España: golpe, resistencia y guerra de conquista (1936-39) Imprimir
Nuestra Memoria - La Guerra Civil
Escrito por José Steinsleger   
Jueves, 04 de Agosto de 2016 05:36
En la primavera de 1936, la agitación política reinante en España fue minando al Frente Popular (FP) y la autoridad del gobierno republicano, presidido por el socialista Manuel Azaña.

Las advertencias recibidas en el sentido de que oficiales fascistas y monárquicos planificaban un golpe militar caían en saco roto, y el gobierno no reaccionó luego del asesinato del teniente José Castillo (acribillado a tiros el 12 de julio por un pelotón de falangistas) y el perpetrado al día siguiente por un grupo de republicanos contra José Calvo Sotelo, líder parlamentario de la derecha española (revisar antecedentes).

 

Las divisiones entre derechistas, izquierdistas y centristas desbordaron todo límite, y así arrancó el drama que devino en la rebelión social más importante ocurrida en España desde inicios del siglo XVI, y en una de las contiendas fratricidas más crueles del siglo pasado.

Cuidadosamente montado hasta en sus más mínimos detalles, el alzamiento fascista empezó a las 5 de la tarde del viernes 17 de julio de 1936 en la guarnición africana de Melilla (pequeña ciudad española que limita con Marruecos, a orillas del Mediterráneo).

Allí, los aviadores republicanos de la base aérea resistieron durante varias horas el alzamiento, hasta ser doblegados y fusilados por la Legión Extranjera. Igual suerte corrieron los jefes sindicales de la ciudad, y personas que portaban armas o resultaban sospechosas de que podían resistir.

El golpe tomó por sorpresa al jefe de ministros Santiago Casares y a los militares leales a la república, confundidos por la alocución radial emitida por el general Francisco Franco desde Tenerife (Canarias), poco antes de embarcarse en un avión particular inglés, con rumbo a Melilla.

La nave y su copiloto habían sido contratados por Luis Botín, corresponsal del diario español ABC en la capital británica. De este modo, Franco se aseguró el transporte sin recurrir a las fuerzas aéreas españolas, que en su mayoría se oponían al alzamiento.

Franco expresó que la anarquía y las huelgas revolucionarias estaban destruyendo a la nación, asegurando que el alzamiento no anularía las conquistas sociales ni actuarían con espíritu vengativo.

Sin dar crédito a la arenga, los sindicatos de Madrid y Barcelona reaccionaron con rapidez, decidiendo esta vez que la república sería defendida con las armas. Y desobedeciendo lo dispuesto por el vacilante gobierno de Azaña, consiguieron que oficiales leales distribuyeran 5 mil fusiles entre los obreros de Madrid para enfrentar a las tropas del general Emilio Mola.

La mayoría de los alzados pertenecía a la clandestina Unión Militar Española (UME, 1933) y eran seguidores del general José Sanjurjo, jefe de la fallida sublevación de 1932. Sanjurjo moriría en un accidente aéreo a cuatro días del nuevo alzamiento, el 20 de julio. No obstante, la UME no era exclusivamente una organización reaccionaria, pues de sus filas surgieron oficiales y generales como José Miaja y Vicente Rojo (tío del gran pintor y diseñador hispano-mexicano), que más tarde lucharían en favor de la república.

Durante los primeros días, la sedición destruyó temporalmente el resto de autoridad del gobierno republicano. La policía desapareció de las ciudades, y los generales se convirtieron en la primera autoridad civil y militar. Se fusilaba metódicamente a los sindicalistas, prohibieron las huelgas, y a las tiendas y oficinas se las obligaba a permanecer abiertas para mantener el orden y la normalidad. La mayoría de los jueces, guardias civiles y hombres de negocios se pusieron gustosos al servicio de los militares fascistas.

No obstante, en Madrid y Barcelona la sedición fue derrotada. Entonces, el golpe tomó un cauce distinto al plan original. Los alzados tampoco tuvieron éxito en la Armada, ya que 46 buques de guerra permanecieron leales a la república, gracias a la oposición de la marinería. Esto significó que los rebeldes carecieran de naves dispuestas a escoltar al ejército de África, por el estrecho de Gibraltar. Y de 300 aparatos de que disponía la aviación, no menos de 200 quedaron en poder de los leales a la república.

Al cabo de cuatro días de lucha, los generales Franco y Emilio Mola comprobaron que el pronunciamiento sólo tenía éxito en zonas limitadas de España, y fue claro para ellos que su causa sólo podía ser extendida por medio de una abierta guerra de conquista. Los sublevados controlaban sólo un tercio del territorio, incluyendo zonas trigueras de Castilla la Vieja, pero las grandes ciudades industriales y las zonas económicamente más adelantadas estaban en manos republicanas.

Un mes después, en Burgos, los golpistas constituyeron la Junta de Defensa Nacional, que asumió los poderes del Estado en la zona ocupada por los alzados. En septiembre, Franco se quitó de encima a sus competidores y logró hacerse nombrar jefe de gobierno, proclamándose a sí mismo jefe del Estado español.

 

II

En Madrid, la situación revolucionaria desencadenada por el golpe fascista y las vacilaciones del gobierno republicano fue en cierta medida similar a la de Barcelona. Los obreros se hicieron cargo de la mayoría de las fábricas, confiscaron negocios de propiedad extranjera, y ebanistas, zapateros y barberos sindicalizados colectivizaron sus talleres y establecimientos.

Algunos propietarios fueron fusilados y otros siguieron trabajando en sus industrias incautadas, ganando un salario equivalente al de ingenieros y altos jefes administrativos. En Barcelona, las espaciosas mansiones particulares de los ricos que habían huido a Francia, así como el Palace Hotel de Madrid, quedaron convertidos en escuelas, orfanatos y hospitales.

Luego de la rendición del general Manuel Goded en Barcelona, el presidente regionalista Luis Companys convocó en su despacho a los principales dirigentes y les dijo que habían salvado a Cataluña de la rebelión militar. El país vasco, Asturias, Valencia y Bilbao quedaron en poder de los republicanos y la resistencia se tornó potente y duradera. Pero en Andalucía los falangistas de Granada detuvieron al gran poeta y dramaturgo Federico García Lorca y el 19 de agosto de 1936 lo fusilaron por subversivo y homosexual, junto a un maestro y dos toreros anarquistas.

En Madrid, en la toma del poderoso cuartel de La Montaña (situado muy cerca de la Plaza de España y de un extremo de la Gran Vía, y único que en la capital se plegó al levantamiento), el general a cargo, Joaquín Fanjul, fue incapaz de adoptar una acción decidida. Como primera providencia, ordenó que las ametralladoras dispararan contra los obreros que en oleadas rodeaban el edificio, pero no trató de romper el asedio, pues sospechaba que muchos de sus oficiales no eran favorables a los sublevados.

Las diferencias de opinión entre los sitiados los llevaron a enarbolar una bandera blanca, y luego a reanudar el fuego contra los obreros. Enardecida, la multitud redobló su ataque y logró irrumpir a través de la puerta principal del cuartel. Dentro, un grupo de jóvenes oficiales rebeldes celebraron consejo sentados frente a una mesa, y después de despedirse entre sí amartillaron sus pistolas y se ultimaron en un impresionante suicidio colectivo. Docenas de otros oficiales fueron muertos en el acto, y los obreros se apoderaron de 50 mil fusiles, dos cañones y gran cantidad de municiones almacenadas en los arsenales.

Durante agosto y septiembre de 1936 las luchas más aguerridas contra el golpe tuvieron lugar en Andalucía y Extremadura, y el episodio más dramático quizás de toda la guerra civil tuvo lugar en el Alcázar de Toledo, la histórica ciudad medieval del siglo XVI, levantada por Carlos V y Felipe II, a orillas del Tajo.

El sitio duró 70 días, y demandó tenaces esfuerzos de las tropas bajo el mando del coronel José Moscardó y sus hombres, allí encerrados. A la fortaleza de piedra, sede de la Academia militar de Infantería, los falangistas habían llevado consigo en calidad de rehenes a varios centenares de mujeres y niños antifascistas. Casi todos familiares de conocidos izquierdistas.

El general Manuel Riquelme, jefe de las milicias populares, telefoneó al alcázar. Los republicanos tenían a uno de los hijos del coronel José Moscardó, quien apenas frisaba 16 años. Se le hizo acercar el teléfono para que explicara a su padre que sería fusilado si la fortaleza no se rendía. Sin vaciar, el coronel respondió a su hijo que encomendara su alma a Dios y que muriese con valentía. Los republicanos niegan que aquel diálogo fuera verídico. Pero el joven fue fusilado.

En los primeros días de septiembre, Azaña propuso un gobierno de concertación nacional en el que estarían incluidas todas las fuerzas leales, llevando a efecto un programa propuesto por Miguel Maura, republicano conservador. La CNT (anarquista), el líder izquierdista Largo Caballero y la UGT (socialista) se opusieron fuertemente al plan.

El jefe de gabinete dimitió, y Azaña sustituyó a Casares Quiroga por Diego Martínez Barrio, personaje que representaba a los elementos más heterogéneos del Frente Popular. Pero las calles madrileñas ya estaban bajo control de los obreros recién armados y se aprestaban a defender la casa por casa, mientras el ejército de los rebeldes se alistaba para el asalto a la capital.

Azaña, entonces, volvió a nombrar un gobierno completamente republicano, poniendo al frente a José Giral, quien aceptó explícitamente los hechos consumados. No obstante, se abstuvo de ordenar a los gobernadores que distribuyeran armas a la población. En tales circunstancias, el socialista Largo Caballero, líder de la UGT, emergió como la única figura entre los jóvenes intelectuales de su partido. Con todo, el gobierno republicano no confiaba en que la ciudad pudiera ser defendida, y el 6 de noviembre entregó el mando de la defensa de Madrid al general José Miaja. Y a estas alturas, la unidad combatiente de partido más importante, ya era el famoso Quinto Regimiento organizado y dirigido por el Partido Comunista.

III
En los primeros meses de la guerra civil, el gobierno republicano dominaba tres cuartas partes del territorio español, junto con las regiones económicamente más pujantes para sobrellevar la lucha contra el alzamiento militar: industrias de Madrid y Barcelona, altos hornos del País Vasco, cuenca minera de Asturias, reservas del Banco Central. Pero se había quedado sin ejército.

Por consiguiente, las modalidades de la guerra popular variaban de pueblo a pueblo. Los impulsos de los campesinos fueron más que por cualquier concepción organizada de la nueva sociedad: cuando no fusilaban a los terratenientes, se confiscaban, fraccionaban o repartían sus tierras en forma de pequeña propiedad privada.

Con la autoridad del gobierno republicano en su punto más bajo y el odio de clase en su cenit, el terror se impuso en la zona republicana. En los campos campeó el pillaje, y en las grandes ciudades bandas de delincuentes juveniles requisaban automóviles aprovechándose de la confusión imperante. En Málaga y Alicante, por ejemplo, la ignorancia y la miseria de la población favorecieron los más crudos instintos de los elementos más tenebrosos del bando revolucionario.

Los curas fueron los enemigos de clase más odiados y fácilmente identificables, ya que la Iglesia apoyaba a los alzados. Y no porque simpatizara en su totalidad con la rebelión ( v. gr.: dominicos), sino porque su situación empeoraría notablemente en caso de que los fascistas fuesen derrotados.

En Salamanca, el obispo se sintió aturdido cuando Franco requisó su palacio para establecer su cuartel general. Muchos obispos y arzobispos aparecían en compañía de las autoridades militares, en toda clase de ceremonias públicas. Daban su bendición a las tropas, proporcionaban confesores para las cárceles, y revistas como Mundo Hispánico incitaban a purgar a los republicanos a cristazo limpio. No sorprende, entonces, que en las grandes ciudades 5 mil y 6 mil sacerdotes y frailes fueran fusilados.

En tales circunstancias, Italia, Alemania y Portugal entraron de lleno en la guerra. En Tetuán (ciudad ubicada al norte de Marruecos), un hombre de negocios nazi –un tal Johannes Bernhardt, proveedor del ejército de África– ofreció sus servicios a Franco, quien no disponía de suficientes aviones para movilizar a sus tropas.

Bernhardt se en-trevistó con Her-mann Goering (jefe de las fuerzas aéreas alemanas) y logró que Hitler autorizara el envío de 20 aviones junkers de transporte pesado, tendiendo un puente aéreo desde Tetuán y colocando 18 mil hombres en Sevilla. Y a continuación, Alemania preparó una gran unidad de aviones de combate para intervenir en España: la Legión Cóndor.

Entonces, el gobierno de Azaña se dirigió a Inglaterra, Francia y Estados Unidos solicitando que le vendieran armas. La respuesta fue negativa y España quedó librada a su suerte. Londres esperaba que los facciosos ganaran con un mínimo de lucha; el socialista León Blum cerró las fronteras de Francia y Washington optó por la política adoptada por las democracias: no intervención y neutralidad.

En América Latina, sólo el gobierno de México, presidido por Lázaro Cárdenas, apoyó sin titubear a la República española. Por su lado, la Unión Soviética de Stalin (que en las primeras semanas había asumido una actitud de cautela) optó por el envío de tanques, cañones y asesores militares. En octubre, Moscú trasladó en una docena de naves, 400 camiones, 50 aviones, 100 tanquetas y 400 aviadores y tanquistas.

El 14 de noviembre de 1936, el famoso dirigente anarquista Buenaventura Durruti llegó a Madrid con una columna de 3 mil hombres. Una semana después, moría en circunstancias misteriosas a causa de un balazo que le dieron por la espalda. Simultáneamente, en Alicante, era fusilado el líder falangista José Antonio Primo de Rivera, quien llevaba tiempo encarcelado.

No obstante, la ayuda soviética tampoco fue gratis. La República debió ceder a los dictados políticos de Moscú. A finales de 1936, Stalin se dirigió por carta a Largo Caballero, definiendo una política interna que, paradójicamente, demandaba el abandono de las conquistas revolucionarias alcanzadas por el pueblo español.

Tal sería la línea del gobierno republicano de Juan Negrín (1937-39), quien pasaría a la historia como el dirigente más controvertido de la República española en armas. El gobierno de Negrín se hizo llamar de la Victoria y se impuso la misión de ganar la guerra para terminar con la revolución.

Con Negrín, los términos de la confrontación ya no serían revolución o contrarrevolución, sino de defensa nacional contra la agresión extranjera. Y así empezó otro tipo de guerra: la que corriendo pareja con la de los alzados llevó al enfrentamiento entre socialistas, anarquistas, trotskistas y comunistas. O sea, la guerra que Franco necesitaba, para alcanzar la rendición total de los republicanos.

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Fuente: La Jornada