República: 141 años de ayer a hoy Imprimir
Nuestra Memoria - I República
Escrito por Francisco Prendes Quirós   
Jueves, 13 de Febrero de 2014 00:00

  La primera República española se instauró 141 años por decisión conjunta de los diputados y senadores del reino constituidos en Asamblea Nacional. Seis años antes, había estallado la llamada "Gloriosa Revolución de Setiembre", que provocó la salida de los Borbones de España...

La Gloriosa, al grito de "¡abajo los Borbones!", no estalló con el ánimo de proclamar la República, ni mucho menos. Prim fue visceralmente monárquico. La España revolucionaria para él, y la mayoría de los pronunciados en armas, seguía siendo solar monárquico, pero solar reservado a una nueva dinastía.

 

Los Borbones, desde el perverso y fétido Fernando VII, ruines y avaros, habían consumido la riqueza de la nación... y la paciencia de sus nacionales, que hartos, gritaban "¡abajo los Borbones!". Bien es cierto, que no pocos paletos seguían gritando "¡vivan las cadenas!". Las "caenas" para los serviles, tan dulces como el anís, como el anís de "Las Cadenas".

Prim se propuso traer al trono, aotro rey, otra dinastía, otro talante. Y tras mucho buscar, encontró una familia, si puede decirse, liberal, que en su tierra italiana había despojado al papado del "poder temporal". Y llegó a Palacio Amadeo de Saboya, el rey demócrata, que sin Prim no pudo imponerse a los políticos, banqueros, latifundistas, espadones y mitrados que tenían secuestrado para su exclusivo beneficio, el aparato del Estado.

El 11 de febrero de 1873, solo dos años y un mes de comenzar su reinado, el rey demócrata se despidió del trono y del reino, con un mensaje al Congreso: "Estad seguros de que al desprenderme de la corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada...". Desgracia que va prolongándose con los días, los reyes, los caudillos... y sus palafreneros, sean andaluces, valencianos, asturianos o gallegos...

Castelar, a nombre de la Asamblea Nacional, le contestó con un, como suyo, hermoso mensaje que terminaba: "Cuando los peligros estén conjurados; cuando los obstáculos estén vencidos; cuando salgamos de las dificultades..., el pueblo español que mientras permanezca V.M. en su suelo ha de darle todas las muestras de respeto, de lealtad, de consideración, porque V.M. se lo merece, porque se lo merece su virtuosa esposa, porque se lo merecen sus inocentes hijos, no podrá ofrecer a V.M una corona en lo porvenir, pero le ofrecerá otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo independiente y libre". Respuesta digna de un hombre libre y de una Asamblea soberana, que preludió la proclamación de la primera República española el mismo 11 de febrero de 1873. Hace hoy justamente 141 años.

¿Habría hoy fuerzas para despedir así, con tanto honor con tanta altura, con tanto orgullo ciudadano, a los actuales titulares del trono? ¿El ávido lector del Marca? ¿El viejo campeón de los cien metros, que no ha encontrado ni el momento ni la forma de despedirse de sí mismo para que su partido pueda recobrar su identidad?... Y lo grave es que esta carencia se produzca cuando está mas extendida la convicción, el deseo, diría la necesidad profiláctica, de despedir, una vez más, a los Borbones, que Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios decían las pesetas, volvió a sentar en el trono..., ¿para perpetuar la momificación de la España del 18 de julio?

Muchas cosas sucedieron y se dijeron en España entre el 28 de septiembre de 1868 y el 11 de febrero de 1873... Me fijaré en un discurso que pronunció en las Cortes Constituyente de 1869, una personalidad tan destacada e importante entonces, como desconocida hoy, Gabriel Rodríguez, Ingeniero de Caminos, primer profesor de Economía en su escuela, coetáneo de ingenieros políticos tan "egregios", gustan decir sus compañeros, como Elduayen, Sagasta y Echegaray. Gabriel Rodríguez, el político liberal que no quiso ser ministro, defendió la monarquía ideada por Prim, en la sesión celebrada en las Cortes Constituyentes, el día 17 de mayo de 1869.

¿Qué tiene que ver esta Monarquía (se estaba refiriendo a la nueva que sería elegida, entre las casas reales europeas) con la otra (la desahuciada borbónica)? En la otra Monarquía había un resto de derecho divino, vivía por una especie de tratado de paz con la soberanía popular; pero ese tratado de paz se rompía con frecuencia, porque el derecho divino trataba de sobreponerse a la soberanía de la nación, y ésta, a su vez, trataba de impedir que aquél lograra sus fines desde 1812; los golpes de Estado del derecho divino contra la soberanía popular, los pronunciamientos de la soberanía popular contra el derecho divino. Pero la revolución de Septiembre ha acabado con el derecho divino: el Rey que venga no tiene otro derecho (al trono) que el de nuestra Constitución; el Rey que venga es un magistrado, es un poder que creamos nosotros mismos... y, por consiguiente, en nosotros está el límite de sus atribuciones, el límite de sus ambiciones, el límite de su voluntad.

Hoy, para asombro de Europa, sigue en esta tierra de godos, la pugna entre soberanía popular y derecho divino; y, de momento, venciendo el equipo "divino", o lo que es lo mismo el del lector del Marca, el ministro gallardo, el educador sutil, la ministra del aquí te cojo, aquí te- Mato..., y la Niña, Pinta y Santamaría. ¡Todos contra el pueblo! Por eso los caballeros mitrados, latifundistas, políticos profesionales y banqueros, siguen rescatándose gratis total, redactando proyectos de ley disparatados, imponiendo leyes que anulan estudios cívicos, que se sustituyen por horas y horas de catecismo del Padre Astete, para lo que cuentan con legión de profesores-catequistas que el Estado paga religiosamente..., ¡Cosas de los Acuerdos del Reino de España con el estado de la Santa Sede, la última monarquía absoluta de la Europa!

En estas circunstancias, podemos y debemos intentar que, de una vez por todas, que la soberanía popular pase por encima de la que desciende de lo alto. Si puede resultar traumático destronar a un rey por medio del pronunciamiento clásico, intentamos la prueba de pasar la realidad instituida por Franco por la legitimación de las urnas. Y vote, elija libremente la Nación entre la institución monárquica y la republicana. Pidámoslo ya, no hace faltar esperar al momento del tránsito de la corona.

Si del referéndum sale un "sí" a la corona, esa corona se debería a nuestra voluntad soberana, no a la disposición franquista, hilo conductor del derecho divino..., y el trono perviviría, no por el dedo franquista, sino por la soberana voluntad de la mayoría de la Nación, que siguiendo la doctrina de Gabriel Rodríguez, sería tanto como decir que en nosotros estaría el límite de sus atribuciones, el límite de sus ambiciones, el limite de sus excesos, el límite de su voluntad.

De salir el "no", podríamos despedir a la familia con la nobleza de Castelar y decir, sin reparar en méritos, "no podremos ofrecer a V.M. una corona en lo porvenir, pero le ofreceremos otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo soberano, independiente y libre... y que además, debe y aspira, y hasta sueña, con ser decente".

Urnas libres como camino de la Tercera República, que es tanto como decir de la decencia pública.

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Fuente: La Nueva España