Asalto al tren del dinero Imprimir
Nuestra Memoria - La Guerrilla antifranquista
Escrito por Mikel Iturralde   
Lunes, 16 de Junio de 2014 00:00

aglaTras desarmar a una pareja de la Guardia Civil, los maquis atracaron en 1946 en Caudé (Teruel) un convoy y se apoderaron de un botín de 750.000 pesetas.

Seguramente en su casi centenaria existencia Casimiro Oquendo habría podido contar cientos de veces el suceso que pudo cambiar su vida. Y, sin embargo, apenas media docena de personas sabían que había protagonizado uno de los episodios más truculentos de la posguerra. Su familia se enteró cuando ya peinaba canas. Con 91 años relataba en 2010 al ‘Diario de Teruel’ lo que sintió con aquel grito a bocajarro: “¡Pase dentro que lo aso!”.

El 7 de julio de 1946 el tren de mercancías número 8.052, con seis unidades y su coche pagador en cola, entraba como siempre con retraso en la estación de Caudé, última parada antes de llegar a Teruel, a unos 17 kilómetros de la capital. La Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA) había elegido ese punto para ejecutar una de las acciones más audaces del maquis. Una decena de guerrilleros de la zona asaltó el convoy, desarmó a la pareja de guardias civiles que custodiaba el dinero y se apoderó de un suculento botín: 750.000 pesetas (806.250 euros de hoy en día) destinadas a pagar a los ferroviarios de la zona. Fue una de las acciones más audaces de los excombatientes republicanos.

Los asaltantes eran miembros del AGLA, la agrupación guerrilla antifranquista más importante que tuvo el Partido Comunista de España (PCE) dentro del país durante los años 40. En un principio estaba estructurada en tres sectores, aunque más adelante pasarían a ser cuatro debido a la intensa actividad. Cada sector estaba formado por brigadas, batallones y compañías, formando una verdadera jerarquía militar. El primer comandante, designado por el PCE, fue Vicente Galarza, ‘Andrés’, que sería fusilado en julio de 1947. Su objetivo: prolongar la lucha democrática y republicana contra el franquismo tras la Guerra Civil. Popularmente fueron bautizados como maquis, término de origen francés con que se designó al movimiento guerrillero de oposición a los ocupantes alemanes.

La mayoría de los hombres que integrarían el maquis estaban en 1940 en Francia, recién empezada la II Guerra Mundial. Exiliados españoles se incorporaron con todo su empeño (y con la experiencia llevada de España) a la lucha antinazi, que para ellos representaba una continuación de la misma guerra por la libertad librada en su patria, y desempeñaron un papel fundamental en la creación de ‘la Résistence’. Comenzada la misma con medios precarios, en 1944 las agrupaciones guerrilleras españolas formaban ya batallones nutridos y eran capaces de infligir al alemán derrotas tan espectaculares como la famosa de La Madeleine.

En 1945, las organizaciones republicanas, tanto en el exilio como en el interior, todavía confiaban en que los aliados no iban a tolerar el régimen de Franco, que sufriría la misma suerte que los de Hitler y Mussolini. Por eso, la finalidad de la AGLA no era derrotar a un enemigo demasiado poderoso, sino presionar y mantener viva una revuelta que impidiera al franquismo hacerse más fuerte. La historia de la AGLA abarca siete años: de 1945 a 1952, que es cuando el PCE ordena la disolución del maquis y su retirada a Francia. En ese período, los maquis de las montañas protagonizaron una lucha irregular que, al final, se limitaba prácticamente a resistir y ocultarse de los guardias.

Aragón, además de Asturias y León, fue uno de sus principales campos de acción. En su libro ‘Guerrillas españolas’ (Editorial Planeta, 1977), Eduardo Pons Prades no duda en destacar que la provincia de Teruel “fue, sin lugar a dudas, una de las más guerrilleras de España. Tanto por la existencia de bases principales en todas sus zonas montañosas sin excepción como por la importancia de sus partidas y también por la duración del enfrentamiento guerrillas-fuerzas del orden”. La importancia del maquis en la zona la ofrecen los mismos datos oficiales. Según éstos, durante esos años se produjeron en tierras turolenses las siguientes acciones: refriegas con las fuerzas del orden (73), muertos en la población civil (43), secuestros (27), sabotajes (57), golpes económicos (302), guerrilleros muertos (105), guerrilleros heridos (32), guerrilleros presos (67), guerrilleros entregados (10), enlaces de la guerrilla detenidos (812), muertos de las fuerzas del orden (12) y heridos de las fuerzas del orden (32).

José Ramón Villanueva Herrero, del Instituto Cultural del Bajo Aragón especialista en los maquis, relata los ataques más importantes: voladura y descarrilamiento del Ferrocarril Central de Aragón entre Barracas y Rubielos (7 mayo de 1947), asalto al tren pagador en Caudé (julio de 1946), ataque a dos camiones de la Guardia Civil que se dirigían desde Tragacete a Teruel (3 diciembre de 1947), el cual ocasionó 12 muertos y varios heridos y una brutal represalia posterior, y la ocupación de pueblos como Sarrión, Foz Calanda y La Cerollera. En este último caso, ocurrido en una fecha tan simbólica para la dictadura como era el 18 de julio de 1947, el pueblo fue ocupado por un grupo de guerrilleros que se presentaron como miembros del Ejército de la República. Acto seguido, se ordenó que, en diez minutos, se personase un vecino de cada casa en la plaza donde, ante una pancarta en la que podía leerse ‘Campesinos: los guerrilleros de Levante te protegen’, se procedió a la quema de los retratos de Franco y José Antonio y a izar la bandera tricolor en el Ayuntamiento. Posteriormente, se homenajeó en el cementerio a varios maquis muertos. Tras cantar el ‘Himno del Guerrillero’ y disparar salvas de honor, los combatientes volvieron al monte no sin  antes dar la mano al alcalde y al juez de paz.

No busques Caudé en los mapas

Caudé es un pequeño pueblo situado a unos 10 kilometros al norte de la ciudad de Teruel. Actualmente forma parte de la capital turolense, aunque hasta 1970 era un municipio independiente. A comienzos del siglo XX. Cuando fue construida la línea de ferrocarril Calatayud-Valencia, contaba con 670 habitantes. En 2011 sólo había 225 personas censadas. No es de extrañar, por tanto, que sean escasas las referencias bibliográficas de esta localidad aragonesa y que sea incluso difícil localizarla en el mapa.

La relación con el ferrocarril ha sido siempre tormentosa. En 1900 el Consistorio había solicitado a la Compañía del Central de Aragón la ubicación en su término municipal de un apeadero para dar servicio al pueblo y a otras poblaciones de los alrededores. La idea fue rechazada por la dirección de la compañía belga, partidaria de rentabilizar al máximo sus inversiones en el extranjero.

Los vecinos de Caudé vieron en 1906 construirse una segunda línea férrea, la Ojos Negros Sagunto, para dar servicio a la compañía minera de Sierra Menera. El trazado de esta nueva línea, junto con el de la Central, cercaba el villorrio por el Este, Norte y Oeste. Dos ferrocarriles y ninguno prestaba sus servicios al pueblo. La pelea por conseguir que el tren atendiera sus demandas se prolongó hasta los años 30. Consiguen un apeadero tras recurrir a las más altas instancias del Gobierno. Dos de los ministros, turolenses y titulares de las carteras de Agricultura y Marina, ‘recomiendan’ por carta la recalificación. En noviembre de 1933 se abre al público el servicio ferroviario.

Hoy día Caudé ha vuelto a quedarse sin trenes. La pequeña estación fue demolida hace muchos años y no queda casi ni huella de las instalaciones ferroviarias. Pero en los años 50 el apeadero turolense registraba el paso de varios trenes. Y algunos incluso paraban. Como el tren pagador, donde ‘la RENFE’ enviaba las nóminas de sus trabajadores.

No todos los pueblos de aquella España de postguerra disponían de sucursal bancaria, más bien un lujo solo al alcance de la gente que vivía en las ciudades. Lo normal, además, era que el sueldo se recibiera en metálico. De ahí la existencia de furgones especiales, dotados con algunas medidas de seguridad y vigilados por la Guardia Civil, que en recorridos itinerantes cumplían todos los meses con la rutina del pago.

Antes de la creación de ‘la RENFE’ (enero de 1941), las antiguas compañías ferroviarias disponían de vagones adaptados a esta tarea. Andaluces disponía de siete coches pagadores; MZA tenía 16 vehículos; Norte llegó a disponer de 12 furgones; Oeste habilitó 7; y el Santander Mediterráneo, 1. Con la unificación, se prepararon 34 vehículos para este cometido. Uno de ellos se convirtió en objetivo militar del maquis de Teruel.

Más o menos, el tren llegaba a hora fija, según el propio relato de José Manuel Montorio, uno de los guerrilleros que participó en el asalto. El convoy lo formaban seis vagones de mercancías cerrados, uno de los cuales había sido habilitado como pagaduría. Este vagón estaba dividido en dos partes separadas por un tabique de madera en el que se había practicado una ventanilla y montado una puerta. Detrás se encontraba el pagador de la compañía. En la otra mitad se habían instalado dos bancos corridos adosados a los laterales desde los que una pareja de la Guardia Civil, armada con fusiles y pistolas, vigiliaba. Cuando se abría la puerta del vagón, los obreros y empleados del apeadero, que estaban esperando formando cola, subían y percibían el importe de sus salarios. Siempre la misma rutina, como comprobaron los hombres del AGLA.

El maquis acampaba a bastante distancia de la población turolense, en el barranco del Regajo, cerca de Camarena de la Sierra, en plena sierra de Javalambre, en un paraje dominado por peñascos de rodeno y frondosos bosques de pino. Los sublevados prepararon el golpe durante meses y ataron los cabos precisos para el asalto. La orden del ataque había entusiasmado a la partida rebelde, pero mantenían la guardia alta para evitar que el acoso de la Guardia Civil acabara con sus expectativas. Los asaltantes estaban ya elegidos. Además de José Manuel Montorio (‘Chaval’), participarían Florián García Velasco (‘Grande’), Germán Amorrortu (‘Manso’), Francisco Corredor Serrano (‘Pepito’), De San Blas (‘Juan’), Doroteo Ibáñez Alconchel (‘Ibáñez’), Francisco Jurado (‘Nelson’ o ‘Cojonudo’), Ángel Fuertes Vidosa (‘Antonio’), León Quílez Quílez (‘Perico’) y Antonio Vargas (‘Cubano’).

Soledad y despoblamiento

Cada guerrillero tenía su tarea preasignada, como lo cuenta ‘Chaval’. “Teníamos que robar un taxi. ‘Manso’, de chófer, simularía una avería en el auto y se quedaría esperando sobre la carretera; al vernos llegar pondría el motor en marcha. ‘Grande’ y ‘Juan’, en las oficinas donde concentraríamos a todos los empleados; ‘Ibáñez’ y ‘Perico’, de guardia sobre el andén; y ‘Pepito’, ‘Nelson’ y yo subiríamos al vagón mezclados con los obreros y, una vez desarmados los guardias, daríamos la voz de ‘más madera’, para advertir que todo iba bien y que ‘Antonio’ podía venirse para hacerse cargo del dinero. Se tenía pensado que el ‘Cubano’ participase también, pero tuvo que quedarse en el campamento porque le habían salido unos forúnculos que no le dejaban andar. Por si era preciso se señaló como punto de concentración el cerro de la Mora, próximo al rodeno de los Montes Universales”.

Con algo de retraso, cosa nada inhabitual en esa época, el tren anuncia con un negro penacho de humo su llegada al apeadero de Caudé. Es un viejo mercancías con un vagón habilitado para pagaduría, al final de la composición. Una pareja de la Guardia Civil viajaba en su interior. Como ya habían comprobado anteriormente, el convoy debía detenerse en esa semidesértica estación, entregar la nómina a los ferroviarios de la compañía y continuar su marcha. Ningún testigo más. “Soledad y despoblamiento eran los aliados naturales de la guerrilla”.

“Pusimos contra la pared a los ferroviarios que trabajaban en el apeadero, a los que amenazamos con nuestras pistolas. Mientras, dos hombres habían subido al furgón del tren. Pronto vimos salir a los guardias desarmados, manos arriba. Les quitamos los uniformes. Había unos monos azules que les colocamos, y unas alpargatas. No hablaban. Era una escena tensa. Mientras, cogíamos los billetes destinados a la paga de los obreros. Dos macutos llenamos con ellos”. (Andrés Sorel en ‘La guerrilla antifranquista: la historia del Maquis contada por sus protagonistas’. Editorial Txalaparta, 2002.)

Encerrados en la oficina del jefe de estación, los guerrilleros hablan al pagador y a ferroviarios. Una conversación precipitada, atropellada, que intenta explicar los motivos de la lucha. Los guardias contemplan la escena en silencio, temerosos aún ante las armas que portan los asaltantes. “Les encerramos a todos juntos, amenazándoles con que, si abandonaban la habitación antes de dos horas, estallaría una bomba colocada en el exterior y sujeta a la puerta. No había tal bomba; solamente una piedra, como pudieron descubrir pronto. Pero muy tarde para alcanzarnos. Un auto, aparcado en la carretera nos esperaba. Con él buscamos los caminos del bosque. Después andaríamos horas hasta encontrar el campamento. Y allí un recibimiento apoteósico. 750.000 pesetas eran las arrebatas al tren del Central de Aragón”. La noticia no sale en la Prensa.

Pocos días después, se toman medidas. El régimen designa gobernador civil al general Manuel Pizarro Cenjor el 28 de julio de 1947. Pizarro llegó a Teruel con el mandato expreso de Franco de sofocar el movimiento guerrillero, al igual que ya había hecho en León y Granada. Asumió plenos poderes civiles y militares, ya que, además de gobernador y jefe provincial del Movimiento, cargo que ocupó hasta 1954, era también jefe de la V Región de la Guardia Civil.

Un año después, la Guardia Civil y el Ejército asaltaron y desmantelaron definitivamente el reducto maquis tras un aparatoso despliegue de tropas. Frente a los 15 guerrilleros que ocupaban el campamento, las fuerzas gubernamentales disponían de 3.000 efectivos. Las fisuras en el roquedo permitieron escapar a todo el contingente guerrillero. Sólo un maquis murió a manos del Ejército.

Casimiro Oquendo era el fogonero de aquel tren que conducía su inseparable compañero el maquinista Agustín Esteban. A ninguno se le había pasado por la cabeza el encuentro con el maquis. Pero a sus 26 años, la vida ya le había deparado alguna que otra sorpresa. El asalto acabó por reafirmarle su impresión. “Había elegido un oficio peligroso; un oficio de riesgo”, contaba poco antes de morir y después de permanecer 43 años de servicio en la misma empresa. “Me acuerdo porque un asalto así no es normal que te ocurra”.

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Fuente:elcorreo.com