Carlos Hernández: “El franquismo borró la memoria de los campos de concentración y la democracia no la ha recuperado” PDF Imprimir E-mail
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Escrito por David Yague   
Martes, 09 de Julio de 2019 05:16

300 campos de concentración por los que pasaron entre 700.000 y un millón de personas tras la sangría que supuso la Guerra Civil a este país. Cifras que caen como una losa ante los tópicos manoseados de que no hay que seguir escarbando en el pasado, de que ya está todo dicho sobre el pasado reciente de España. El periodista Carlos Hernández ha realizado una exhaustiva investigación de más de tres años sobre un terreno espinoso y olvidado del franquismo que abre la puerta a ahondar mucho más y lo ha relatado en uno de los éxitos de no ficción en Historia de este 2019: Los campos de concentración de Franco (Ediciones B).

Hernández, autor de obras como Los últimos españoles de Mauthausen y Deportado 4443, habla de “auténtico Holocausto ideológico” y explica que le ha resultado “más difícil escribir sobre los campos franquistas que de los del nazismo”: “Se han destruido muchos archivos y otros se han dispersado. Además, se da otra cosa que no ocurre en Europa: aquí no hay una condena total del franquismo. En muchas localidades pequeñas todavía hay miedo a hablar. Esa muralla de olvido y justificación no la encuentras en el tema de los nazis en Europa”.

Los campos de concentración franquistas, ¿fueron borrados u olvidados de nuestra memoria?

Fueron premeditadamente borrados por la dictadura; lo que resulta obvio, pues hablamos de uno de los muchos sistemas represivos del régimen. Hablamos de entre 700.000 y un millón de personas, en su mayoría hombres, pero también mujeres, contra los que no hay ni juicio, en su mayoría prisioneros de guerra y, en menor medida, presos políticos que no van ni a prisión. La dictadura intentó borrar los crímenes de un periodo difícil, el de la España de las esvásticas, donde España iba de la mano con el régimen nazi y los fascistas italianos. A partir de 1945, al régimen le incomoda esa imagen de los campos de concentración y trata de borrarlo todo, porque el mundo está viendo el horror de los campos nazis. El franquismo los borró y, hasta hoy, la democracia no los ha recuperado.

Hablas de mujeres en los campos, ¿cómo fue su situación?

Recibieron un trato incluso peor que los hombres, porque sufrieron vejaciones propias de su género. En el campo de los Almendros (Alicante) o en el de San Marcos de León, tenemos testimonios de cómo iban con hijos y tuvieron que ver cómo morían en sus brazos por falta de alimentación. Y además, hubo mujeres que sufrieron como daño colateral: esas hermanas, hijas o esposas de los concentrados, que iban a verlos, a llevar comida o ropa y fueron sometidas a violaciones, a chantajes sexuales como tenemos documentado, donde los guardianes les decían que ya sabían lo que tenían que hacer si querían que sus familiares recibieran lo que llevaban. Como en casi todas las guerras, las mujeres sufrieron más humillaciones.

Muchos de los centros que describes son, hoy en día, hoteles de lujo, colegios, iglesias… Han sufrido una descontextualización brutal…

En el preámbulo del libro cuento una doble anécdota. La primera, es la de un antiguo prisionero que va al Parador de San Marcos y realiza su pequeña venganza: le dice al director del hotel que ya estuvo alojado allí… en 1939 como prisionero. La otra es la de un turista alemán, en 2014, que al ver las placas que recuerdan el pasado como campo de concentración se sintió tan violentado que protestó ante la dirección.

Creo que sería necesario que al menos uno o dos de esos edificios se convirtieran en museos y el resto, al menos, deberían tener una placa de recuerdo. Serviría para recordar y para que la gente conozca el pasado. Me da envidia cuando voy a Francia y veo tantos museos, placas sobre judíos deportados o memoriales… Este el único país en Europa que no ha habido una política estatal. Hay colegios donde los padres recogen a sus hijos y no tienen ni idea de qué fue ese lugar. No me imagino que en Alemania, con una comisaría de la Gestapo, por ejemplo, pasara eso. Es una de las grandes asignaturas pendientes de este país: reescribir el relato de cómo sucedieron las cosas, que esté patente en la sociedad y no el que nos dejaron escrito.

En el siempre enconado debate político sobre la memoria histórica, la postura de la derecha parece clara, pero la izquierda tampoco ha logrado tantos avances con sus gobiernos…

Es de la izquierda española la culpa de que hoy sigamos hablando de esto esto: de si sigue Franco en el Valle de los Caídos, de que si la dictadura no fue tan dura… Se puede comprender que en la Transición hubo una cierta tutela y que aquellos políticos progresistas y la derecha democrática buscaran primero la libertad y tuvieran que hacer concesiones. Pero a partir de 1986, con las segunda mayoría absoluta socialista y sin la amenaza de golpe de estado, ya no. Es culpa, sobre todo, del PSOE: la ley de Zapatero tenía muy buenas ideas, pero no ponía los medios necesarios. Yo espero que los nuevos gestos de Sánchez, apoyado por Podemos, no se queden en gestos y sigamos igual. También hay parte de responsabilidad del centro y la derecha democrática: permiten que la extrema derecha justifique el franquismo y no son, por ejemplo, como la derecha alemana que es obviamente antifascista.

¿Qué aporta su mirada como periodista, frente a la del historiador?

La única diferencia es puedo ofrecer una mirada más divulgativa, más digerible de todos estos hechos. No todos, pero muchos historiadores, y es comprensible, apuestan por la vía académica. Aporto un producto más fácil de leer y no tenemos ningún tipo de complejo a la hora de citar y hacer partícipes a mucha gente: mi libro es una obra coral, he contado con decenas y decenas de ayudas de archiveros, historiadores, testigos… El historiador quizá se ciñe a sus propios descubrimientos.

¡Buenas lecturas!

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