Lise London, una roja primavera PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Semblanzas / Biografías
Escrito por Higinio Polo   
Martes, 06 de Noviembre de 2012 05:22
Lise LondonCuando se iniciaba el pasado mes de abril de 2012, Lise London expiraba en París. Tenía noventa y seis años, y una larga trayectoria de lucha por la libertad y el socialismo que mantuvo hasta el final. En 2011, ella y decenas de sus camaradas se reunieron en el mismo lugar de París donde, setenta y cinco años antes, se incorporaron a las Brigadas Internacionales para luchar en España contra el fascismo: fue en el número 8 de la avenida Mathurin Moreau, donde empezaron a inscribirse los “voluntarios de la libertad” (“Ce fut le premier acte de résistance internationale contre le fascisme”, dice la placa que hoy recuerda aquel momento.
Llegados de más de cincuenta países, que después irían a Barcelona, a Albacete, a la ciudad universitaria de Madrid, al Ebro. Entre ellos, estaba Lise London, quien, con veinte años, ya hacía cinco que era miembro de las Juventudes Comunistas francesas. Ese París que recordaba a las Brigadas Internacionales era el mismo que había recorrido Lise London durante la Segunda Guerra Mundial: centenares y centenares de kilómetros en su bicicleta, coordinando la resistencia contra los nazis.

Foto hecha por la Gestapo Foto hecha por la Gestapo
Había nacido en 1916, como Lise Ricol, hija de una familia de emigrantes aragoneses. Su padre, Federico Ricol, tenía treinta y dos años cuando nació Lise, el 15 de febrero de 1916, en Montceau-les-Mines. Era minero desde los dieciséis años, en las durísimas condiciones de trabajo de la época, en la perforación de túneles, en las canteras, viviendo en barracas de madera, junto a las minas, en el Aude, en Roquefort, en el Tarn. Desde los veinticinco años, estaba ya enfermo de silicosis, y estuvo a punto de morir a consecuencia de la “gripe española” que se propagó por Europa tras la gran guerra. Fue a vivir en una región de gran tradición obrera, de esfuerzo, de lucha: en las minas de La Ricamarie, cerca de Saint-Étienne, la represión del ejército causó, en 1869, una matanza entre los mineros, llegando a matar también a mujeres y niños. Esa masacre sirvió a Zola para escribir la hermosa novela Germinal, aunque la situase en el norte de Francia. Ese era el paisaje de la familia Ricol.

Vivieron en Saint-Étienne, en la pobreza, mientras el padre, que dejó de ser minero por su precaria salud, trabajaba colocando vías de tranvía, o adoquinando las calles, o como peón caminero. En 1922, se afilió al Partido Comunista, que acababa de crearse tras el congreso de Tours. Era analfabeto, de manera que la madre tenía que leerle L’Humanité, en los años en que colaboraban en la ayuda a la Rusia soviética para enviar comida, ropa, dinero, o impulsando la solidaridad con los anarquistas Sacco y Vanzetti, que fueron ejecutados en Estados Unidos, asesinados, en 1927.

En 1931, el año en que Lise ingresa en las Juventudes Comunistas, la familia fue a vivir a Vénissieux, una pequeña población cercana a Lyon, en un insalubre almacén donde se habían construido precarias viviendas para obreros. Lise empezó a trabajar en la fábrica Berliet como mecanógrafa y, después, en la sede del Partido Comunista en Lyon. En las elecciones legislativas de 1932, con apenas dieciséis años, Lise recorre los mítines y las reuniones públicas denunciando la explotación capitalista, y, poco después, admira el temple de Dimitrov durante el juicio a que fue sometido por el régimen nazi, donde acusó directamente a Göring de ser el responsable del incendio del Reichstag. Es una chica decidida, valiente, animosa. En aquellos días de diciembre de 1933 en que Hitler se vio obligado a poner en libertad a Dimitrov, que había demostrado incontestablemente su inocencia, Lise London se casaba con Auguste Delaune, otro militante comunista, y, poco después, se trasladaba a vivir a París.
Lise en 1942 poco antes de ser detenida por los nazis
Allí conoce a Maurice Thorez, secretario general, en el viejo local del comité central del Partido Comunista en el 120 de la calle Lafayette, junto a la gare du Nord, cuando París se agita ante la amenaza de un golpe de Estado tras la caída del gobierno de Chautemps, y antes de que Daladier pueda formar un efímero gabinete, sustituido después de la intentona por otro de “unidad nacional” presidido por Gaston Doumergue. El fascismo crece en Francia, como en el resto de Europa. El 6 de febrero de 1934, los miembros de las ligas fascistas, de la Action Française de Maurras, y de la Croix de Feu intentan tomar el Parlamento, y aunque, finalmente, el golpe fracasa, en las calles de París mueren diecisiete personas y hay más de dos mil heridos. Tres días después, una gran manifestación comunista es duramente reprimida por la policía, causando nueve muertos y más de sesenta heridos de bala. El 12 de febrero, Francia se paraliza por la huelga general, y centenares de miles de parisinos se manifiestan contra el fascismo: Lise, que aún no tiene dieciocho años, llora de emoción. Cinco días después, otra marea humana de cientos de miles de personas, despide por las calles de París a los obreros asesinados, lentamente, en un silencio apenas roto por la marcha fúnebre de Chopin, que toca en sordina una orquesta. La amenaza fascista anega Europa: Austria, Francia, España, ven crecer las provocaciones y las amenazas.
La militancia comunista es la razón de ser de la familia Ricol. En abril de 1934, Lise parte en tren hacia Moscú. Va a trabajar, durante dos años, en los servicios de traducción de la Internacional Comunista, donde encontrará de nuevo a Thorez. En la capital soviética conoce también a una mujer vestida de negro que todavía no tiene cuarenta años y que la saluda con simpatía: sabrá, tiempo después, que se llama Dolores Ibárruri. Y ve a Dimitri Manuilski, a Stoyán Miniéevich Mínev (Stepánov), Togliatti, André Marty, Francisco de Paula de Oliveira, a un vietnamita llamado Nguyen Ai Quoc (que, muchos años después, sabrá que es el legendario Ho Chi Minh, a quien le hablaría de la guerra de España y de la resistencia) y a un comunista checo llamado Artur London, enfermo de tuberculosis, que había huido de Checoslovaquia a Moscú con un pasaporte falso proporcionado por el Partido Comunista Checo. Desde febrero de 1935, Lise Ricol y Artur London pasan a ser una pareja inseparable. El reencuentro con su marido, Auguste Delaune, en Moscú, revela el distanciamiento progresivo entre ambos: cuando Delaune regrese a Francia, en junio de 1936, hace tiempo que todo ha terminado entre ellos. Delaune era también un comunista decidido, valiente. En 1936, organizó los Juegos Olímpicos de Barcelona como alternativa a los de Berlín; y participó en la solidaridad con la España republicana, y, después, con la resistencia contra la ocupación nazi. Era un hombre íntegro, que siempre quiso a Lise. Fue fusilado por la policía fascista francesa en septiembre de 1943: cuando entregaron a su madre las ropas ensangrentadas con las que murió, encontró en el dobladillo del abrigo un último mensaje a su familia y una pequeña fotografía de Lise London.

Lise vive en Moscú la muerte de Gorki, y el impresionante duelo popular por una de las principales figuras del nuevo país de los sóviets. Vive, también, el asesinato de Kirov. En el ambiente de la preguerra, el asesinato es presentado como un complot trotskista. Y ve el impresionante gentío que acompaña el ataúd de Henri Barbusse a la estación de Bielorrusia, para ser enviado a Francia. Sigue desde Moscú la impresionante victoria del Frente Popular en Francia, las ocupaciones de fábricas, el movimiento huelguístico de la primavera de 1936, la formación del gobierno de Léon Blum, y la rebelión fascista en España. En septiembre de ese año, abandona Moscú, y, poco después, se incorpora al trabajo en el Partido Comunista Francés. Sigue desde París la guerra en España, y asiste con emoción al multitudinario acto que, en septiembre, organiza en el Velódromo de Invierno el PCF para exigir que el gobierno de Léon Blum ayude a la República española: en ese acto se escuchó la voz de Dolores Ibárruri reclamando ayuda para España a la Francia del Frente Popular, petición contestada por miles de gargantas con el grito de “¡Aviones y cañones para España!”.

En octubre de 1936, André Marty le propone acompañarle a España para organizar las Brigadas Internacionales, que se enviaban desde la calle Mathurin Moreau hacia Barcelona y Albacete. Lise está embarazada, pero acepta. Empieza su larga marcha por España, y, después, por la epopeya y el sufrimiento de la resistencia y de los campos de concentración nazis. Parte hacia España desde la estación de Austerlitz, donde se han concentrado los más de dos mil voluntarios que se incorporan en ese convoy a las Brigadas Internacionales. Lise nunca podrá olvidar ese viaje: cuando entran en Cataluña, el tren se detiene en todas las estaciones, y miles de personas les abrazan, les ofrecen alimentos, se conmueven con ellos, cantan las canciones revolucionarias y la Internacional. Cuando llegan a Barcelona, los recibe una multitud entregada, agradecida, y, en el camino hacia el cuartel Karl Marx (hoy, sede de la Universitat Pompeu Fabra), miles de personas agitan pañuelos en homenaje a los voluntarios de la libertad. Por la noche, el tren parte de nuevo, hacia Albacete, centro de las Brigadas Internacionales en España.

Durante la guerra, Lise pierde el hijo que esperaba, y trabaja en Valencia en la organización de los brigadistas. Allí, en mayo de 1937, se reencuentra con Artur London, que también se ha incorporado a las Brigadas Internacionales. Visita Madrid, y trabaja febrilmente. En abril de 1938, los servicios de las Brigadas Internacionales se trasladan de Albacete al barrio de Horta, en Barcelona, y, unos meses después, Lise abandona Barcelona para volver a París: está embarazada otra vez, y va a dar a luz a su primer hijo. El fascismo avanza, y la guerra de España se encamina hacia su trágico final, con la frontera francesa bloqueada, sin que pueda llegar nueva ayuda, pese al esfuerzo por romper el bloqueo que realiza la compañía France Navigation, creada por el Partido Comunista Francés con ese objeto. Lise tardará muchos años en volver a España.

En noviembre de 1938 da a luz a su hija Françoise. Durante la Segunda Guerra Mundial, Lise trabaja en la resistencia francesa contra los nazis. Vivía en Ivry-sur-Seine, a donde la visitaba, a veces, Artur London (que había hecho en Cataluña la retirada con el ejército republicano en febrero de 1939), que, así, podía ver también a su hija. Artur vive en Francia en la clandestinidad, con un salario, similar al de un obrero, que le paga el Partido Comunista Francés para organizar a los militantes comunistas de otros países que viven en situación precaria en Francia.

Lise trabaja políticamente en la periferia de París, y en la relación con los militantes de otros partidos comunistas que viven ocultos en la ciudad. Ha estallado la Segunda Guerra Mundial, y la guerra boba es apenas un respiro para afrontar lo que vendrá después. Francia capitula, y los nazis ocupan París. Todo parece derrumbarse, pero los comunistas siguen tejiendo las redes de la resistencia. Lise es una mujer joven, decidida, capaz de presentarse durante la ocupación, junto a otras mujeres, ante Otto Abetz, embajador nazi en París, para pedir la liberación de los comunistas prisioneros. En 1941, se traslada a una buhardilla, en el 249 de la rue Lafayette, y tiene que cambiar de domicilio en varias ocasiones: los primeros meses de 1942 son duros: se suceden las detenciones de militantes, las torturas, los fusilamientos. Nada es sencillo, y la policía alemana consigue quebrar a algunos resistentes, convirtiéndolos en delatores. A veces, la resistencia ejecuta a algún militante sospechoso de colaborar con la Gestapo: son tiempos difíciles, y la máquina de guerra fascista avanza en todos los frentes de Europa. El 3 de marzo de 1942, los aliados bombardean las fábricas Renault, destruyéndolas, causando seiscientos muertos; el 16 de julio se produce la mayor redada de la historia de París: son detenidas trece mil personas, hombres, mujeres y niños judíos, trasladados después al Velódromo de Invierno para enviarlos a su destino: las cámaras de gas y los hornos crematorios de Auschwitz. La policía francesa y la Gestapo habían previsto detener a veinte mil personas, pero las octavillas distribuidas por la resistencia comunista pondrán sobre aviso a muchos, que podrán ocultarse.

Lise con Artur London 

Lise  con Artur London e París en los años 70 

El zarpazo fascista alcanza también a Lise. En agosto de 1942, es detenida, junto a Artur London, y encerrada en las mazmorras de la Conciergerie, en la isla de la Cité. Las condiciones de detención son terribles: en celdas donde cabían dos personas, son encerradas veinte, y los nazis o los gendarmes franceses sacan desde allí a los prisioneros para fusilarlos. El fascismo muestra su cara más torva. Los nazis ocupantes y los colaboracionistas franceses torturan, fusilan, guillotinan a diputados comunistas condenados en la cárcel de la Santé. La policía de Pétain lleva su ferocidad al extremo de pretender interrogar a Lise London cuando ya está tendida para dar a luz, acción que impiden los médicos, horrorizados. El 3 de abril de 1942 nace su hijo Gérard en la cárcel parisina de la Petite Roquette: la noticia corre clandestinamente por la prisión, y centenares de presas se agolpan en las rejas del patio para felicitar a Lise. Estar embarazada le había salvado la vida.

Ya en la cárcel de Fresnes, cuidando a su hijo recién nacido, a veces, mientras organizan la resistencia en la prisión, Lise escucha Lili Marleen, canción que ponen con frecuencia los militares alemanes que viven en un edificio cercano, soñando la vida que transcurre tras las rejas. Finalmente, Lise es condenada a “trabajos forzados a perpetuidad”, y es trasladada a la cárcel de Rennes, en la Bretaña: desde allí verá el resplandor de los bombardeos. Mientras tanto, Artur London está encarcelado en Blois, donde las autoridades nazis y Vichy han concentrado a los cuatrocientos dirigentes comunistas que consideran más peligrosos. Todavía les falta lo peor. En marzo de 1944, Artur London llega a Mauthausen, donde coincidirá con el escritor Paul Tillard, con quien había estado también las mazmorras de París y que escribirá, junto con Claude Lévy, La Grande Rafle du Vel. d’Hiv. Toda la familia de Artur London será asesinada en los campos de exterminio nazis: veintiocho familiares murieron.

Por su parte, Lise es trasladada desde la cárcel de Rennes, en tren, con destino a los campos de exterminio. Pasan por París, permanecen en varios centros de detención, y, finalmente, desde Sarrebrück, la deportan a Ravensbrück, hacinadas ella y sus centenares de compañeras en vagones de ganado, maltratadas como si fueran bestias, con un bidón como retrete. Por el camino, las deportadas reciben la solidaridad furtiva de la gente: una sonrisa de ánimo de alguien que observa pasar el tren, el gesto decidido de un hombre que levanta un puño, los deseos de victoria sobre el fascismo sorprendidos en la mirada de una mujer, todo ayuda en la larga marcha de la resistencia. Cuando llegan a Ravensbrück, reciben el feroz ritual nazi: los SS con metralletas, los perros acosando a las deportadas, el griterío y las órdenes en alemán — ¡Schnell!, ¡Raus!—. Miles de mujeres trabajarán allí como esclavas, en turnos de doce horas: Ravensbrück es también un negocio, y hay fábricas, talleres, incluso una filial de Siemens y otra de Hasag. Ella misma trabajará en una fábrica Hasag, en un subcampo de Buchenwald próximo a Leipzig. Otras, trabajarán en canteras o en pantanos, dejándose las manos y la vida, sin rendirse. Lise será una de las mujeres que dirigen la organización comunista que existe en el campo de exterminio, y escuchará el horror de los “experimentos” clínicos con jóvenes polacas, las atrocidades de médicos nazis que cortan en vivo los músculos de las piernas de las detenidas para observar el resultado, y el heroísmo de las quinientas treinta y seis mujeres soviéticas que se negaron a trabajar en la producción de material de guerra para Alemania y que fueron castigadas a permanecer en formación durante todo el día, a la intemperie, durante el invierno: muchas murieron de frío, cayendo como fardos, pero las demás resistieron, y, tras cinco días, derrotaron a los nazis del campo de exterminio.

Lise London vive en el infierno. Muchas de sus compañeras, morirán. Pero otras siguen resistiendo, conservando trozos de vida y de libertad, de dignidad, entre las alambradas. Incluso consiguen crear una pequeña biblioteca, con libros encontrados en los escombros de una de las fábricas bombardeadas del campo, y con otros que les pasan los prisioneros franceses de las fábricas Hasag: la biblioteca será un cajón que se esconde en los lugares más inverosímiles y que, pese a los registros de las SS, nunca fue descubierta. Allí, en el campo de exterminio, clandestinamente, les llegará en agosto de 1944 la noticia más hermosa: París ha sido liberado; y sus calles sonríen a los partisanos, a los soldados de Leclerc, a los republicanos españoles que entraban en sus vehículos bautizados con nombres (Guadalajara, Ebro, Cap Serrat, Guernica) que Lise recordaba con emoción. El final de la guerra se acerca, aunque todavía morirán miles de deportados.

En abril de 1945, las tropas aliadas se aproximan a Leipzig; entre el miedo y la desorganización, las presas consiguen escapar, y Lise está entre ellas: forman una apocalíptica columna de doce mil mujeres, que caminarán con los pies ensangrentados, muriendo en las cunetas, perdiéndose por los caminos, intentando encontrar refugio en el caos del final de la guerra. Lise se refugia en Wurzen, y, tras días de espera, atraviesa con sus compañeras el río Mulde que ya está controlado por los soldados soviéticos: llevan semanas caminando por Sajonia. Inicia el regreso a París, por carreteras llenas de refugiados, a veces, entre muertos vivientes. Al fin, consiguen subir a un tren de refugiados. Tardan seis días en recorrer quinientos kilómetros; sin embargo, pese a la dureza de las condiciones, el suyo es un regreso feliz, entre canciones, acompañadas con instrumentos musicales hechos con peines y papel de fumar, entre abrazos, envueltas en la alegría de la victoria, de la derrota de la bestia nazi. Cuando llegan a la frontera francesa, la Marsellesa surge incontenible de las gargantas, entre lágrimas. Días después, llegan a París, y en la gare de l’est una orquestina de la guardia republicana toca Le Chant des partisans para los deportados que vuelven. Han sobrevivido al infierno; han vuelto para ver la victoria, para recorrer el París de la libertad.

Después, Lise London seguiría el combate político por el socialismo, en otros tiempos difíciles; y llegarían también otros momentos duros, terribles: la detención y encarcelamiento de su marido, Artur London, en Checoslovaquia. En febrero de 1953, cuando se ha celebrado el proceso Slanski, la represión stalinista cae sobre muchos militantes comunistas: Artur London es torturado, y condenado a cadena perpetua. Pasará cinco años en la cárcel; allí conseguirá escribir notas sobre su proceso que utilizará para publicar La confesión años después. En febrero de 1956, Artur London es rehabilitado. Por esas fechas, reciben una invitación de Ho Chi Minh, de visita en Praga, quien les reconforta, y, aunque no sean responsabilidad suya, el dirigente vietnamita reconoce los errores e injusticias que han cometido los dirigentes checoslovacos.

A Lise y a Artur London les costó superar la injusticia de los tiempos stalinistas, pero nunca renunciaron a su militancia comunista. Lise recordó en sus memorias (Roja primavera, y Memoria de la resistencia) los años duros, pobres, pero iluminados por la esperanza de la revolución, los días lejanos de canciones como La chanson des blés d’or, o Le temps des cerises de la Comuna, que después cantaría también la resistencia. También las memorias de Artur London sobre su experiencia en la guerra de España (Se levantaron antes del alba), nos muestran a un hombre excepcional, como lo fue ella. Lise Ricol, Lise London, siempre supo de qué lado estaba, y escribió: “En La confesión, Gérard (Artur London) había descrito las facetas más sombrías de la historia del comunismo en el siglo XX. Pero también habíamos pensado contar las otras, luminosas, que habían deslumbrado y arrastrado a nuestra generación.” Por eso escribió Lise sus memorias, su roja primavera. En ellas, puede verse que Lise London siempre estuvo “del lado de los combatientes de la libertad”.

Setenta años después del final de la guerra civil seguía emocionándose cuando recordaba cómo habían abandonado a la República española los gobiernos capitalistas europeos. Siempre llevó a España y el comunismo en el corazón: “Las Brigadas Internacionales fueron el mejor momento de mi vida”, seguía diciendo un año antes de morir. Era una de las últimas supervivientes de aquellos voluntarios de la libertad, y, aunque ahora nos haya dejado, seguiremos viéndola asomarse a un balcón en Valencia, en 1938, sonriendo al mundo y a la vida, pese a la guerra; la recordaremos en esa fotografía de la ficha de la Gestapo, seria y decidida, firme en la resistencia contra el fascismo; la imaginaremos trasladando el cajón con la biblioteca clandestina del campo de exterminio de Ravensbrück; la veremos en esa otra imagen donde descansa en el campo, entre la hierba, en Charande, en 1942, con una guirnalda de flores en el pelo y una sonrisa limpia y honesta; y la evocaremos pedaleando en su bicicleta por el París de la resistencia, joven y segura de la victoria.