Catalunya: la hora de la verdad Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Manuel Ruiz Robles /UCR   
Miércoles, 20 de Diciembre de 2017 07:49

 Las revoluciones

Resulta cuando menos aventurado intentar prever con cierta antelación fechas clave en la historia de la humanidad. Sin embargo, cuando anteceden procesos revolucionarios –como es el caso que nos ocupa- caracterizados por grandes movimientos de masas contrarios al poder establecido, se produce una polarización creciente. Cualquier hecho previsible, de suficiente calado, puede cambiar el curso de los acontecimientos, acelerando el proceso en crecimiento o cambiando su rumbo.

 

Las contradicciones del bloque dominante potencian el desarrollo del proceso revolucionario. En esa situación, unas elecciones tales como las del 21-D en Cataluña, pueden llegar a constituir un evento decisivo en el devenir de nuestra historia común.

Cuando se produce un estancamiento del proceso, es decir una situación de aparente equilibrio entre las fuerzas enfrentadas -que a la postre termina siendo inestable- se van consolidando dos bloques antagónicos, separados por una zona semidesierta o “tierra de nadie”, en donde tratar de “acampar” sería suicida.

El resultado final de dicha polarización sería probablemente la descomposición a medio plazo de uno de los bloques y el afianzamiento del poder de aquel que haya conseguido acumular fuerza suficiente para imponer su hegemonía. Mientras tanto, la zona semidesierta entre ambos bloques tenderá a ser políticamente irrelevante.

La revolución catalana

El llamado procés catalán viene desarrollándose de forma ejemplarmente pacífica. No así la actuación del bloque antagónico, constituido por los partidos del arco monárquico-parlamentario, que preconizan la aplicación sine die del artículo 155 de la CE. Dichos partidos representan al nacionalismo español más rancio e inviable, pues se fundamenta en la continuidad de la llamada Ley de Amnistía y en la indisoluble unidad de la Nación española, de la que es “garante” el rey como jefe supremo de las Fuerzas Armadas.

Por ello, el estado de excepción impuesto en Catalunya es una prueba más de la voluntad política del Régimen de recurrir -sin medida alguna y a la desesperada- a toda la violencia de que es capaz el aparato represivo heredado de la dictadura.

Resulta llamativo el escaso o nulo control ejercido durante estos últimos cuarenta años por el poder legislativo y judicial sobre actos manifiestamente ilegales. Son crímenes conocidos y, en cualquier caso verificables, que entran en flagrante contradicción con la legislación de la Unión Europea y el sentir mayoritariamente antifascista de países tales como Francia o Alemania.

El imperialismo

El carácter criminal y depredador del imperialismo, analizado por multitud de pensadores (Lenin), hace que tengamos que tenerlo muy en cuenta como factor “externo” a los procesos soberanistas en curso.

No sería prudente, sin embargo, que desviásemos el foco de nuestra atención, dejando fuera del campo de visión al procés. Su posible influencia en el derrocamiento de la monarquía por vías pacíficas y democráticas es evidente. Para ello, la izquierda del resto del Estado español deberá abandonar viejas y nuevas ensoñaciones y aplicarse a la tarea.

Sin república no habrá progreso ni justicia social; tampoco salida de la OTAN ni extinción de los acuerdos internacionales que posibilitan bases militares del imperialismo en nuestro suelo.

La situación geoestratégica de nuestro país hace insostenible pactos militares que ponen en grave riesgo al conjunto de pueblos y naciones de la península ibérica, dada la situación de preguerra mundial a la que nos abocamos.

Otras alianzas internacionales, con países tales como la Federación Rusa, contribuirían a disminuir el riesgo de una escalada militar en Europa y a frenar la “guerra mundo” en la que estamos criminalmente implicados.

La República

La república es -lo ha sido siempre- imprescindible para armonizar la cooperación y solidaridad entre los pueblos del Estado español, contribuyendo al desarrollo de valores democráticos y progresistas. Valores impulsados por el Gobierno legítimo del Frente Popular durante la II República. Valores que fueron destruidos implacablemente por el golpe militar monárquico-fascista de 1936, la consiguiente guerra civil y los cuarenta años de dictadura que le sucedieron. Fue una agresión sin precedentes a los pueblos de España, que a día de hoy perdura en las cunetas y fosas comunes, como prueba irrefutable del aterrador genocidio cometido por la dictadura.

El republicanismo no es patrimonio de tal o cual opción republicana, sino la única forma de gobierno que posibilita una democracia auténtica y, por tanto, la hegemonía de valores progresistas.

El PDeCAT, Esquerra Republicana de Catalunya y las CUT, pese al serio error de haber intentado una Declaración Unilateral de Independencia, representan por ahora la única alianza republicana de oposición efectiva al Régimen del 78. Tienen, como es evidente, potencia suficiente, sustentada por una revolución nacional-democrática, para poner en jaque al rey y a sus cortesanos de la banda del 155.

La izquierda del resto de España, y en general todos los demócratas, deberíamos tomar buena nota de ello y aplicarnos a la tarea, dando nuestro apoyo fraterno al pueblo de Cataluña. Nuestras diferencias deberían pasar a segundo plano y dar prioridad a nuestro combate pacífico y democrático por la III República federal o confederal.

El día después

Con el 21-D está llegando la hora de la verdad. No habrá otra alternativa que posicionarse a uno u otro lado a la hora de formar Gobierno. Pretender mantener una equidistancia entre ambos polos antagónicos ya no será posible sin costes políticos graves, por tanto también electorales en futuras contiendas.

Si esa pretendida equidistancia de algunos partidos se tradujese en su abstención a la hora de formar gobierno -facilitando de ese modo la pretendida legitimación del bloque monárquico- su actitud quedaría en evidencia. La ciudadanía de izquierdas, que está despertando del largo letargo de la Transición, inducido por los medios masivos de desinformación, no lo olvidaría.

 

(*) Manuel Ruiz Robles es capitán de navío de la Armada (R), portavoz del Colectivo Anemoi, miembro de la Asociación Milicia y República ACMYR.

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