebook y Google, que ya son los grandes intermediarios de la información. ¿Hay posibilidades de hacer una ley de medios, una intervención sobre los medios que vigile que esas grandes empresas no se queden con el monopolio de la información y la comunicación?
Hay que hacer algo más, que es el hecho de que los medios de comunicación públicos sean un servicio público y no sean el brazo mediático del Gobierno de turno. Y que tengan una calidad y unas características que les permitan cumplir su función, que está en la Constitución también, en tanto que medios públicos. Y hay un tercer sector que hay que potenciar, el sector comunitario. Hay que facilitar el acceso a la producción de información a colectivos sociales. ¿Cómo puede ser que en este país la Iglesia Católica, o mejor dicho, la Conferencia Episcopal, sea un portaaviones mediático y que las organizaciones vecinales, las organizaciones estudiantiles, las organizaciones de la sociedad civil no tengan acceso a los medios de comunicación? Pienso que avanzar en la democratización implica construir un espacio de medios comunitarios vinculados a la sociedad civil, que puedan convivir con el sector privado —más liberal, con más competencia— y con un sector público entendido como servicio público y no como brazo político de los Gobiernos. Un país como España, que es la cuarta economía de la zona Euro, tiene que plantear una alternativa viable —y decir viable supone aceptar que va a haber que negociar y que buscar espacios de entendimiento con los poderes económicos europeos— que señale que las bases de sostenibilidad política son las que fueron hace 60 o 70 años: una cierta prosperidad y una cierta protección de los derechos civiles, y un modelo productivo que garantizaba un sistema de salarios y de protección a la clase trabajadora mejores que en otras áreas del planeta. ¿Qué es lo que podía hacer atractivo para un portugués, para un español, para un griego, formar parte de la UE? ¿Una identidad europea vinculada al cristianismo? Yo creo que no era eso, que era la garantía de prosperidad, de cierto respeto de los derechos civiles y de los derechos sociales. Sin eso, Europa no va a existir. España puede liderar ese planteamiento de tratar de reconstruir Europa en torno a los derechos sociales. Siendo realistas y sabiendo cómo van a funcionar los poderes europeos. Al mismo tiempo, se debe asumir una realidad geopolítica nueva. Europa debe adquirir una presencia mayor como actor internacional, definiendo de manera autónoma sus propias relaciones con Rusia y con otras superpotencias, reconociendo que el viejo atlantismo quizá no sea lo más sensato para los intereses europeos dadas las circunstancias —es evidente que la OTAN perdió su sentido cuando acabó la política de bloques y que seguramente Europa necesite una política de seguridad propia—. Creo que, con los límites temporales y otras dificultades, se puede avanzar en una dirección interesante. Que un país como Portugal, que representa mucho menos económicamente en la Unión que nosotros, se haya convertido en una referencia para muchos en Europa, revela que las potencialidades de España, en contraste con Italia, no son pequeñas. Pero ojo, nosotros no somos un país de la periferia que diga: “Mire usted, es que yo tengo que explotar mis recursos hidrocarburíferos, mi petróleo, porque no tengo otra cosa”. No es el caso, somos la cuarta economía de la zona euro y podemos construir una transición energética en nuestro país que se sostenga sobre el empleo de calidad, la democratización en el acceso a la energía y, al mismo tiempo, sobre el papel del sector público en un sector estratégico fundamental. Y a partir de ahí es posible que más países se sumen a algo que es lo que señalan los jóvenes con toda razón: si esto continúa en la misma dirección en la que está, vamos hacia un desastre planetario, y esto no se puede relativizar. Y claro que esto no lo puede solucionar solamente el Gobierno de un país. ______________ Fuente: El Salto Diario |