Golpes de pecho Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Coral Bravo   
Domingo, 16 de Abril de 2017 06:30

Por estas fechas suelo recordar, con cierto sabor agridulce, las semanas santas de mi infancia. Era una fecha muy particular. La tristeza y la tragedia que se vivía por la supuesta rememoranza de la supuesta muerte de Jesús el nazir, hace veintiún siglos, lo embargaba todo. Recuerdo las conversaciones con mis compañeros de cole y de juegos sobre el asunto; nos recordábamos los unos a los otros que no se podía cantar, que un simple pequeñito tarareo de dos palabras podría significar el pecado mortal y quizás hasta las llamas eternas, según nos decía el cura . Si algún valiente o despistado osaba incumplir esa ley, se veía las caras con el resto que le abucheaban y le recordaban que había cometido un pecado terrible y ¡a saber lo que le podría ocurrir!

Yo intentaba tener mucho cuidado. No era pecata minuta. La amenaza era bestial. Y recuerdo muy bien que repetía mentalmente una y mil veces, como un papagayo, “cantar es un pecado”, “cantar es un pecado”, intentando evitar el peligro en el que era muy fácil caer, porque yo era muy cantarina, especialmente cuando jugaba sola. También recuerdo que no se podía comer carne, que en el pueblo cerraban los bares, que en la radio dejaba de sonar música que no fuera el sonido acompasado de las trompetas y los tambores tocando a muerte. Era una semana de luto riguroso para casi todos. Y hablo de los años setenta. De un pueblo de la España profunda, aunque en esos años casi todo en este país era la España negra y profunda.

Las procesiones eran una tortura. Tanta congoja me encogía el alma. Aunque quizás en mi fuero interno había dos cosas que compensaban la vivencia in situ del valle de lágrimas que tantas veces me decían que era la vida. Me refiero a la maravillosa primavera, y a las torrijas. Gracias a eso se me hacía soportable tanta tristeza y tanto pesar prefabricados. Aunque ni siquiera eso evitaba que me hiciera algunas preguntas respecto de esa realidad que en absoluto entendía.

¿Por qué y para qué? ¿Qué significado tenía celebrar continuamente la supuesta muerte de alguien dos mil años después, cuando estaba muriendo gente todos los días y como si tal cosa? ¿Por qué tanta tristeza? ¿Por qué si dios era omnipotente no le funcionó la omnipotencia consigo mismo? ¿Qué había de malo en la alegría y en la música? ¿Por qué era pecado cantar? … la cuestión es que en esa mente inquieta e infantil se agolpaban tantas y tantas preguntas, cuyas respuestas sí son realmente lúgubres, tristes y desesperanzadoras. Finalmente, la síntesis de las respuestas a todas ellas bien podría resumirse en una reflexión de Bertrand Russell al respecto: “afirmo deliberadamente que la religión ha sido y aún es el principal enemigo de la alegría y del progreso moral en el mundo”.

Y a lo largo de esta semana España entera se viste de nuevo de irracionalidad, de procesiones por doquier y de fanatismo religioso, recordándonos que la explosión de vida de la primavera apenas importa. Veremos, queramos o no, miles de pasos, miles de imágenes y miles de fieles devotos que purgan el gran pecado de estar vivo y de ser humano, y que, ignorando el sufrimiento de otros seres humanos, se dedican a alabar a mitos. Y supuran sus algias vitales y su ignorancia a través de la catarsis que les produce ver reflejadas sus penas en las penas que se escenifican por doquier. Y, mientras tanto, no importan las otras penas, las humanas, los miles de africanos que dejan sus vidas en el mar huyendo de la miseria, los miles de refugiados que no encuentran refugio, los cientos de sintecho que mueren de frío en invierno, las miles de personas que han muerto por la pésima asistencia sanitaria que están dejando en escena los neoliberales.

Puestos a escenificar calvarios, no estaría de más que se escenificaran también otros calvarios, otros calvarios más reales. No se escenifica el calvario de los desahuciados de sus casas, ni el de las cinco personas que se quitan la vida todos los días en España desde que se inició lo que llaman crisis; ni se escenifica el calvario terrible de millones de mujeres víctimas del machismo, cuyo origen es, precisamente, el ideario misógino y dogmático que difunden los del clero; ni se escenifica el terrible calvario de las casi cincuenta mil personas que viven y duermen en la calle en este país. A esos, coronadas también sus frentes con terribles coronas de espinas, se les ignora, y hasta se les multa por existir, como hizo Botella en Madrid. Y nos siguen haciendo tragar ruedas de molino milenarias. Y algunos, para más inri, se dan hipócritas, mezquinos y falsos golpes de pecho.

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Fuente: El Plural