Cercas y el gran negocio de la “memoria histórica” PDF Imprimir E-mail
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Escrito por Francisco Espinosa Mestre   
Lunes, 13 de Abril de 2015 05:34

Harto está ya uno de ciertos novelistas que recurren a la historia falseándola, desde aquel Fernando Marías que fabuló sobre un Lorca que no habría muerto hasta un Trapiello que cree que la literatura está por encima de la historia. Dice Cercas que “memoria histórica” es un oxímoron, dos palabras que juntas expresan algo difícil o imposible  de unir. Con ello, consciente o no, se apunta a ese grupo de gente, algunos muy conocidos, que nunca ha investigado la represión franquista, pero se permite opinar sobre ella.

 

La memoria constituye un recurso de la historia y hay reductos donde solo entra la primera. Al historiador documentado no lo engañará cualquier testimonio oral. Ni Antonio Pastor,  en Andalucía, que también se hizo pasar por deportado sin serlo, ni Enric Marco, en Cataluña, dieron el pego. Solo hicieron falta dos especialistas en deportación, Benito Bermejo y Sandra Checa, para que se cayera todo el tinglado. “No le va a gustar a mucha gente este libro”, dice Cercas, recordando a otro de la pandilla, Juan Eslava y su “Una historia de la guerra  civil que no va a gustar a nadie”.  Algo está claro: ni Eslava sabe de la guerra civil ni Cercas de los deportados.

Yo comprendo que investigar la deportación resulta mucho más duro que escribir una “novela de no ficción” sobre uno que se hacía pasar por deportado por apasionante que esta pueda parecer (bastará echar un vistazo al Libro Memorial para saber de qué hablo). Una cosa es la literatura y otra la historia. También debe ser más fácil soltar el rollo de Salamina  que investigar qué fue realmente del fascista Sánchez Mazas. Este ya había ofrecido testimonio de lo ocurrido en Caudillo (B. Martín Patino, 1977), pero en su relato no hay rastro alguno de que un soldado republicano le salvara la vida.[1] Luego David Trueba convirtió la novela en una película y recurrió, no sin caer en cierto esperpento, al “Suspiros de España” que tanto sonó en Caudillo con otro sentido muy diferente. ¡Ya el colmo es que el soldado cantaó sea el que perdona la vida a Sánchez Mazas.

La impostura de Marco no equivale al fracaso de una sociedad. España está llena de Marcos pero diré por qué. La transición permitió a cada uno elaborar su propio pasado. Fue así como mucho asesino se presentó con las manos limpias, como si no hubiera roto un plato en su vida, y muchos héroes de papel se hicieron pasar por lo que nunca habían sido, como si la resistencia al franquismo estuviera representada por ellos. Otros, los verdaderos héroes, conscientes de la farsa, callaron en su mayoría. Como no se permitió la historia, cada uno hizo lo que le dio la gana. En otros países un Marco hubiera sido descubierto de inmediato. ¿Imagina Cercas lo que hubiera ocurrido si cuando Martín Villa estaba al frente de Gobernación (1977)  hubiera ordenado que se conservaran los archivos de Falange y que todo pasase al Archivo Histórico Nacional? Ahí debía estar el expediente de Marco. ¿Qué hizo Martín Villa? Seguro que lo sabrá Cercas: ordenó la destrucción de cientos de miles de documentos y expedientes. Todos los llamados Archivos del Movimiento fueron destruidos provincia por provincia. ¿No se da cuenta Cercas que Bermejo y Checa han tenido que viajar a Alemania y Francia para descubrir que gente como Marco o Pastor eran unos falsarios?  ¿A qué cree que se debe que diez mil documentos entre 1936 y 1968 no hayan sido desclasificados aún? Como vemos, la destrucción de los archivos de Falange y la ocultación de documentos clave, según Cercas, se debe a la sociedad. Debe hablar con los historiadores, que le contarán hechos que explican buena parte de lo ocurrido. Por lo pronto ya no será posible jamás filmar en España una película como “La historia de los otros”.

En el disparate raya la afirmación de Cercas en el sentido de que no se afrontó el pasado en los años 90 “porque se creó la industria de la memoria”. E insiste: “Se sustituyó lo objetivo por lo subjetivo. El problema es que se convirtió en un negocio”. Matiza más Cercas: “… no necesitábamos una ley de memoria histórica sino que el Estado se ocupara de cumplir con su obligación”.  Pero, ¿Cercas sabe de qué habla? Es que parece ignorar que fue el Estado precisamente el que impidió toda actuación en este campo,  obligando ante su pasividad a moverse a la gente por sí misma. Cercas acude al pasado para explicar el presente, otra cosa es que sus libros tengan algo que ver con la historia.  Para Cercas Marco representa la capacidad de impostura, no sabemos si de la sociedad española o del género humano.

Cercas nos lleva a otro terreno. Marco -¡vaya la comparación!– es “El Maradona o el Picasso de los impostores”. Luego, confiesa que antes de escribir,  dijo: “¡Dios mío, hazme digno de ese tío!”. No tendrán los dioses otra cosa mejor que hacer. Y las plegarias del autor fueron atendidas. Pues menuda evolución. En la de Salamina le ayuda Vargas Llosa y en esta le ayuda Dios. Sea quien sea, siempre El País detrás. Como bien saben Trapiello, Molina y Gracia entre otros, aquí en España, con El País de tu lado, tienes parte del trabajo hecho.  Al fin y al cabo El País,  es más fiable que Dios (al menos mientras dure; El País me refiero).

Para Cercas –vuelve con el tema– la expresión “memoria histórica” es “desafortunadísima”, y matiza, que es como decir “matrimonio feliz”. Estaba inspirado Cercas. No tiene duda alguna: “La historia es colectiva y la memoria personal”. Como es normal hay reductos donde solo se accede por la memoria, que no todo viene en los papeles, pero él lo ignora o le da igual. O las dos cosas a la vez. La obsesión de Cercas es que “la memoria se convirtió en un negocio” y España perdió “su última oportunidad” para que el Estado, con el dinero de todos, resarciera por completo a las víctimas. Según Cercas “los españoles éramos unos impostores de tomo y lomo. Esa ley no ha servido para nada salvo para réditos políticos”. De este caos solo nos librará, cómo no, la literatura, y la “buena historia”. O sea él y los historiadores que le gusten. Otro Trapiello. En sus contactos con Marco Cercas captó, según dice, que este era mucho mejor que los verdaderos deportados; todo el mundo se lo creía. Todo el mundo menos cuando se entraba en detalles. Entonces empezaban los problemas. Tuve oportunidad de coincidir con Antonio Pastor en un programa de Canal Sur y nunca salió del tópico. No obstante, para su desgracia, aunque se negara a aceptarlo, también fue descubierto por Bermejo y Checa. Pero la muerte de Pastor fue poco después del descubrimiento de la farsa e hizo que el asunto pasara pronto.

Cercas cree que escribe novela sin ficción: crónica, historia, biografía y autobiografía. A esto llama novela sin ficción.[2]  ¡Menudo gazpacho! Lo de Cercas se describe por lo negativo: no es simple crónica porque pretende ir más allá, no es historia porque no hay investigación de base alguna, tampoco hay biografía porque el autor tampoco ha investigado con ese fin y, finalmente, no es autobiografía porque no hay voluntad de tal cosa por parte del protagonista. Y añado yo: tampoco es novela. De serlo su autor se mostraría más humilde. Él quiere ser nada menos que Cervantes. El XIX se le queda corto. En todo caso sería una mezcla de Cervantes (libertad y pluralidad) y Flaubert (rigor geométrico). Vaya siempre la humildad por delante. Un periodista o un historiador no pueden recurrir a las conjeturas; un “novelista de no ficción sí”. Te puedes inventar lo que te dé la gana y no tienes ni que avisar. Sin duda, Marco es un personaje interesante pero, ¿no hubiera sido mejor hacer sobre él una simple biografía? ¿Se le queda corta a Cercas? ¿Acaso merece la pena perder el tiempo en una vulgar biografía? El problema es que una biografía lleva mucho trabajo. Donde pongas el invento ese de “la novela de no ficción” quita lo demás. Las novelas de Galdós eran magníficas, recurrió a situaciones y personajes reales, pero no dejaban de ser novelas. Pero era tan bueno que, cualquiera que conozca la historia del XIX, sabe que, aunque sus libros no sean de historia, constituyen una buena guía. ¿Acaso será menos por ser un “simple” novelista? Es posible que los protagonistas de “Las novelas de Torquemada” o el de “Miau” solo habitaran en la mente de Galdós. Da igual, sus novelas reflejan a la perfección el momento histórico que quería revelar. Pero mira por dónde Cercas lo supera.

Para Cercas “los testigos son fundamentales pero es un error creer que tienen la verdad absoluta. Un testigo es solo un testigo; sacralizarlo en un grave error”. De aquí extrae que todo fue una impostura, que luego la gente se inventó el pasado. El pasado era tan desagradable que nos inventamos otro. Si en la transición hubiéramos mirado el pasado con valentía… Para Cercas la memoria histórica se convirtió en una industria. No proporcionaba beneficios económicos sino morales, políticos y artísticos. El ejemplo de esto por lo visto es Marco. Necesitábamos que con el dinero de todos se asumiesen los gastos de sacar a todos los de las cunetas. Entonces, según Cercas, convertimos esto en una industria, en un negocio. Es decir que, más que los de la transición, los que fallamos fuimos nosotros. Culpar a la transición “me parece de un infantilismo bochornoso”. La transición fue una chapuza impresentable pero la prefiere “un millón de veces” a la otra chapuza, la de nuestros abuelos, que provocó una guerra de 500.000 muertos. Que solo fuera parte de los abuelos la que decidió a eliminar a la otra le da igual. Cercas volverá a Cervantes, a la “novela como género”. Marco viene a ser un Alonso Quijano. O sea que Marco es don Quijote y Cercas Cervantes con un toque de Flaubert. ¿Alguien da más? ¿Se pueden decir más barbaridades juntas?

Las teorías de Cercas, la defensa cerrada de la transición y el desprecio por la República lo incluyen de lleno dentro del grupo de la “tercera España”. Culpar “a los abuelos” de lo que fue un brutal golpe militar que acabó en guerra civil es propio de esta vía. Hacer pasar a las víctimas por culpables también. Es lo que hizo siempre el fascismo español y ahora los de la “tercera España”. Y si para eso hay que ocultar parte de la realidad, pues se oculta: en su biografía sobre Ridruejo Gracia se olvidó de contarnos la primera etapa, la fascista; otro ejemplo: cuando Trapiello habla de Chaves Nogales tiene buen cuidado de no mencionar a los periodistas que, militancia aparte, cumplieron su deber hasta el final por más que Madrid fuera una ciudad sitiada durante más de dos años, con lo que esto supone. Un factor común a esta gente (Cercas, Trapiello, Gracia, Molina…) es su odio a la “memoria histórica”. Cercas debe pensar que va camino del Nobel. Aunque quién sabe, hay tanta competencia: Muñoz, Trapiello, Eslava…

¿Para quién fue un negocio la transición? ¿Quién sacó beneficios morales, políticos y artísticos? Por lo pronto Cercas vendió, según quienes saben de estas cosas, más de un millón de ejemplares con Soldados de Salamina. Esto sí que es un gran negocio. Cervantes, Flaubert, Galdós, todos los de la “memoria histórica” y mucha gente que me ahorro de nombrar, lo envidiarían.  Que pregunte a Benito Bermejo y a Sandra Checa cuánto sacaron de su Memorial. ¿Qué hubiera sido de la novela sin Vargas Llosa y su artículo dominguero? Por otra parte no me deja de llamar la atención que la explicación en torno a que la “memoria histórica se convirtió en un negocio” nunca quedó clara en las entrevistas. Solo en Babelia, aunque el titular destaque que “la “memoria histórica” se ha vuelto una industria”, se lee luego que aunque “se convirtió en una industria, no proporcionaba beneficios económicos sino morales y políticos y artísticos también”. Un día antes, en El Diario, la cosa había quedado en que la “memoria histórica” se convirtió en un negocio. Y el ABC volvió a repetir lo mismo. Mi impresión es que, efectivamente, la “memoria histórica” para algunos fue un negocio. Sobre todo para ese grupo de “novelistas” que encontraron un filón que no imaginaban. Lo de los beneficios morales, políticos y artísticos nos lo debería explicar Cercas. La “memoria histórica” provocó un rechazo en el poder, en su acepción más amplia, del que Cercas debería enterarse. Lo que pasa es que si se enterara también cambiaría su opinión sobre el pasado reciente y tampoco hay que pedirle tanto a ver si se da cuenta de que ni es cronista, novelista, historiador, biógrafo y tantas otras cosas.[3] Finalmente una breve alusión a esa obsesión de Cercas por personajes falsarios, como Marco, o fascistas vocacionales como Sánchez Mazas. Este pertenece a la España más negra y carece de sentido alguno que un soldado republicano le salve la vida en aquel momento. Solo hubiera faltado que pusiera fin a la novela con la “Oración de Falange”, creada por Sánchez Mazas.[4]

 

Francisco Espinosa es historiador

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[1] EL testimonio de Sánchez Mazas que se recoge en “Caudillo” dice: “El día 30 de (..) me fusilaron con otros treinta compañeros. Sonaron las dos primeras ráfagas. Ni una bala me había tocado. Di un salto. Trepé por un camino descubierto. Caí en una hoya donde había un manantial. Me quedé quieto. Por un momento desistieron de la persecución. Oí los tiros de gracia. Poco después ordenaba el director de la prisión la batida del monte. Caía una lluvia torrencial y me fui guiando por los gusanos de luz para elegir alguna dirección. Durante tres días caminé por los bosques, mendigaba en sus masías. El día 8, por primera vez, volví a dar aquel “¡Arriba España!” que a mí me tocó crear para la Falange antigua o para la España futura. Allí me restituyo el servicio de España, de su caudillo victorioso, a la Hermandad de la Santa Falange”.

[2] Esto debe estar de moda. Hace poco (marzo 2015) escuché a Sánchez Dragó decir que la novela que ha escrito sobre Roldán, el ex director de la Guardia Civil que puso el PSOE, es una “novela de no ficción”. Desde luego el título es para enmarcarlo y muestra bien el nivel del autor: “La canción de Roldán. Crimen y castigo”.

[3] Las entrevistas consultadas son “El escritor Javier Cercas”, de Paula Corroto (El Diario, 13/11/14), “Entrevista con Javier Cercas”, Inés Martín Rodríguez (ABC, 14/11/14) y “Javier Cercas: la memoria histórica se ha vuelto una industria”, de Guillermo Altares (El País, Babelia, (15/11/14)./

[4] Como en el caso de Trapiello la cosa viene de atrás. En 1984 El País inicia una sección titulada “Volver a leer”. Veamos lo que dijo Cercas: “… por entonces se puso de moda entre los escritores españoles vindicar a los escritores falangistas. La cosa en realidad venía de antes, de cuando a mediados de los ochenta ciertas editoriales tan exquisitas como influyentes publicaron algún volumen de algún exquisito falangista olvidado, pero para cuando yo empecé a interesarme por Sánchez Mazas, en determinados círculos literarios ya se vindicaba a los buenos escritores falangistas, sino también a los del montón e incluso a los malos. Algunos ingenuos, como guardianes de la ortodoxia de izquierdas, y también algunos necios, denunciaron que vindicar a un escritor falangista era vindicar (o preparar el terreno para vindicar) el falangismo. La verdad era exactamente la contraria: vindicar a un escritor falangista era solo vindicar a un escritor; o más exactamente: era vindicarse a sí mismo como escritores vindicando a un buen escritor” (ver Becerra Mayor David, La guerra civil como moda literaria, Clave Intelectual, Madrid, 2015, pp. 218-219). Estamos ante lo que David Becerra ha llamado en esas mismas páginas “la redención fascista por la estética”. Sobre este asunto ver más en Espinosa Maestre F., “Literatura e historia. En torno a Manuel Chaves y la Tercera España”, en rev. Pasajes, Universidad de Valencia, nº 44, pp. 136-161.

 

En la imagen superior, Francisco Espinosa

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Fuente: publico.es