La gran farsa de la Transición pacífica Imprimir
Nuestra Memoria - La Transición
Escrito por Carlos Prieto   
Martes, 24 de Mayo de 2016 00:00

Entrevista a Xavier Casals

El historiador analiza en un libro la influencia de la violencia política entre 1975 y 1982 y aporta una visión contrapuesta a la idílica que se ha estado difundiendo

De entre todos los lugares comunes benevolentes sobre el proceso político que llevó a España de la dictadura a la democracia, el de la ‘Transición pacífica’ es uno de los más recurrentes. Pero, ay, las cifras desmienten esta imagen plácida: según la historiadora francesa Sophie Baby, entre 1975 y 1982 se produjeron en España 3.200 acciones violentas y 700 víctimas mortales, 530 de ellas causadas por el terrorismo, con 361 asesinados por ETA, y el resto a manos del GRAPO, la extrema derecha, la guerra sucia y la represión.

 

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Según Mariano Sánchez Soler, autor del libro ‘La Transición sangrienta’ (Península, 2010), 188 de los asesinados, los menos investigados, forman parte de la violencia política de origen institucional. Dado que las transiciones griega y portuguesa se saldaron con menos de 30 asesinatos en esa misma época, algunos historiadores no han dudado en calificar la Transición española como “la más sangrienta de Europa”, al margen de la rumana.

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De calibrar la influencia de la violencia política en la Transición se ocupa el historiador Xavier Casals (Barcelona, 1963) en un ensayo que se publica hoy y que puede convertirse en referencia sobre la materia: ‘La Transición española. El voto ignorado de las armas’ (Pasado & Presente). “La evolución política española entre 1973 y 1982 no puede comprenderse sin tener en cuenta que junto al voto de las urnas existió otro igualmente decisorio: el voto de las armas… La violencia política no fue un elemento accidental en el desarrollo de la Transición, sino consubstancial al mismo”, escribe Casals, que habla de “un partido armado decisivo” que marcó el rumbo del proceso.

PREGUNTA. Uno de los grandes mantras sobre la Transición, no sé si calificar de propagandístico, es que se trató de un proceso político pacífico. ¿Lo fue?
RESPUESTA. Lo que intento demostrar en el libro es que la Transición no fue tan pacífica. Tuvo un grado considerable de violencia, notable en comparación con las transiciones portuguesa y griega, pero es un aspecto que ha quedado ensombrecido en un sentido: en las crónicas sobre la Transición la violencia aparece como un obstáculo a la democratización, pero no queda claro que influya en ese proceso, y yo creo que sí lo hizo.
P. ¿Hasta qué punto influyó?
R. En términos globales, exceptuando a ETA en el País Vasco, tuvo un efecto paradójico: la violencia estabilizó la situación cuando lo que pretendía era desestabilizarla. El caso más claro es la masacre contra los abogados de Atocha, un atentado de extrema derecha contra comunistas cuyo desenlace -fuera de todo cálculo de sus ejecutores- favorece la legalización del Partido Comunista. Otro ejemplo: los hechos de Montejurra conducen a la liquidación del carlismo como alternativa política y dinástica.
La violencia tuvo un efecto paradójico: estabilizó la situación política cuando lo que pretendía era desestabilizarla
P. Al margen de la violencia reivindicada y publicitada de los grupos terroristas organizados de extrema izquierda, como ETA y el GRAPO, estaban las acciones más difusas y menos visibles de diversos grupúsculos de extrema derecha. Según la historiadora Sophie Baby, a la que citas en tu libro, Madrid fue el epicentro de la violencia de la ultraderecha, que protagonizó el 48% de las acciones de violencia política en la ciudad entre 1975 y 1982. Dice la historiadora que la extrema derecha “se benefició de una gran impunidad’. ¿Impunidad amparada por quién y con qué objetivos?
R. A finales del franquismo, se crean pasarelas entre ámbitos de los cuerpos de seguridad del Estado y la extrema derecha, vinculadas a la creación de servicios de información y operativos policiales para luchar contra la oposición. Estos vínculos se mantuvieron llegada la democracia. A partir de ahí, en determinados casos, parece que existe una instrumentalización de ciertas acciones violentas. Llama mucho la atención que la violencia política de la extrema derecha no tenga una organización o unas siglas que la vertebre.
P. En el libro, tratas de reconstruir la elaboración del 23-F, algo complejo, debido a la diversidad de actores en juego. ¿En qué momento se junta el golpe de Tejero con la operación Armada?
R. Lo que teníamos era una serie de dinámicas golpistas, y, sobre todo y ampliando el marco, una dinámica de complots para derribar a Suárez: hay conspiraciones dentro y fuera de su partido (UCD), complots militares y finalmente la operación Armada, que pretendía convertir al general en presidente de un Gobierno de unidad nacional apoyado por distintos partidos. Era una operación política que tenía que caber dentro de la Constitución, pero la posibilidad se frustra tras la dimisión de Adolfo Suárez y su sustitución por Calvo-Sotelo; entonces se dibuja otra vía de acceso al poder de Armada: que un acontecimiento, un hecho detonante, justifique el acceso de un militar a la presidencia. El acontecimiento es el asalto de Tejero al Congreso.
Pero, claro: no todas las redes golpistas tenían los mismos objetivos. El de Armada era un Gobierno de unidad, en el que aparentemente tendrían cabida socialistas y comunistas; mientras que el de Tejero era más bien una junta militar. El 23-F estallan esas contradicciones y se frustra el golpe. Y vuelvo a la tesis del libro sobre el paradójico efecto estabilizador de la violencia en la Transición: el fracaso del 23-F enterró el golpismo militar en España.
P. Resulta curioso que las estrategias de los golpistas estallaran el día del golpe, dado que Armada, Tejero y Milans del Bosch se reunieron varias veces para prepararlo. ¿Ocultó Armada a Tejero sus verdaderas intenciones? ¿Cuál es la raíz del malentendido?
R. Parece que Armada se presentaba ante Tejero y Milans como hombre que actuaba a las órdenes del Rey. El 23-F, cuando Armada trata de desplazarse a Zarzuela y no puede -la famosa frase del “ni está ni se le espera”-, se produce un vacío. Tejero ha ocupado el Congreso y Milans ha sacado los tanques a la calle en Valencia, pero el que debía liderar la operación -Armada- no está… Son horas de confusión e indecisión -recordemos que el mensaje televisado del Rey se emite muy tardíamente…
“Lo llamativo del 23-F es que una parte del sector político estuvo dispuesto a apoyar un Gobierno de coalición presidido por un militar”
En ese contexto, Armada se ofrece a presidir un Gobierno de concentración nacional y se dirige al Congreso. En principio, Armada le enseña a Tejero un papel con un hipotético Gabinete donde hay ministros socialistas y comunistas, y Tejero le dice que él no ha tomado el Congreso para propiciar un Gobierno opuesto a lo que él pretende. El golpe pierde entonces fuerza y el discurso del Rey le da la puntilla al eliminar toda ‘ambigüedad’: si hay golpe, tendrá que ser contra el Rey. Lo llamativo es que una parte importante del sector político estuvo dispuesta a apoyar un Gobierno de coalición presidido por un militar, Alfonso Armada, que de haber prosperado quizás hubiera llevado a la democracia por caminos distintos a los que conocimos.
P. Una duda sobre los flirteos del Rey y algunos políticos con Armada para derribar a Suárez: dado que Armada era un golpista en potencia, haberle dado carrete, ¿en qué posición coloca al Rey y a los políticos? ¿Pecaron de ingenuidad o de irresponsabilidad?
“El Rey quería que Suárez se fuera, porque temía que su desgaste contagiara a la monarquía”
R. Hacia finales de los setenta se instauró la idea de que hacía falta un Gobierno de unidad nacional; se instauró en Madrid, porque ni los nacionalistas vascos ni los catalanes participaron de este juego. La figura de Armada era la que suscitaba más apoyos en ámbitos suaristas, fraguistas y socialistas. Este clima de opinión caló en las élites de la capital. Un cierto consenso. Todo ello dentro de la Constitución y recurriendo a vías como la moción de censura a Suárez. ¿Hasta qué punto Armada hablaba en su nombre o en el nombre del Rey? Esto es lo que lo hace todo confuso.
Hay un hecho incontrovertible: el Rey quería que Suárez se fuera, porque temía que su desgaste contagiara a la monarquía. Ahí se produce la extraña dimisión de Suárez, que yo barajo como un paso hacia atrás para coger impulso: su intención podría ser neutralizar la solución Armada, ser sustituido temporalmente por Calvo-Sotelo y preparar su retorno como líder reforzado de la UCD.

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Fuente: elconfidencial.com