Elogios al olvido PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - La ley de la memoria
Escrito por Emilio Silva Barrera   
Lunes, 27 de Junio de 2016 05:27

 “En casa del herrero, cuchillo de palo”, señalaba un artículo el diario argentino La Nación cuando en el año 2002 se extendía la búsqueda científica de los desaparecidos de la dictadura franquista. Durante muchos años hemos escuchado a intelectuales y políticos utilizando países lejanos como ejemplos de dictaduras y violaciones de derechos humanos. En los primeros años tras la recuperación de la democracia, el Congreso y el Senado celebraron sesiones e incluso tuvieron comisiones sobre los desaparecidos y las desaparecidas de nacionalidad española en el Cono Sur americano, mostrando así ese “tic” neocolonial de señalar al resto lo que deben hacer para reparar sus violaciones de derechos humanos.

 

En ese juego de contribuir al silencio y al olvido “sin que se note” han colaborado numerosos “intelectuales” que desde espacios seudo-progresistas han contribuido a alicatar la impunidad cultural de los crímenes de la dictadura franquista, la nuestra, la de casa, la que tuvo la colaboración de miles de asesinos de civiles, de torturadores, de bebés de presas republicanas de posguerra, de psiquiatras que aplicaban electroshocks a las lesbianas, de curas que con una hogaza de pan en la mano ejercían en los tiempos del hambre su terrible poder sobre el cuerpo y el alma.

Pero dentro de las diferentes posturas acerca de la relación con el pasado, una de las más dañinas es la de la tibieza intelectual, la de académicos de la lengua y de la idílica transición que desde discursos sin supuesta ideología construyen y reconstruyen un cortafuegos para que la impunidad del franquismo siga blindada y sus víctimas amparadas con una especie de caridad dialéctica pero no reparadas.

Leo en el suplemento cultural “Babelia” del diario El País el artículo de Antonio Muñoz Molina titulado “Elogio del olvido” . El académico y galardonado escritor utiliza las reflexiones de un periodista y ensayista especializado en la guerra de Bosnia, David Rieff, para disparar contra el proceso de memoria histórica en España, que es desde donde escribe; lo que llamaríamos un clásico. En junio de 2010, el filósofo Fernando Savater, ya utilizó el mismo libro para respaldar un artículo que se titulaba “Recuerdos envenenados”, en el que aseguraba, utilizando al periodista como burladero, que “el complejo colectivo de las víctimas suele crear otros verdugos”.

Los conflictos con el pasado de Muñoz Molina llevan supurando bastante tiempo.  En el citado artículo se justifica, antes de atacar directamente la cuestión: “… yo mismo he intentado contribuir al rescate de la memoria de la República española y de la cultura que quedó amputada y dispersa tras la derrota en la Guerra Civil y la grosera tentativa de lobotomía del franquismo”. Llamar “tentativa de lobotomía” a lo sucedido en un país arrasado culturalmente, erializado, desierto, es ablandar la realidad, cuando muchos de los éxitos culturales de la recuperada democracia tienen que ver directamente con el cultivo sistemático de la ignorancia que llevó a cabo el franquismo.

En el mismo suplemento cultural, el 2 de enero del año 2010, dedicó un artículo al periodista y escritor húngaro Arthur Koestler (de nuevo un extranjero traído como autoridad para hablar de lo de aquí) y a su experiencia en la guerra civil española. Dos frases de ese texto eran especialmente llamativas: “En Sevilla consiguió una entrevista con el general Queipo de Llano….”, y otra en la que, refiriéndose a Madrid, dice que “[r]ecorría la ciudad bullanguera y sanguinaria…”. La aséptica referencia al sanguinario, criminal de guerra y alentador de violaciones de mujeres Queipo de Llano y el desplazamiento de la palabra sanguinaria a la ciudad de Madrid, que en esos días se defendía ejemplarmente de los avances del fascismo, parecen explicar muchas cosas.

En el artículo con el que arranca este texto (“Elogio del olvido”), añade Muñoz Molina refiriéndose a David Rieff, que “ha sido testigo de los efectos terribles que puede provocar una obsesión por el pasado histórico”. Delata así el bucle en el que se encuentra inmerso el académico jienense. Podemos entonces saltar a su Todo lo que era sólido (2013) en el que afirma lo siguiente: “Lo más difícil de recordar de 2006 es hasta qué punto se quiso que fuera 1931 y 1936. Obsesionados con la exhumación de fosas comunes no reparábamos en el fragor de las excavadoras que abrían por todas partes zanjas para construir chalets y bloques de viviendas sobre terrenos rústicos recalificados por alcaldes ladrones, sobre humedales y zonas protegidas de bosque y en los paisajes litorales hasta entonces vírgenes y en cualquier superficie en la que se pudieran cavar unos cimientos”. Y añade: “En 2006 las noticias más urgentes eran casi siempre acerca del pasado. Excavaciones de fosas de ejecutados e indagaciones judiciales sobre verdugos muertos treinta o cuarenta años atrás ocupaban aquella extraña actualidad en la que el presente casi no existía sino como reiteración fantasmal de las confrontaciones sanguinarias de hacía tres cuartos de siglo”.

Llama la atención esa hiperbólica manera de medir la proliferación de obras sobre memoria histórica, más aún cuando en el año 2009 él mismo publicó una novela ambientada en la guerra civil. Sus palabras, ofensivas para las familias de las miles de desaparecidas y desaparecidos que no buscan broncas políticas sino soluciones judiciales, recuerdan a las de Pablo Casado, cachorro del PP, cuando dijo aquello de que “en el siglo XXI no se puede estar de moda ser de izquierdas porque son unos carcas, están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién…”.

Desde que en el año 2000 la exhumación científica de trece desaparecidos republicanos dio lugar a la creación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, se pinchó la burbuja del olvido mantenida durante años gracias a la colaboración de partidos políticos, universidades e intelectuales que en el pasado operaban ocultando las violaciones de derechos humanos, la existencia de miles de torturadores y verdugos y la realidad de una sociedad que ha construido su estructura social sobre la violencia, la rapiña y la corrupción dictatorial.

Pero Muñoz Molina no está solo. Andrés Trapiello, miembro en la actualidad de la Comisión de la Memoria del ayuntamiento de Madrid a propuesta de Ciudadanos, ha afirmado en varias ocasiones que “con el pasado no se hace política ni poética”. También camina por ese senda Javier Cercas, quien tras la publicación de su libro El impostor (2014), ha recorrido España y América Latina denunciando el “negocio de la memoria” en España, cuando basta conocer un poco de historia reciente y repasar la lista del IBEX 35 para saber que el gran negocio en nuestro país ha sido el olvido. Añadirle también que igual su novela, sobre un republicano deportado a Mauthausen que nunca lo fue, podría haberse MEJOR titulado “Un impostor”, en un país repleto de franquistas disfrazados de demócratas.

Decía el poeta Juan Gelman que cuando acaba una dictadura comienzan a trabajar los organizadores del olvido. En España han tenido mucho trabajo. Lo prueba que en los libros de texto sigan sin aparecer cuarenta años después de su final las violaciones de derechos humanos de la dictadura, que las víctimas no hayan perdido el miedo durante décadas, que por si las moscas se asaltara en 1981 el Congreso de los Diputados para inyectar en el temor al pasado conservantes y colorantes, y que quienes han accedido al conocimiento y lo han producido y reproducido hayan escogido conversar con el pasado menos incómodo: intelectuales descafeinados de fascismo, exiliados selectos por su fama literaria o sus posiciones moderadas, la élite cultural de los años treinta más desideologizada…. Y mientras tanto, 114.226 hombres y mujeres han permanecido en las cunetas de nuestra historia, de nuestra cultura política, de nuestro presente. Elogiar el olvido es elogiar la inexistencia de las víctimas ni de victimarios. Quizá, quienes no han hecho nada contra la impunidad de la sanguinaria dictadura franquista, puedan así mantener la impostura de mostrarnos su conciencia tranquila.

 

Emilio Silva Barrera es periodista. Profesor asociado en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de "Las Fosas de Franco: los republicanos que el dictador dejó en las cunetas".
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Fuente: Público