Argentina: Los años de plomo Imprimir
Nuestra Memoria - Nuestra memoria /Libros
Escrito por Amadeo Martínez Inglés / UCR   
Jueves, 03 de Julio de 2014 00:00

Nuevo libro de Amadeo Martínez Inglés

         El 24 de Marzo de 1976, una gigantesca ola de represión, odio, dolor y muerte, se abatió incontenible sobre la inmensa geografía de uno de los países más bellos y ricos de la Tierra. El Ejército argentino, creyéndose legitimado para actuar tras una confusa orden de la débil presidenta constitucional Mª Estela Martínez de Perón, dio un paso al frente ocupando todos los órganos de poder y centros institucionales de la nación e instaurando en el país la más férrea dictadura que haya conocido América en la Historia Moderna.

 

          Durante más de seis años, hasta finales de 1982, la bella República del Plata quedó convertida en un inmenso cuartel, en un multitudinario campo de concentración, en un terrorífico “Campo de Mayo” castrense, donde unos pocos de sus ciudadanos, los que lucían uniforme militar, los que poseían las armas, los que se creían portadores en exclusiva del sagrado deber de defenderla a toda costa, se dedicaron a la “patriótica” misión de salvarla por el abominable procedimiento de asesinar, de torturar, de secuestrar, de hacer desaparecer a miles y miles de conciudadanos que no pensaban como ellos, que no veían a su patria como ellos, que no tenían las mismas ideas que ellos y que, por el contrario, aspiraban a cambiar el modelo de sociedad que ellos se afanaban en proteger.

          A lo largo de esos seis “años de plomo”, de sangre, sudor y lágrimas, Argentina vivió en el terror desatado por su propio Ejército, por sus propios hijos, por aquellos que desde décadas atrás se habían creído siempre los elegidos de la patria, la elite social de la nación más rica y culta de América Latina, los supremos garantes de su seguridad e independencia.

          El genocidio, sin parangón en la América del siglo XX, se cometió en silencio, sin alharacas, sin ruido, sin que la sociedad argentina pudiera llegar a vislumbrar (hasta muchos años después) la magnitud de la tragedia; y todo ello con arreglo a los más radicales parámetros del actuar castrense en tiempo de guerra.

          De una guerra cruel, despiadada, nunca declarada, llevada a cabo con furia y vesania indescriptibles contra miles y miles de compatriotas, algunos de ellos armados, es cierto, pero también contra mujeres indefensas, ancianos decrépitos, adolescentes inmaduros, niños arrebatados a sus propios padres y, en el colmo del paroxismo, contra nonatos acogidos todavía en el vientre materno...

          La historia terrible de la dictadura militar argentina de los años 1976-1982 jamás ha sido contada en su conjunto. Posiblemente nunca pueda hacerse. Fue todo tan dramático, tan aberrante, tan difícil de entender por mentes serenas y capaces y tan imposible de explicar por parte de los que diseñaron o ejecutaron sus principales acciones, que sólo una pequeña parte, y eso con múltiples imprecisiones y lagunas, ha trascendido hasta la fecha a la opinión pública.

          Afortunadamente, a partir del año 1998, casi cinco lustros después de que sucedieran tan delirantes episodios y a raíz de las actuaciones de un juez español contra el ex dictador chileno Augusto Pinochet, detenido en Londres, nuevos testimonios y nuevas denuncias sobre lo que ocurrió en los años de plomo de la dictadura argentina han ido saliendo a la superficie del negro mar de silencio impuesto por determinados poderes públicos, no sólo de aquél país sino de otros como España que, teniendo conocimiento en su día (vía servicios de información) de las demenciales andanzas del presidente/comandante Videla y de su entorno del horror, callaron culpablemente.

          Es bueno que así sea, y muy necesario, para que una situación como la vivida por el sufrido pueblo argentino en las postrimerías de la década de los setenta sea conocida en toda su estremecedora dimensión y jamás pueda volver a repetirse. Ni en América ni en ninguna otra parte del mundo. Y también, como no, para que algún día (siempre hay tiempo para la justicia) puedan ser llevados ante los tribunales internacionales todos los implicados en semejante barbarie.

          Dando por sentado, por obvio, que éstos no van a propiciar con sus manifestaciones o escritos el esclarecimiento de cuanto ocurrió bajo su dictatorial mandato (visto además todo lo acontecido en la vecina Chile), sólo nos queda a los que de una forma u otra hemos conseguido amplios conocimientos sobre tan desgraciado tema (en mi caso a través de confidencias y confesiones reservadas de un numeroso colectivo de miembros de las Fuerzas Armadas argentinas) cumplir con nuestra obligación moral como seres humanos y ponerlos, por fin, a disposición del gran público. Yo, personalmente, ya lo intenté hace mucho tiempo pero la pesada losa de la disciplina castrense española me lo impidió repetidas veces poniendo en peligro no sólo mi carrera profesional sino incluso mi futuro personal.

          Sí, yo soy un militar español que tuvo la suerte o la desgracia de conocer, a lo largo del año 1981, lo que nunca hubiera deseado conocer. Por condicionamientos de mi carrera y porque así lo decidieron mis superiores me encontré de pronto en un mal sitio en el peor momento: la doliente Argentina de la dictadura militar que, en esos momentos, llevaba sobre sus castigadas espaldas más de cinco años de represión y odio. Y tuve oportunidad de enterarme, en los diez meses que permanecí en la Escuela de Guerra de su Ejército de Tierra conviviendo con más de un centenar de jefes y oficiales tanto locales como de otros países americanos, de hechos deleznables, de aberrantes “operativos militares”, de acciones ilegales continuadas y sistemáticas desarrolladas contra el pueblo argentino y otros ciudadanos extranjeros por parte de las Fuerzas Armadas de ese país. Que sin duda debían situarse entonces, y todavía con más rotundidad en el presente, en el oscuro entramado de los delitos de genocidio premeditado y crímenes de lesa humanidad.

          De todo ello, y apoyado en mis profundas convicciones democráticas, di puntual cuenta al entonces Agregado Militar español en Buenos Aires, teniente coronel Frías O´Valle, para que con toda urgencia trasladara la información al Ejército y al Gobierno español y este último, como representante de un Estado democrático y de derecho, reaccionara con toda firmeza en el ámbito internacional.

          Las informaciones reservadas se transmitieron periódicamente a Madrid a lo largo de todo el año 1981. Pero las reacciones políticas o castrenses en la España de la transición y de la democracia recién adquirida fueron nulas. Nada trascendió a la prensa ni a la opinión pública española, el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo siguió tratando con suma exquisitez diplomática a la Junta Militar que gobernaba Argentina con mano de hierro y los oficiales del Ejército español siguieron llegando a las sedes operativas y de instrucción de las FAS argentinas con el fin de adquirir conocimientos; no de estado Mayor, no de Estrategia o Táctica castrenses como era mi caso sino de Inteligencia Militar, de contrainsurgencia, de contraguerrilla urbana, de antiterrorismo, de guerra sucia en una palabra...

          Decenas de militares españoles aprendieron en Buenos Aires, en los años de plomo de la represión contra el pueblo argentino, en centros como la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), Campo de Mayo, Escuelas de Inteligencia de las tres ramas de las FAS argentinas ..etc, etc , lo que jamás debieron haber aprendido: a matar a ciudadanos indefensos de su propio país sin dejar huella, sin respetar los más elementales principios del Estado de derecho, haciendo caso omiso de toda clase de Acuerdos o Convenios Internacionales. Aprendieron también, con todo detalle, los recónditos entresijos, los minuciosos operativos, los irracionales planteamientos, las escalofriantes “condiciones de ejecución” de una guerra sucia contra una parte muy importante de la sociedad argentina que llevó a la muerte, a la tortura y a la desaparición física a casi 30.000 de sus ciudadanos (jóvenes progresistas, idealistas radicales, marxistas convencidos, socialistas demócratas, nostálgicos del Mayo del 68 francés...) y sumió al país en la bancarrota económica y en la miseria moral.

          Tras unos pocos meses de permanencia en ese mal lugar (el Buenos Aires de 1981 con el 600% de inflación y una ciudadanía entristecida) y no deseando estar por más tiempo en el aberrante escenario de una dictadura salvaje, intenté abandonar el curso, regresar a España y olvidar. No me dejaron mis jefes. Debía seguir estudiando Estrategia Militar y Organización castrense y, sobre todo, debía seguir informando de cuanto llegara a mí relativo a la tremenda represión desatada en Argentina a partir de 1976. Aunque ellos, mis jefes y sus superiores los políticos, siguieran callando y mirando para otro lado.

          Y así lo hice, no me quedó más remedio. Durante semanas y semanas a lo largo de interminables horas de la madrugada continúe charlando con el Agregado Militar del Ejército de Tierra español y seguí pasándole reservadísimas notas informativas que él, agradecido, se afanaba en enviar a Madrid a través de la valija diplomática y telefonemas cifrados.

          Pregunté mucho a mis compañeros del curso superior de la Escuela de Guerra “Teniente General Luis María Campos” del Ejército argentino. Me seguí enterando de cosas terribles, cada vez con más detalle, con más precisión, recibiendo incluso personales e inéditas justificaciones sobre el criminal actuar de una Institución armada que durante dos largos años pareció volverse loca, convirtiéndose casi sin saberlo en verdugo de su propio pueblo. Así hasta el 29 de Noviembre de 1981, día en el que con un nuevo título de Estado Mayor en el bolsillo y bastante indignación en el alma regresé a Madrid.

          Dos días después, el 1º de Diciembre de 1981, presenté un exhaustivo Informe confidencial en la División de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército de Tierra español, sito en el palacio de Buenavista de la capital de España. En un voluminoso y estremecedor Anexo dedicado a la guerra sucia argentina, pormenoricé con todo detalle las múltiples informaciones y confidencias llegadas a mí a lo largo de los diez meses en los que permanecí en las filas del Ejército de la República hermana del Cono Sur americano. También hice referencia en ese Anexo a algunas filtraciones sobre proyectos secretos y posibles aventuras geopolíticas a emprender en el corto plazo por parte de los generales de la dictadura militar argentina.

          Jamás volví a saber nada de ese Anexo reservado a pesar de que me interesé por él en repetidas ocasiones. Ni tampoco de lo tratado en la reunión de trabajo a la que asistí en las dependencias de la propia División de Inteligencia y a la que acudió una nutrida representación de los “espías” de la casa para conocer, a través de mi palabra, la escandalosa información vertida en los confidencialísimos papeles que yo acababa de entregar. El fatídico Anexo parecía haberse perdido para siempre en los entresijos secretos de los Servicios de Inteligencia del Ejército español o más bien (y de eso sí que tuve alguna referencia posterior absolutamente fiable) en los del CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), de donde debió pasar a los despachos del Gobierno de la nación (aunque esto es ya más que discutible dada la constante deslealtad de este servicio para con sus superiores políticos) y a otras altas instancias del Estado español.

          Todas estas instituciones han permanecido calladas durante muchos años y sorprendentemente a partir de 1998, cuando de nuevo salta a la opinión pública internacional la barbarie desatada por las FAS argentinas en los años 1976-1982 y la justicia española intenta actuar contra los máximos responsables de las mismas, han adoptado una postura de cómoda neutralidad proclamando solemnemente que el asunto desborda por completo las competencias de los magistrados españoles y lamentándose, cínicamente, de la falta de operatividad del Tribunal Penal Internacional. Como si el genocidio, el secuestro de niños, las violaciones sistemáticas, las torturas masivas y el sufrimiento de todo un pueblo, fueran asuntos menores destapados de forma extemporánea por un polémico juez sediento de protagonismo.

          Sin embargo, y volviendo al reciente pasado político español, ¡qué casualidad! Muy poco tiempo después de que oficiales españoles aprendieran, con total aprovechamiento eso sí, las tácticas y técnicas de la guerra sucia argentina, España también conoció la suya en relación con la organización terrorista ETA. Los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), nacidos en 1983 en el seno del CESID, Policía Nacional y Guardia Civil (de esto no queda ya ninguna duda a estas alturas) arremetieron contra los radicales vascos, que sembraban de terror las calles y plazas españolas, utilizando los mismos procedimientos, sucios e ilegales, que los puestos en marcha por los militares argentinos a partir del mes de Marzo de 1976. Aunque, todo hay que decirlo, con menos efectividad operativa y de una forma mucho más chapucera.

          Ya en Julio de 1979 el CESID, en un Informe confidencial sobre estrategia antiterrorista dirigido al Gobierno del entonces presidente Adolfo Suárez, había propuesto sin ningún rubor iniciar acciones ilegales contra ETA en el sur de Francia. Que fueron desestimadas por un Ejecutivo que ya tenía bastante con aguantar el esporádico actuar de bandas justicieras paramilitares (Triple A, Antiterrorismo ETA, Batallón vasco-español...) formadas también por exaltados militares y policías. Sin embargo, en 1983, el Gobierno de Felipe González no sólo no supo decir “no” a las presiones del Ejército y los Cuerpos de Seguridad del Estado que ansiaban poner en práctica métodos más expeditivos que los empleados hasta entonces en la lucha contra el movimiento de liberación vasco, sino que tomando como suya la idea organizó desde la propia cúpula del Ministerio del Interior la represión ilegal contra el terrorismo etarra.

          De todo esto, del Informe reservado que sobre la guerra sucia argentina elevé al alto mando del Ejército español en Diciembre de 1981 (en el que me voy a basar continuamente para redactar lo más importante del presente libro), de la inmensa tragedia vivida por el pueblo argentino entre los años 1976 y 1982, de los sueños de poder de los máximos jerarcas de la dictadura nacida en Buenos Aires en Marzo de 1976 que aspiraban a conseguir la bomba atómica en el corto plazo para ejercer el liderazgo de todo el subcontinente austral americano, de cómo se gestó la guerra de Las Malvinas (una guerra anunciada desde meses atrás), y también, como no, de la guerra sucia española de los GAL... voy a hablar en las páginas que siguen. Sin miedos ni tabúes de ningún tipo, contando la verdad, toda la verdad o, por lo menos, la verdad que ha llegado a mí desde que en aquél fatídico año de 1981 empecé a conocer lo que nunca debió suceder en mi querida y admirada segunda patria argentina. Y que todavía hoy, comenzada ya la segunda década del siglo XXI, continúa llenando de amargura todo mi ser.  

 

Editorial: Agapea