Un paseo para Marcelino Camacho PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Semblanzas / Biografías
Escrito por Agustín Moreno   
Viernes, 11 de Mayo de 2018 00:00

Por fin Marcelino Camacho tendrá una calle en Madrid.  Hoy, 11 de mayo a las 17.30 horas se colocarán las placas del “Paseo Marcelino Camacho” en el madrileño barrio de Carabanchel. Su barrio, donde vivió desde que vino de Orán en 1957. Para ello ha sido necesario el acuerdo del Ayuntamiento de Madrid y superar el recurso que se había interpuesto contra los cambios en el callejero. El nuevo paseo sustituye al de Muñoz Grandes, un general fascista y preferido de Hitler.

 

 

Decía Bertold Brecht desgraciado el país que necesita héroes”. Desgraciadamente se necesitaron en el franquismo y los seguimos precisando en estos tiempos. Pero no entendidos como superpersonas, sino como referentes morales por su honestidad y por mantener encendida la llama de la esperanza. Este país es mejor gracias a personas como él.

Marcelino nació en Soria (Osma la Rasa) hace ahora 100 años en una familia ferroviaria. Tenía 18 cuando empezó la Guerra Civil y eso le marcó. Atravesando montes, pasó a zona republicana y se incorporó al ejército popular. Fue hecho prisionero por la Junta de Casado y liberado por los carceleros socialistas. Regresó a Madrid con documentación falsa hasta que fue delatado y detenido. Estuvo en campos de concentración en Tánger y huyó a Orán, donde encontró a Josefina Sámper, una mujer fuerte y valiente, tejedora de jerséis y de sueños y que será su compañera el resto de su vida.

Pudo regresar a España en 1957 y trabajó como metalúrgico en la fábrica Perkins. Comenzó a organizar las CCOO y sufrió sus primeras detenciones en 1967. A partir de ahí, fue un continuo entrar salir de la cárcel. Su proceso más sonado fue el 1001, donde le condenaron a 20 años.

Fue secretario general de CC.OO y diputado del PCE. Dejó la secretaría general del sindicato en 1987 y ocupó la presidencia hasta 1996. Supo dejar los cargos, pero no dejó nunca de tener opinión propia. Por ello, en el VI Congreso, marcado por la crisis interna sobre el modelo sindical a seguir, se suprimió la presidencia como castigo a su posición crítica. Fue un error y una injusticia a toda su trayectoria, algo que debería reconocer el sindicato.Tenía los mejores valores de la clase obrera: ese orgullo por el trabajo bien hecho, cumplir primero para poder reclamar. Su conciencia de pertenencia a una clase era muy clara, y en consecuencia, su lema era estar con la gente. Ello le hizo estar en lucha constante contra el destino programado por los vencedores, para reconstruir un movimiento obrero derrotado, perseguido y diezmado en la Guerra Civil.

Era también un indomable. Dijo no quiero y el régimen tembló. Puso en marcha, junto con otros compañeros, un movimiento sindical de defensa de los trabajadores, de la libertad sindical y la democracia que colocó contra las cuerdas al régimen. Al salir de la cárcel declaró todo un programa de intenciones: “ni nos domaron, ni doblaron, ni nos van a domesticar”.

A la vez era una persona sencilla, que se definía a sí mismo como alguien “ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco, normal”. Era austero, sencillo y cariñoso, cargado de bonhomía. Todo este relato de vida, no es banal: la capacidad de acción depende de las ideas que se tienen y ellas le habían ido conformando su carácter y compromiso.

Marcelino siempre iba a Norte. No perdía la dirección principal, la esencia de las cosas. Por ejemplo, cuando decía que “toda persona por el hecho de nacer tiene derecho a una vida digna…”. En torno a ello, estructuraba la defensa de la dignidad de las personas, de sus libertades y derechos, de su empleo, protección social y participación democrática.

Era consciente de las debilidades que se produjeron en la transición y que dieron lugar a compromisos de trastienda, con demasiadas gangas del pasado que aún subsisten en el presente, y que impiden una democracia más profunda y transparente. Por ello decía que “la democracia no había entrado en las fábricas” y que “los sindicatos eran los parientes pobres de la democracia

En el pensamiento de Marcelino hay una idea importante: el movimiento obrero existe por una condición obrera marcada por la lucha de clases. Sabía que la emancipación de los trabajadores tiene que ser fruto de su lucha, que no iban a regalarles nada, que la unidad era fundamental. Para construir un sindicalismo de nuevo tipo, la cuestión era cómo hacer compatible el movimiento y la organización, la reivindicación, la lucha y la negociación, no perder la frescura ni la legitimidad.

Marcelino Camacho y Agustín Moreno en el V Congreso Federal de CCOO.

Marcelino Camacho y Agustín Moreno en el V Congreso Federal de CCOO./ Cedida

 

Me pregunto ¿cómo vería Camacho la situación actual? Haría un análisis muy exhaustivo empezando por los temas estructurales: crisis económica mundial, su intranquilidad por la deuda externa de España. Vería con inquietud la degradación del trabajo y de los salarios, la insoportable tasa de paro, la precariedad que no cesa de crecer, el desmantelamiento de la negociación colectiva y el crecimiento de la legión de trabajadores pobres que no pueden construir un futuro autónomo. Estaría preocupado por el adelgazamiento del Estado de Bienestar y los recortes sociales que hacen que crezca la desigualdad y la pobreza. También por el saqueo de las pensiones y los recortes en el sistema nacional de ciencia. Lucharía por la igualdad entre hombres y mujeres: siempre hablaba de “compañeras y compañeros”.

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