80 años del Frente Popular: lecciones para la España de hoy PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - La Segunda República
Escrito por Julián Casanova   
Jueves, 18 de Febrero de 2016 00:00

casanova_4Los españoles no volverían a tener unas elecciones democráticas hasta junio de 1977

Se cumplió ayer martes 80 años de las elecciones en las que triunfó la coalición del Frente Popular, las últimas de la Segunda República antes del golpe de Estado que abrió paso a la Guerra Civil, las segundas en las que votaban las mujeres en la historia de España. Los españoles no volverían a tener unas elecciones democráticas hasta junio de 1977, 41 años después.

 

El 7 de enero de 1936, ante la profunda crisis gubernamental de la coalición entre la CEDA y el Partido Radical, Niceto Alcalá Zamora, presidente de la Republica, firmó el decreto de disolución de las Cortes y encargó a Manuel  Portela Valladares la tarea de organizar nuevas elecciones. Ya no había posibilidades de formar más gobiernos efímeros de derechas. Unas nuevas elecciones decidirían el rumbo de la República.

En los meses anteriores, Manuel Azaña e Indalecio Prieto habían mantenido correspondencia sobre la necesidad de construir una coalición reformista similar a la que había gobernado los dos primeros años de la República. Francisco Largo Caballero, desde la dirección de la UGT, se opuso a ese acuerdo, aunque ante la convocatoria de elecciones accedió a incorporarse, con la condición de que, después de las elecciones, si la coalición ganaba, debían gobernar sólo los republicanos y además el PCE debía entrar en esa coalición electoral.

Los comunistas la bautizaron Frente Popular, nombre que nunca aceptó Manuel Azaña, y el pacto oficial de creación se anunció el 15 de enero, con la firma de los dirigentes de los partidos republicanos de izquierda, Azaña, de IR, y Martínez Barrio, de UR; del movimiento socialista, que incluía al PSOE, a la UGT y a las Juventudes Socialistas; del PCE; del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una organización nueva, creada en septiembre de 1935, resultado de la fusión del Bloc Obrero y Camperol, de Joaquín Maurín, y de Izquierda Comunista, de Andreu Nin; y del Partido Sindicalista, creado por Ángel Pestaña tras su salida, expulsado, de la CNT.

La derecha no fue esta vez tan unida como en 1933, y la CEDA, dependiendo de las provincias, estableció acuerdos electorales con republicanos conservadores, radicales o con fuerzas monárquicas y fascistas. En Cataluña, la CEDA, la Lliga, los radicales y los tradicionalistas formaron un amplio Front Català de l´Ordre. Los radicales, desacreditados y hundidos tras los escándalos por corrupción, tuvieron que presentar sus candidaturas al margen de las dos alianzas principales.

La izquierda publicó un manifiesto con la petición de “amplia amnistía” y readmisión de los despedidos como ejes comunes. La CEDA centró su campaña “¡Contra la revolución y sus cómplices!”, con una visión catastrofista de lo que había significado hasta entonces la República. Para la izquierda, quedaban atrás dos años de destrucción de las reformas republicanas, el “bienio negro”. La CEDA, que no había podido cumplir su objetivo de rectificar a fondo el rumbo reformista, prometió la revisión total de la Constitución. La extrema derecha, con Calvo Sotelo a la cabeza, consideraba ya acabada a la República y presentaba, sin ambigüedades, su Estado autoritario y corporativo. La fecha de las elecciones para decidir todo eso, un nuevo rumbo para la República o su muerte definitiva, era el domingo 16 de febrero de 1936.

La coalición del Frente Popular salió victoriosa de las urnas, y eso significó para muchos el segundo acto de una obra iniciada en abril de 1931 e interrumpida en el verano de 1933. Una segunda oportunidad, efectivamente, para Manuel Azaña, de nuevo en el poder y con las multitudes en las calles; para los socialistas, que volvían a poseer una notable influencia en los poderes locales; y para los anarcosindicalistas, que podían recuperar su capacidad de agitación y algunos de los apoyos sociales perdidos.

Pero por mucho que retornaran sus protagonistas, el ambiente tras ese triunfo político de la izquierda en poco o nada se asemejaba al de aquella primavera de 1931 que había inaugurado la República. El Partido Radical, el más histórico de los partidos republicanos, fundador de la República y partido gobernante desde septiembre de 1933 hasta diciembre de 1935, se hundió en las elecciones. La gente de orden se sintió amenazada por el nuevo empuje de las organizaciones sindicales y de los conflictos sociales. La derecha no republicana, derrotada en las urnas, ya sólo pensaba en una solución de fuerza contra el Gobierno y la República. Un sector importante del Ejército conspiró y no paró hasta derribarlos.

El 72% de la población española, hombres y mujeres, votó en febrero de 1936, la participación más alta de las tres elecciones generales que tuvieron lugar durante la Segunda República. Como demostró hace años Javier Tusell, fueron también unas elecciones limpias, en un país con instituciones democráticas y con muchos sectores de la población que consideraban ese acto electoral decisivo para el futuro. Por eso la campaña electoral fue tan intensa, agitada. El Frente Popular planteó un programa moderado, que atrajo a muchos antiguos votantes del Partido Radical, con la amnistía y la vuelta a las reformas, a las soluciones políticas, como puntos básicos. La derecha no republicana, que derrochó medios y toneladas de papel, recordó los horrores de la revolución de Asturias e insistió en que era una batalla “¡Por Dios y por España!”, entre la “España católica… y la revolución espantosa, bárbara, atroz”. La ultraderecha, monárquica y fascista, apelaba ya la lucha armada y a la salida dictatorial.

Al margen de esa agresividad verbal, hubo pocos incidentes durante la campaña electoral. Ganó por pocos votos el Frente Popular, aunque el sistema mayoritario establecido por la ley electoral le dio una holgada mayoría en las Cortes. Los partidos más votados fueron la CEDA y el PSOE, seguido muy de cerca por Izquierda Republicana, mientras que el Partido Radical, que presentó casi todos sus candidatos al margen de las coaliciones principales, quedó reducido, tras la revisión de actas, a cuatro diputados, 99 menos que en 1933. Alejandro Lerroux ni siquiera salió elegido en la lista del Front Català d´Ordre.

El Frente Popular obtuvo 263 escaños, la derecha 156 y los diferentes partidos del centro 54. El electorado votó sobre todo a socialistas, republicanos de izquierda y católicos. En el Frente Popular, los primeros puestos en las candidaturas los ocuparon casi siempre los republicanos del partido de Azaña, y en la derecha fueron a parar a la CEDA, lo cual no confirma, frente a lo que se ha dicho en ocasiones, el triunfo de los extremos. Los candidatos comunistas siempre estuvieron en el último lugar de las listas del Frente Popular y los 17 diputados obtenidos, después de conseguir sólo uno en 1933, fueron el fruto de haber logrado incorporarse a esa coalición y no el resultado de su fuerza real. La Falange sumó únicamente 46.466 votos, el 0,5% del total. Había 33 partidos representados en las Cortes, de los que sólo 11 consiguieron más de 10 diputados. Un parlamento muy fragmentado, más que polarizado, en el que además el partido que había presidido los gobiernos en los dos años anteriores se convirtió en un mero espectador.

Portela, antes las presiones de unos y de otros para que declarara el estado de guerra y anulara los resultados de las elecciones, asustado por los rumores de golpe militar y por los disturbios provocados en varias ciudades para liberar a los presos políticos, dimitió el 19 de febrero. Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, llamó a Manuel Azaña para encargarle la formación del Gobierno.

En el Gobierno sólo había republicanos, tal y como había pactado Azaña con los socialistas antes de las elecciones, sobre todo porque los socialistas rechazaron la posibilidad de volver a formar un gobierno de coalición con los republicanos. Nueve ministros eran de Izquierda Republicana, tres de Unión Republicana y había también un independiente, el general Carlos Masquelet, antiguo asesor de Azaña en los primeros años de la República, a quien ahora nombre ministro de la Guerra. Era un Gobierno moderado, mal llamado de Frente Popular, formado por catedráticos y abogados en su mayoría. En las primeras declaraciones, Azaña pidió unión bajo una misma bandera “en la que caben los republicanos y no republicanos, y todo el que siente amor a la patria, la disciplina y el respeto a la autoridad constituida”.

Pero la amenaza al orden social y la subversión de las relaciones de clase se percibían con mayor intensidad en 1936 que en los primeros años de la República. La estabilidad política del régimen corría también más peligro. El lenguaje de clase, con su retórica sobre las divisiones sociales y sus incitaciones a atacar al contrario, había impregnado gradualmente la atmósfera española desde que el proyecto reformista de los primeros gobiernos republicanos chocó con obstáculos insalvables. La violencia, además, hizo acto de presencia con algunos atentados contra personajes conocidos y los choques directos armados entre grupos políticos de la izquierda y de la derecha plasmaban en la práctica, con resultados sangrientos en ocasiones, los excesos retóricos y la agresividad verbal de algunos dirigentes. Y por si eso no bastara, los dos partidos con más presencia en las Cortes, el PSOE y la CEDA, tampoco contribuyeron durante esos meses a la estabilidad política de la democracia y de la República.

La política y la sociedad españolas mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no significaba necesariamente que la única salida fuera una guerra civil. Pero la hubo y comenzó porque una sublevación militar debilitó y socavó la capacidad del Estado y del Gobierno republicano para mantener el orden. En febrero de 1936 hubo elecciones libres y democráticas; en julio de 1936, un golpe de Estado. La historia se aceleró en aquellos cinco meses.

 

Julián Casanova es autor de República y guerra civil (Crítica/Marcial Pons).

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Fuente:elpais.com